SUCESOS EN ARAGÓN

Un parricidio "dantesco" y lleno de irresponsabilidades

Vanesa y Cristian torturaron y llevaron a la pequeña Laia, de dos años, a una muerte "agónica y lenta" tras apalearle de forma continuada

Parricidio en el Picarral: las instituciones sabían del "peligro" y la "desprotección" que sufría Laia

El padre de la niña asesinada en el Picarral: "Quiero que estos dos asesinos acaben toda su vida en la cárcel"

Vanesa Muñoz Pujol y Cristian Lastanao Valenilla, en el banquillo de los acusados de la Audiencia Provincial de Zaragoza.

Vanesa Muñoz Pujol y Cristian Lastanao Valenilla, en el banquillo de los acusados de la Audiencia Provincial de Zaragoza. / ANDREEA VORNICU

Pocas o ninguna duda deberían tener los nueve miembros del jurado a la hora de emitir un veredicto de culpabilidad por asesinato contra los conocidos como parricidas del Picarral. Es difícil que estos cinco hombres y cuatro mujeres del pueblo fueran ajenos a algunos de los pormenores que rodearon al crimen, pues las crónicas de sucesos ya habían retratado cómo Vanesa y Cristian torturaron reiterada y vilmente a su hija Laia hasta llevarle a la muerte. Y, esta semana, los pocos interrogantes que rondaban sus cabezas han sido solventados con creces por americanas y camisas que han desfilado por la Audiencia Provincial de Zaragoza. Auténticos profesionales de la medicina legal que han dado una «lección magistral» a la hora de detallar los resultados de la autopsia, tal y como reconocía en los pasillos Manuel Hatero, el abogado que representa la acusación que ejerce el padre biológico de la víctima.

No dieron resquicio alguno los forenses a las defensas. Aunque esta sesión del juicio se celebró a puerta cerrada para garantizar el respeto de la niña y su familia, los letrados aludieron a sus reflexiones durante sus informes. «El forense dijo que nunca había visto nada igual», recordó Hatero. «Yo estuve en la morgue y eso era un espectáculo dantesco», se atribuyó a él mismo. Bien a puerta cerrada, bien con audiencia pública, no hay nada ni nadie que pueda ocultar el «infierno» al que fue sometida esta criatura: 101 heridas repartidas por todo el cuerpo, un gran edema cerebral, una sección del duodeno que desembocó en peritonitis y 48 horas finales que le llevaron a una muerte «agónica y lenta».

Ni esta losa hizo callar a Vanesa. Todos los días tuvo que murmurar en la sala los comentarios de aquellos que dejaban evidencia su crueldad como madre biológica de la víctima y, supuestamente, garante de su bienestar. Incluso el magistrado presidente del tribunal del jurado, Alfonso Ballestín, amenazó con expulsarle de la sala y mandarle de regreso a la cárcel de Zuera –«¡no le voy a consentir nada! ¡Si no, se marchará a la celda otra vez!», le abroncó– cuando trató de puntualizar una de las preguntas de la acusación. No fue ni su primera ni su última vez.

También se sorprendió cuando los medios de comunicación le tomaban fotografías, las mismas que ella no tenía ningún tipo de pudor en realizar cuando colgaba de un clavo a Laia mientras esta quedaba colgada a más de dos metros del suelo. «La cara de pánico de la niña era terrible. Como Grupo de Homicidios es una de las caras más terribles que hemos podido ver», reafirmó el jefe de la unidad.

La fábula del lobo con piel de cordero

Enfrente de Vanesa aguardaba callado y con la cabeza agachada Cristian. Hizo uso de la última palabra –«en ningún momento sabía que podía pasar esto», confesó– y terminó de encarnar a la perfección el personaje de lobo con piel de cordero que la acusación le había atribuido minutos antes cuando se dirigió por última vez al jurado. «¿Conocéis la fábula del lobo con piel de cordero?», preguntó Hatero sin esperar respuesta. «¡Hemos visto el mal disfrazado con piel de cordero!», se respondió él mismo. Y es que el propio Cristian llegó a reconocer durante su toma declaración que había encerrado en el armario a la pequeña, le había mordido en el culo y le había dado de comer guindilla y salsa picante.

