Las elecciones generales de marzo del 2004 se celebraron en un clima de extrema tensión social. Aznar administró su mayoría absoluta del año 2000 con algunos tics autoritarios. Al frente antiterrorista se sumaron otros muchos asuntos que tensaron la cuerda: la guerra de Irak, la gestión del accidente del Prestige, la financiación de Andalucía, la descalificación del plan Ibarretxe, la LOCE, la reforma del paro que acabó en huelga general y el Plan Hidrológico Nacional (PHN) movilizaron a casi todos los sectores de la sociedad que no habían votado al PP. Los atentados de Atocha y las mentiras de la Moncloa fueron la puntilla de una legislatura que dio paso a Zapatero.

Muchos de aquellos asuntos pueden parecernos nimios con la vista cansada tras seis años de crisis económica, una tasa de paro del 25% y cuatro presupuestos de tijeretazos. Pero el clima es similar. Se dice hoy de Mas desde el Gobierno lo mismo que se decía entonces de Ibarretxe. Muchos dirigentes del PP miran al suelo cuando defienden la reforma electoral de los ayuntamientos como sus compañeros del Ebro cuando hablaban del PHN. Siempre los intereses de unos pocos en perjuicio de muchos. La novedad es que, como pasó el 11-M con los móviles, gran parte de la sociedad vive al margen de la propaganda que inoculan a través de los medios de comunicación que controlan. Algún día los electores del PP deberán evaluar la utilidad de sus votos. De los lodos del plan Ibarretxe emergieron las mayorías de Bildu. De la filtración de un informe de la reunión de Carod con ETA surgió el mejor resultado de la historia de Esquerra. De las mentiras de Acebes llegó Zapatero. ¿Qué saldrá del linchamiento de Pujol y Mas?

Periodista