DÍA CONTRA EL CÁNCER INFANTIL

Jesús, enfermo de leucemia: "Me alegra volver al colegio"

Jesús Alvarado tiene leucemia linfoblástica tipo b, diagnóstico que recibió en 2021 con tan solo 7 años de vida

"Ya estoy casi bueno de la enfermedad" dice el pequeño

Jesús en su sesión de fisioterapia y musicoterapia en el centro zaragozano de Aspanoa.

Jesús en su sesión de fisioterapia y musicoterapia en el centro zaragozano de Aspanoa. / Jaime Galindo

Judit Macarro

Judit Macarro

Jesús Alvarado acude semanalmente al centro Aspanoa de Zaragoza para recibir sus sesiones de fisioterapia y musicoterapia. Ayer, su terapeuta, Mónica Romero, le preparó un circuito donde combina la música con el movimiento motor de su cuerpo. Estos ejercicios de rehabilitación le ayudan para coger fuerza y acostumbrarse al injerto que ahora lleva en la pierna, tras un fallo médico durante una de sus operaciones.

Tiene nueve años y, a pesar de su corta vida, ha tenido que hacer frente desde muy pequeño a una enfermedad que le paró la vida «durante tres años», asegura su madre, Cristina Alvarado. Con siete años le diagnosticaron leucemia linfoblástica tipo B, «la más común entre los niños que sufren este cáncer», señala Cristina. En la actualidad «ya estoy casi bueno», menciona Jesús, que sonríe al confirmar que «por fin he vuelto a clase y estoy muy contento». En dos meses cumplirá tres años desde que comenzó la quimioterapia, que ahora «recibe de forma oral», explica su madre.

Ella recuerda como si fuera ayer el día y la hora en la que recibió el diagnóstico de su hijo. «Fue el 21 de abril de 2021», momento en el que asegura que «se me paró el corazón». La llamada de urgencia llegó a las tres de la mañana, «después de que Jesús llevara toda la semana con mucha fiebre», cuenta.

La llamada de urgencia

En el momento, asegura que no se planteó lo que podía ser, «aunque como auxiliar de enfermería conocía que la poca cantidad de glóbulos blancos que tenía en sangre no era nada bueno». A las cuatro de la madrugada, Jesús ingresó en la uci. «¿Qué me pasa mamá?», fueron las palabras más repetidas del pequeño, según explica su madre. Ella tuvo claro en todo momento que «se merecía saber la verdad, es un niño muy listo y muy fuerte y lo aceptó como un valiente».

Lo difícil llegó con el paso de los meses y con el comienzo de la quimioterapia. Cristina decidió mantener en secreto el proceso de su hijo, a excepción de sus seres queridos. «Solo pensaba en su bienestar y lo último que quería era que le miraran con pena», explica. Durante los dos primeros años, la vida de Jesús se paró. Tuvo que abandonar el colegio, dejar de ver a sus amigos y pasar por algo que «es muy complejo, sobre todo para alguien tan pequeño», incide su madre. Alguna tarde, sus compañeros se acercaban a verle a la ventana de su dormitorio. «Le preguntaban cómo estaba y le hacían compañía un rato», menciona Cristina con cariño.

A pesar de los altibajos, Jesús asegura que la ayuda de su madre fue «lo mejor de todo». Cristina cuenta que, «en los momentos más duros, cuando estuvo muy delgado porque no podía comer y cuando comenzó a perder el cabello, yo siempre intentaba hacer que lo viera lo más positivo posible», señala. Hacerle ver la luz al final del túnel, aun cuando «ni tú misma estás segura de que vaya a haber salida».

Aferrarse al 70%

Las posibilidades de sobrevivir a esta enfermedad son de un 70%, «aunque como madre, ese 30% de duda te mata por dentro», asegura. Y, a pesar de sus intentos de evitar que Jesús descubriera su lucha interna, «alguna vez me llegó a decir que él prefería morir, dejar ya todo y poder descansar tranquilo y acabar con mi sufrimiento», rememora con dolor. Un pensamiento que Cristina cortaba con un tajante «soy tu madre y estoy aquí contigo hasta el final, lo único que quiero es que sigas a mi lado».

El noviembre pasado, Jesús estuvo a punto de morir. «Se puso muy enfermo, pensaba que se iba para siempre», rememora Cristina con dolor. Recuerda aquellos días como los peores que han vivido en estos tres años. Pero «el milagro llegó».

Ahora todo eso ha quedado atrás y «él no para de decirme ‘mamá cuanta razón tenías cuando me decías que todo pasaría’, porque es así. En ese momento no lo ves, pero con el tiempo aprendes a llevarlo con otra perspectiva», expresa Cristina. Ella intentó ser positiva durante todo el proceso, «por Jesús y por mi otra hija, que también fue duro para ella», expone.

El niño que no quería salir de casa y «que pasó una depresión muy grande durante la enfermedad», ahora sonríe a su terapeuta mientras salta entre los aros de colores durante la sesión de rehabilitación. «Es una alegría muy grande verle así», señala Cristina, a quien se le contagia la sonrisa de Jesús

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