RESEÑA LITERARIA

Crítica de Javier Lahoz de 'La sombra de la tierra': Grupo salvaje

Elvira Mínguez construye dos personajes protagonistas que se disputan el trono con el mismo merecimiento

Elvira Mínguez, autora de 'La sombra de la tierra'.

Elvira Mínguez, autora de 'La sombra de la tierra'. / El Periódico

Javier Lahoz

Descubrí a Elvira Mínguez en una sala de cine, donde se afirmaba que tenía los días contados. Con los años he ido saboreando cada uno de sus posteriores trabajos y, por si todavía no hubiera tenido yo bastante, me he encontrado recientemente con Atilana y Garibalda, dos mujeres de armas tomar que no dejan títere con cabeza y que arrollan a todos los que se les ponen por delante. No se pueden ignorar la brutalidad de sus maneras ni el ruido de sus pasos, carentes de sigilo. En torno a ellas giran otros personajes no menos carismáticos que en absoluto pretenden hacerles sombra, porque la presencia de ambas impone, tanto en su físico como en sus palabras y en sus acciones, haciendo retumbar las páginas y llenando los sueños de pesadillas. Son personajes necesarios que deben ayudan a componer un mosaico de piezas rotas. La historia se desarrolla a finales del siglo XIX en un pequeño pueblo de la provincia de Zamora y huele a duelo desde el principio. Duelo como sinónimo de enfrentamiento, duelo como sinónimo de dolor, duelo como sinónimo de fatigas, duelo enlutado que no tiene fin.

Esta novela desgarra porque dibuja momentos que a veces sugieren y a veces muestran, que con frecuencia silencian y que incluso ocultan, pero que en su conjunto estremecen. En esta sorprendente narración se plasma una violencia constante de adultos que se dedican a anular infancias, jóvenes indefensos que expresan mudez y desconcierto y cuyo tránsito es el de vagar entre miserias y miserables, un círculo vicioso del que no parece fácil escapar. Sus miradas no logran pasar inadvertidas para los lectores, que se contagian de inmediato y se colocan a la vera de cualquiera de ellos para sufrir a la par. Se aferran al instinto, como si la razón hubiera desaparecido de la faz de la Tierra y la bondad fuera cosa de cuentos de ficciones y fantasías. La prosa está igualmente desprovista de artificios, ideas claras con las que se entra en materia sin preámbulos de ningún tipo y con suficientes ingredientes como para definir el mundo en el que estos habitantes viven. O, para ser más exactos, el submundo en el que malviven. Gritan y maldicen en mayúsculas, porque creen que es la manera más cierta de acercarse a la verdad.

Atilana y Garibalda son las amas del tremendismo. Y las vecinas del lugar no lo son menos. Me vienen algunos títulos a la cabeza que hoy son considerados clásicos y a los que no me costaría nada equiparar esta obra titulada 'La sombra de la tierra', publicada por la editorial Espasa. Las imágenes se construyen en la mente conforme las páginas se suceden y alcanzan el clímax de un western crepuscular en el que aterra la llegada del anochecer y la incertidumbre que reserva el nuevo día. Dicen los entendidos que es esencial que las novelas empiecen con fuerza, y que de ahí en adelante sigan creciendo. Esta en concreto, que es la primera de la autora, resulta un gran ejemplo de lo que plantea dicha afirmación porque el arranque ya anticipa un conflicto que invita a analizar comportamientos. 

Sed y ansia de conocimiento

Todos queremos saber más, ardemos en deseos de conocer qué ocurrió en el pasado de estas gentes que se hieren cada vez que se miran a la cara y que se miran a la cara mientras se están hiriendo. Sin duda el escenario se dibuja en blanco y negro, como la época, como la portada, como los ropajes, como los paisajes que se adivinan al otro lado de la ventana, como la esencia emponzoñada que conforma el ADN del aquelarre de mujeres que emplean básicamente su tiempo en cultivar el fisgoneo y que toman partido en los odios o en las pasiones en función de sus propios intereses.

Los diálogos son implacables, como si salieran disparados a cuchillo de sus bocas y arrastraran consigo los mensajes que la mayoría de los personajes almacena en su interior desde hace décadas. Bien mirado, algunas de ellas podrían ser mujeres lorquianas, supervivientes en un mundo que las condena y en el que no han aprendido a comunicarse. Esta novela tiene momentos sublimes, como los transcurridos en la abacería, donde se niega el pan y se abusa de la inocencia. O como los que nacen de Amparo, que parece no enterarse de nada enterándose de todo. Huelga decir que hay varias historias dentro de la historia principal, como las que se ubican dentro del campamento, que dan para otro tanto. Hace mucho tiempo que no asistía al bautismo de dos protagonistas que se disputan el trono con el mismo merecimiento, y que no voy a olvidar jamás

Escrita con agilidad y con un léxico rico, con detalles que dotan de veracidad lo que hacen y deshacen, con un horror que se puede palpar, los capítulos conceden respiro a tenor de su brevedad y sirven de base para estructurar a la perfección los sucesos que van aconteciendo. No sabía muy bien qué me iba a encontrar en estas páginas, porque en un principio fue mi admiración por la actriz la que me trajo hasta aquí. En este momento, no sé en cuál de sus dos profesiones Elvira Mínguez me gusta más. 

Suscríbete para seguir leyendo