TERCERA PÁGINA

La futbolina planetaria

Allí, en el rectángulo de juego que le dicen, pasan cosas que no están al alcance de cualquier ojo

Rafael Campos

Rafael Campos

Ya sabemos que todo deporte necesita una federación. Y que cada federación precisa un presidente, un vicepresidente, con su adjunto a veces; un secretario, un vicesecretario, un tesorero, a poder ser de otra escuela que la del eximio señor Bárcenas, y luego vocales, un buen número de vocales, y si es posible –pero estos fuera de plano– algunos consonantes también. Los consonantes pueden ser sonoros, como digamos los periodistas deportivos –esos de los alaridos del goligoligoligol… que han aprendido a decir tan deprisa– o mudos, siendo estos, los mudos, los más misteriosos y sin embargo, seguramente, los más interesantes desde el punto de vista de la fenomenología federativa.

Pero vengamos hoy a la del fútbol, fumbol, jurbol, o como se diga en cada idiolecto del planeta: Esta federación no es una federación cualquiera; esta federación se trata de tú con los, por ejemplo, emires de los emiratos; y ahí, hablamos ya de cifras cuyos ceros se saldrían por la parte derecha del folio; lo que pasa es que les quitan los ceros y solo quedan los otros números, los fetén, los del jamón, y aún así les viene justo el dicho folio. O la pantalla de excel, o sea.

Vemos el último mundial, un poner: se interrumpen la ligas nacionales del planeta; se construyen en pocos años algunos miles de muertos mediante; por las prisas, pero nada, todos pobres, así que un escandalito breve, si acaso, y a otra cosa. Se hacen en un pispás, decimos, una serie de estadios de lo más molón trabajando en el empeño. Y por última cosa, pero no por ello cosa menor, sino por el contrario, cosa mayor –que diría nuestro Cicerón provincial– la Federación. O bueno, las federaciones: La mundial, que le decimos FIFA, y que ha sido investigada hasta por el FBI y hallada culpable de corrupción en todos los modos conocidos y otros inventados: sobornos, votaciones con los sobornados votando bien sobornados, etc. Luego la UEFA, que es la cosa nostra, o sea, la nuestra, la europea, y que lo mismo: y por fin la española, cuyo virrey es un tal señor Rubiales, que al parecer ha prosperado mucho: empezó jugando al fútbol, por hacer deporte no más, y miren, rodando, rodando el pelotón (el pelotón de presidentes territoriales que le votan) ahí lo tienen, hablando por teléfono sin pudor alguno de comisiones millonarias con otro deportista ejemplar, el tal Geri; Rubi y Geri, la pareja de la simpatía, ricos y famosos por su vertiente benefactora para la humanidad, que para eso nos entretiene tanto el fútbol en diciembre, hombre. Sobre todo si gana Messi, a ver si le hacemos otra iglesia o algo, como a Maradona, creo; aquel otro ejemplo para la juventud del mundo y objeto incesante de tratadistas, filósofos, sociólogos, teólogos, cineastas, poetas, toreros, fontaneros, pintores y demás gremios de todos los ramos conocidos, tal fue su importancia en el devenir de las civilizaciones desde que metió un gol con la mano, hazaña nunca suficientemente cantada por el julai que hacía de árbitro y unánimemente aplaudida como uno de los momentos estelares de la humanidad.

Pues eso, la futbolina: la cosa que empieza cada lunes mañana en varios canales de televisión a la vez con una recua de comentaristas hablando de dos en dos cada uno tirando para su peña y analizando en profundidad cada jugada repetida no menos de trece veces por minuto y en cámara lenta. Esta es la infantería. Luego está la teología. ¿El fútbol no era una religión? Pues tiene sus teólogos, los valdanos, podríamos decir: estos son más serios, peinan la calavera y comentan la misma cosa pero con mucha más prosopopeya, necesitan los fractales para analizar la jugada, porque el fútbol, en estos sacerdotes, es una hermenéutica. Dan un poco de grima y bastante risa, tan seriotes ellos; hablan con frases más largas y mayor lujo de metáforas y nos enseñan geometrías más allá de la euclidiana que ocurren en los campos. Allí, en el rectángulo de juego que le dicen, pasan cosas que no están al alcance de cualquier ojo, sino solo al de estos magister ludi del pelotón, que hablan lento, hondo y grave, porque la invención del falso nueve, por ejemplo, está a la altura del gradiente de entropía universal.

Y eso tiene que saberse, nos va en ello el sentido de la vida de millones de seres humanos que llegan al éxtasis de su existencia acompañando al autocar de los millonarios campeones en olor –sí, sí; olor– de sus súbitos. Eso sí que es catarsis aristotélica. Y cómo conmueve y emociona y cómo agranda la esperanza en el progreso de la especie humana esa demostración de inteligencia colectiva. En fin: la cosa es ir progresando en la luz del entendimiento hacia la iluminación final.

¡Viva el fútbol! ¡Y viva Honduras, campeona del mundo!

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