EL VISOR DE CHUS TUDELILLA

El Visor de Chus Tudelilla: Fincas de recreo en Zaragoza, la Torre de Bruil

En 1842 Juan Bruil, ejemplo del perfecto burgués, compró la huerta del convento y un campo colindante del Hospitalito de Niños Huérfanos, que amplió con la adquisición del resto de partes en que había sido parcelado. Ese fue el comienzo de su creación: la Torre de Bruil.

Puerta del Duque de la Victoria, 1861-1919.  Juan Bruil la costeó en honor a Espartero.

Puerta del Duque de la Victoria, 1861-1919. Juan Bruil la costeó en honor a Espartero. / El Periódico

Chus Tudelilla

Chus Tudelilla

Tras la Guerra de la Independencia, Zaragoza quedó reducida a cenizas y sin árboles, que hubo que talar para una mejor defensa. Los franceses salieron de la ciudad en 1813, sin apenas tiempo de reconstruirla, una tarea en la que Fernando VII no puso demasiado empeño, pese a ser testigo de su estado ruinoso cuando en 1814, de regreso a España, estuvo la Semana Santa en Zaragoza invitado por Palafox. Eran otros los asuntos que le ocupaban. Hubo que esperar a su muerte en 1833, para que el absolutismo cediera paso a la monarquía liberal y, con ella, al protagonismo de la burguesía, principal beneficiaria de la Desamortización de Mendizábal, donde se sitúa el origen de la Torre de Bruil. Uno de los bienes expropiados a la iglesia fue el convento de San Agustín, localizado en el barrio del mismo nombre a extramuros de Zaragoza, que los agustinos abandonaron en 1835. En 1842 Juan Bruil (Zaragoza, 1810-1878), ejemplo del perfecto burgués, compró la huerta del convento y un campo colindante del Hospitalito de Niños Huérfanos, que amplió con la adquisición, en 1857 y 1858, del resto de partes en que había sido parcelado.

Las dotes financieras y empresariales de Bruil propiciaron, además de la estrecha relación que mantuvo con Espartero, su incorporación a la política y ser nombrado ministro de Hacienda en 1855. No ha de extrañar que su talante progresista le animara a retomar proyectos ilustrados: como miembro de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, recuperó en sus fincas la aspiración de conocer el mundo natural a través del estudio de la horticultura, de la botánica o de la jardinería. Y si en el Soto de Bruil en Aljafarín desecó los terrenos y empleó métodos modernos para los cultivos, en la Torre de Bruil construyó, siguiendo los modelos europeos, varios edificios y una casa de campo de recreo, donde la familia pasaba largas temporadas, en una huerta amurallada con jardines, estanque, tierras de labor, invernaderos, viveros y un bosque. 

Apenas se conocen detalles de la famosa Torre de Bruil, una de las más importantes del país en su tiempo, más allá de los documentos oficiales y algunas crónicas en prensa, como la que en 1901 recordaba a Juan Bruil y su iniciativa: «Sólo un opulento y espléndido personaje, de refinado gusto y de liberalidad extrema, podía hacer el milagro de convertir aquel huerto, situado a orillas del Huerva y del Ebro, en poético y encantador vergel. El ilustre director de la Caja de Descuentos zaragozana era hombre que no reparaba en pequeñeces para satisfacer un capricho de su voluntad o una exigencia de su sibaritismo. Corrían los años medios del último siglo cuando D. Juan Bruil puso fin a su obra y descansó en ella como un hacedor de mundos. Y en verdad que la empresa había sido magnífica. Durante unos cuantos años fue comidilla diaria de los vecinos, el continuo trajinar en la famosa torre.

Aseguraban los huertanos que D. Juan Bruil enterraba millones en su finca y hacíanse cálculos y comentarios sobre la inmensa riqueza que contendría, tiempo adelante, aquel paraíso artificial. No se cansaba nunca el feliz dueño de aportar a su torre maravillas sin cuento. Trazó anchurosos paseos y lindos andadores cubiertos de férreas armaduras, donde habrían de descansar los verdes pámpanos de las cepas salvajes. Encargó los más raros y costosos ejemplares de la arboricultura extranjera, que pronto arraigaron soberbios en el fecundo suelo. Adquirió complicados artificios para elevar el agua a las bulliciosas fuentes y al amplio estanque que rodeaban sauces melancólicos.

