Sobre el frío de las cerraduras

El hielo institucional pocas veces sabe del calor y del fuego que propicia la solidaridad

«Me gusta verdaderamente el frío. Durante toda mi juventud, aun en lo más crudo del invierno, me paseaba sin gabán, con una simple camiseta y una chaqueta. Sentía el frío atacarme, pero resistía, y esta sensación me agradaba. Mis amigos me llamaban el sin abrigo. Un día, me fotografiaron completamente desnudo en la nieve». No, no son palabras que haya vertido en alguna ocasión servidor, sino de Luis Buñuel tal y como aparecen en el capítulo A favor y en contra de Mi último suspiro. Y la verdad es que a uno le vienen estas palabras al comprobar la resistencia de la gente de una manifestación en contra del cierre. Ahí están, con el frío en los huesos, en una de tantas movilizaciones que se han llevado a cabo desde el 17 de Enero. Colectivos que conviven en el CSC Luis Buñuel, amigos y simpatizantes protestando por un cierre a todos esos proyectos solidarios. El hielo institucional pocas veces sabe del calor y del fuego que propicia la solidaridad.

El acuerdo del PP con Ciudadanos para anular la cesión del centro de 2018 no solo pretendía cerrar de manera definitiva un espacio que no deja de ser «mucho más que un Centro Cívico», sino recordar que toda ordenación espacial ha de ser de arriba abajo. Nada de permitir lugares autogestionados por y para la comunidad, nada de zonas comunitarias de encuentro y convivencia que favorezcan el establecimiento de relaciones entre diferentes personas si no hay establecido un control institucional. Mejor reordenar y restructurar, cerrar y clausurar todo espacio de sueño y libertad, como si para algunos ambos factores constituyeran todo un peligro.

La política institucional podrá ser, entre otras muchas cosas, tan presuntuosa como superficial, pero siempre adolece de falta de imaginación. Es más de cerrar que de abrir. Sin embargo, basta con abrir el libro citado líneas arriba de ese tal Luis Buñuel Pórtoles para apreciar cómo este se vertebra, al igual que su propia vida, desde su imaginación. Esa ilusión creadora se constituyó en su verdadero abrigo, a modo de una manta en la que acurrucarse sin miedo, ni vergüenza cuando el sol se ocultaba y el viento callaba, para resurgir del frío, quitar cerrojos, abrir ventanas y volver a soñar, recuperar risas y ensayar nuevos y viejos cantos. Porque aunque alguien se empeñe en que la vida de los sueños sucumba al frío inerte del candado y la guadaña, esta no muere tan fácilmente. Y es que, a pesar de que quien escriba puede ser un "inofensivo nihilista", lo cierto es que por mucho que en los entresijos de nuestra memoria, ese puzle de cristal configurado por piezas quebradizas y volubles, frágiles y subjetivas, huidizas y delicadas, el CSC pronto yazca en el olvido, su papel como núcleo de coordinación para las acciones vecinales solidarias no desaparecerá. A pesar de todo, su función en la covid-19 desde la asistencia y el cuidado directo a personas necesitadas, sus actividades y, en definitiva, su vida, dejara un poso que se mantendrá, porque por poca imaginación que se tenga y por mucho que se cierren puertas, siempre se acaban por abrir otras. Ojalá no sea un adiós…, pero si lo acaba siendo, que sea un hasta luego.

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