La situación del Real Zaragoza se ha vuelto tan inquietante que el momento requiere la máxima seriedad. Incluso con las cesiones de enero, el equipo no tiene muchas más vueltas, solo algún valor añadido perfectamente reconocible como Rochina, tres agitadores de mayor o menor intensidad (Bienvenu, Carmona y Rodri) y un recambio como Fernández. Así que las habas son más, pero no dejan de estar contadas. Con ellas Manolo Jiménez está obligado a encontrar la forma de volver a ganar y de poner fin a esta racha terrible y amenazadora. Con otra estructura, con otro modelo, con nuevas piezas en el once, con otra disposición o logrando que lo que funcionaba, y ya no funciona, lo vuelva a hacer.

Todo valdrá si la dicha es buena. Esa es ahora la tarea inmediata que tiene encomendada el técnico, con el frío aliento de la zona de descenso soplando en el cogote. Esa y no experimentar más con elementos de alto riesgo y rendimiento bajo sospecha permanente. La situación es tan difícil que exige una selección escrupulosa. Esta es una coyuntura para que jueguen los mejores, los más competitivos, y para pedirle a cada cual la máxima atención y el mínimo de desatenciones.

En adelante no es momento de Romarics y Paredes. Es tiempo de ser serios. Tiempo para que Jiménez reencuentre la fórmula, que la tuvo, y para reclamar liderazgo a los hombres más significativos y con más voz. A Apoño, a Roberto, a Postiga, a Movilla, a Sapunaru... Pero de ningún modo es momento para más experimentos.