Construyó invernaderos donde las especies más delicadas sufrían el martirio de su destierro, llenando el aire de olorosas quejas. Pobló el jardín de cárceles y estas de pájaros multicolores y de razas de extraños animales. Alzó por fin un lindo palacio desde el cual pudiera gozarse de tan peregrinas bellezas con toda comodidad y regalo. Todo esto, referido por mil bocas y aumentado fantásticamente, despertaba el asombro y la curiosidad del vecindario. Los amigos de D. Juan Bruil que tenían la dicha de contemplar a su placer tanta grandeza, se hacían lenguas de la divina torre.

Los demás, la masa anónima, atraída por el rumor venturoso, limitábase a ver por encima de la nueva tapia las móviles copas de los pinos, los cedros y las palmeras mecidas de continuo por el viento. Hízose la leyenda en torno al jardín y no tardaron mucho en ser públicas las insinuaciones pecaminosas de los maledicientes (...) Y, sin embargo, en la torre de Bruil se fraguaban más conspiraciones políticas que ensueños amorosos. El ídolo de los que allí se reunían con frecuencia no era Venus sino un Marte con gesto avinagrado, pera entrecana y bigote de moco. Espartero, el ínclito Espartero, ocupaba la imaginación de Bruil y de sus amigos. Aquello fue la muerte del jardín y la ruina de su dueño. Discutir sobre la soberanía nacional en un parque deleitoso es una profanación que la Naturaleza no debe perdonar nunca. Las más bellas y delicadas plantas murieron de tedio». (Riverita, 'Rincones de Zaragoza'. 'La Torre de Bruil', en 'Heraldo de Aragón', 1 julio 1901).

Gabriel Faci, Campo de fútbol. Archivo Gobierno de Aragón.

Campo de fútbol. Archivo Gobierno de Aragón. / Gabriel Faci

Un cambio de propietarios

Nuevos problemas económicos determinaron la venta de la finca en 1878, a favor del historiador, coleccionista y político carlista Sebastián Monserrat y Bondía y su esposa María Jesús Pablo y Villacampa. Según se notifica en el Boletín Oficial de la Provincia de Zaragoza, la conocida como Torre de Bruil constaba, en aquel momento, de: «Primero: una huerta amurallada con jardines de recreo, tierras de labor, invernadero, árboles frutales e infructíferos y de adorno, con bosque o soto poblado de diferentes árboles y arbustos y un estanque en la parte central.

Contiene en ella al poniente una casa construida a la inglesa que sirve de habitación al portero o encargado; el otro central, una casa de campo de recreo para el amo, es de piso firme, dos altos y un terrado, y el otro es una casa habitable de piso firme y otro alto, tiene un corral destinado para aves. Al lado del norte hay dos edificios unidos de piso firme y otro alto con un pequeño jardín. En el bosque o soto hay dos pequeños edificios que el uno sirve de palomar y en el otro una casa rústica en estado ruinoso. Segundo: un terreno cercado de tapia con entrada por dicha huerta y también por la calle del Asalto, destinado a hortaliza y vivero de árboles y arbustos. Tercero: un campo destinado en su mayor parte a vivero de árboles frutales y de adorno».

La venta incluía mobiliario y accesorios de jardinería, plantas y ornamentación. Sebastián Monserrat encontró el modelo para su finca, a la que no logró imponer el nombre de «Quinta de Monserrat», en la casa y los jardines de Lastanosa en Huesca. La casa principal, núcleo del pequeño paraíso, fue la sede de su colección de antigüedades. Y la antigua Torre de Bruil recuperó con Monserrat su antiguo esplendor, convertida en uno de los primeros establecimientos de arboricultura y jardinería del país, y en soberbio jardín botánico, con la inestimable colaboración del botánico Cazeneuve, autor del catálogo razonado de las variedades que podían encontrarse en la finca, lugar de encuentro de la sociedad zaragozana. Hasta que las modas cambiaron y el jardín languideció.

En octubre de 1924 se inauguró el campo de fútbol del Zaragoza en los terrenos de la Torre de Bruil. Cuando en 1932 se trasladó a Torrero, lo utilizaron otros equipos. Al inicio de la guerra civil se convirtió en depósito de coches requisados. En 1953 el ayuntamiento inició los trámites para convertir la zona en parque, que se inauguró en 1965 con animales atrapados en pequeñas jaulas. En 1984 se liberó a la osa Nicolasa, la única superviviente del maltrato animal. 

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