Colón, un almirante encadenado

El 25 de noviembre del año 1500, Cristóbal Colón llegaba a Cádiz desde América como prisionero

Retrato de Cristóbal Colón, por Sebastiano del Piombo.

Retrato de Cristóbal Colón, por Sebastiano del Piombo. / SERGIO Martínez Gil HISTORIADOR Y CO-DIRECTOR DE HISTORIA DE ARAGÓN

Sergio Martínez Gil

Sergio Martínez Gil

Más de cinco siglos después, la figura de Cristóbal Colón sigue estando envuelta en ciertos claro-oscuros, especialmente en lo que atañe a sus propios y misteriosos orígenes. Todavía hoy se sigue debatiendo de dónde provenía, e incluso barajando la posibilidad de que viniera de una familia de judeoconversos, lo que respondería en buena medida a ese misterio del propio Colón sobre su origen. Recordemos que fue precisamente en esos años cuando los Reyes Católicos establecieron el tribunal de la inquisición, cuya misión en sus inicios era investigar a todos aquellos cristianos que provenían de familias judías.

La historia de Colón no defrauda en ningún momento. Es la historia de un aventurero ávido de gloria, riqueza y de algo tan humano como el querer mejorar su propia posición social y la de su familia, jugándoselo todo por conseguir hacer realidad su proyecto: el demostrar que era posible viajar hasta Asia por una nueva ruta navegando hacia el oeste en lugar de hacer como los portugueses, que estaban abriendo en esos momentos la ruta hacia el este rodeando África.

Después de largos años intentando convencer a varios monarcas de que financiaran su proyecto, finalmente fueron los Reyes Católicos quienes le apoyaron, acordando el ceder a Colón la gobernanza de las tierras a las que llegara, un porcentaje de las riquezas, así como el título de almirante a perpetuidad y también para sus descendientes. El resto, como se suele decir, es historia, y en los meses finales de 1492 llegó a las islas Bahamas y a las Antillas en el que fue el primero de sus cuatro viajes. Eso sí, seguía convencidísimo de que eso era el Cipango, es decir, el nombre que los europeos le daban a Japón, a pesar de que ninguna de las descripciones que se tenían del lejano Oriente, por muy fantasiosas que estas fueran, se parecían en nada a lo que estaban viendo en aquellas tierras.

A comienzos de 1493, Colón regresó a Europa para dar cuenta de todo lo que se había encontrado y de las grandes posibilidades que se abrían ante ellos, por lo que era necesario organizar nuevos viajes mucho más ambiciosos. Así llegó ese mismo año el segundo de sus viajes, regresando después de varios años a las Españas en 1496. Es aquí cuando comienzan las malas relaciones con parte de las gentes que le empezaron a acompañar en busca de esas enormes riquezas de las que Colón había hablado en la corte tras su regreso. Para muchos, las expectativas no se estaban cumpliendo, mientras que tampoco les satisfacía las formas en las que el almirante Colón ejercía el gobierno en aquellas todavía extrañas tierras.

El 30 de mayo de 1498 el almirante partió de nuevo en el tercero de sus viajes, tanto para seguir con la gobernanza de aquellas tierras como para proseguir también con las expediciones exploratorias por el Caribe y la costa atlántica. Fue entonces cuando desde la isla de La Española empezaron a llegar a la corte al otro lado del océano multitud de quejas sobre la forma de gobernar y administrar de Colón. Y por supuesto, los Reyes Católicos no perdieron la oportunidad para recuperar el control total sobre las exploraciones y colonización del nuevo mundo.

Y es que Cristóbal Colón había logrado muchas de sus exigencias en las Capitulaciones de Santa Fe a comienzos de 1492, en las que se establecieron las condiciones por las que se regiría la organización del primer viaje así como todos esos títulos y prerrogativas que le tocarían a Colón de forma vitalicia. Poco a poco se iba viendo que aquellas tierras a las que se había llegado eran algo diferente a lo conocido hasta entonces, y con ellas se abrían grandes oportunidades. Pero para ello, la monarquía necesitaba recuperar el control total sobre las expediciones que se llevaran a cabo y sobre los gobernadores que allí se enviaran. Por eso, Isabel y Fernando aprovecharon aquellas quejas recibidas desde La Española para enviar al administrador real, Francisco de Bobadilla, con plenos poderes para detener a Colón y a sus hermanos y hacerlos regresar a las Españas para que rindieran cuentas. El 23 de agosto del año 1500 Bobadilla les detuvo y los embarcó en cuanto pudo hacia la península, llegando a Cádiz ese 25 de noviembre sin que quisiera que le quitaran los grilletes que llevaba para así mostrar todavía más a los monarcas la injusticia a la que estaba siendo sometido. Enseguida los monarcas le dieron la libertad, pero nunca pudo recuperar sus títulos, el poder ni el prestigio que había llegado a tener en los años anteriores. Aún le daría tiempo a hacer un cuarto viaje, pero lo haría ya sin un estatus que se había ganado a pulso.

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