Un carrusel de helicópteros trata de apagar laboriosamente los focos de fuego que están quemando los bosques del Pirineo. Los aparatos siguen un mismo esquema, una especie de danza en círculo que empieza con la carga de agua en la piscina del cámping de Las Paúles y termina cada vez que descargan su bambi en las áreas que son pasto de las llamas, a menudo en puntos alejadísimos y situados cerca de los 2.000 metros de altitud, dado que los focos situados más bajos ya han sido sofocados.

En el dispositivo participan ocho de estas aeronaves, de distintas marcas, administraciones y distintivos. Pero todas ellas realizan los mismos movimientos, con la misma cadencia e igual precisión. Su eficacia quedó a la vista ayer, cuando quedaron apagados corros de terreno que el día anterior estaban invisibles por el espeso humo que provocaron las llamas.

La operación de carga de agua se hace rápidamente, en menos de un minuto. Los aparatos sobrevuelan la piscina del cámping, gravitan brevemente sobre su agua y elevan el vuelo con la preciada mercancía, que va dejando un chorro a su paso.

Y todo ello ante la mirada sorprendida de las personas concentradas en las instalaciones del cámping, que tienen que sujetar todo lo que llevan consigo para que se lo arrebate el remolino de viento que producen los rotores de los helicópteros.

Los hidroaviones, en cambio, tienen más complicaciones para aprovisionarse de agua. Hay tres de estos aparatos y deben desplazarse a lejanos embalses para recoger su materia prima: a El Grado, a Escales, a Canelles, a Barasona... Pertenecen al Ministerio de Medio Ambiente, pero los pilotan expertos del Ejército del Aire. La acción combinada de estos hidroaviones y de los helicópteros, posible solo si no sopla un viento demasiado fuerte, es el arma decisiva contra el avance de las llamas.