Lo cierto es que hay otros tantos protagonistas de esta tragedia que habrán leído o escuchado el devenir de las sesiones del juicio con cierta preocupación (o, al menos, deberían) por lo que puede significar un veredicto de culpabilidad. De cerca ya mira la jueza del Juzgado de Primera Instancia número 6 de Girona. Fue ella quien decidió devolver la custodia de Laia y sus hermanos a la acusada pese a que los servicios sociales así lo desaconsejaban. No valoró «informes muy contundentes» en contra de la ahora acusada. Redactó y firmó esa sentencia y, este jueves, la trabajadora social forense le dejó en evidencia.

Pero hay más. Los menores se trasladaron a vivir a Zaragoza al tiempo que los servicios sociales de Girona continuaban alertando de la situación a las instituciones competentes en esta materia. Hizo caso omiso también el Gobierno de Aragón ante «reiterados intentos» con envíos de documentos y llamadas al servicio de protección de menores para retirar la custodia a Vanesa. No lo hicieron pese a ese «peligro inminente», «riesgo alto» y «desprotección». Incluso existe un informe del 30 de octubre en el que esos servicios sociales retrataban a Vanesa como «una madre maltratadora».

Entre peritos, psicólogos forenses, trabajadores sociales o vecinos también han figurado un adulto con la mirada perdida y una abuela que no se despegaba de un clínex. Era inevitable que, por su parte, se dejaran escuchar murmuros desde el final de la sala y al final tuvieron que abandonarla por rabia e impotencia. «Quiero que estos dos asesinos acaben toda su vida en la cárcel», reiteró el progenitor una y otra vez. 

Aragón: tres permanentes revisables

Tanto Vanesa Muñoz Pujol y Cristian Lastanao Valenilla afrontan la prisión permanente revisable a petición de la Fiscalía y las dos acusaciones ejercidas, por un lado, en nombre del padre biológico de la víctima y, por otro, de la Generalitat de Cataluña. Primero, el jurado debe probar su culpabilidad como autores de un delito de asesinato y, posteriormente, será el magistrado presidente del tribunal, Alfonso Ballestín, quien determine cuál es la pena a imponer.

Desde que la prisión permanente revisable entrara en vigor en marzo de 2015, los tribunales aragoneses han firmado tres sentencias condenatorias que incluyen esta pena privativa de libertad. La última de ellas se remonta a principios del año pasado, cuando Héctor López Ferrer, el conocido como el parricida de La Almozara, conoció que pasará el resto de su vida entre rejas: asesinó a su padre e intentó lo propio con su madre el 28 de junio de 2021. Precisamente, el Tribunal Superior de Justicia de Aragón (TSJA) celebra este jueves la vista de apelación por el recurso presentado contra la citada sentencia.

El nombre de Igor el Ruso también está ligado al histórico de la prisión permanente revisable. La Audiencia Provincial de Teruel le impuso a Norbert Feher esta pena tras matar en diciembre de 2017 al ganadero José Luis Iranzo y a los guardias civiles Víctor Romero y Víctor Jesús Caballero. Sobre él también pesa una condena a cadena perpetua en Italia por otros dos asesinatos.

La primera prisión permanente revisable que se impuso en Aragón recayó sobre Iván Pardo Pena por asesinar a su sobrina de ocho años a quien torturó para que hiciera los deberes. Este crimen recuerda al de la pequeña Laia porque a Naiara «le obligaron a permanecer de rodillas sobre ortigas, grava, granos de arroz o sal gruesa» y le «privaron de sueño para hacer los deberes y estudiar». Todo finalizó el día en el que le golpeó la cabeza con los nudillos y le propinó descargas eléctricas hasta que le lanzó fuertemente contra el suelo. El padrastro y la abuelastra fueron condenados a dos años por consentir y alentar los castigos.