Tranquilitos todos

Marian Rebolledo

Marian Rebolledo

Como no podía ser menos, yo también voy a opinar sobre el debate del lunes entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo. Ese día, llegué a casa justo al filo de las 10 de la noche. No fue por trabajo, sino porque me pasé media tarde de rebajas en un centro comercial, mirando ropa que no necesito al amparo del aire acondicionado. Entre que encendía el aire acondicionado, me daba una ducha rápida y me ponía el pijama, ya habían pasado veinte minutos. Mi familia ya se había instalado en el sofá, con el debate en plenitud.

Me asomé y vi a Pedro Sánchez un tanto alterado: hablaba alto, un poco fuera de sí, mientras Feijóo le decía que se tranquilizara. Por experiencia sé que eso es lo que más nerviosa pone a una persona vehemente, que te hablen como si fueras un perrito ladrador. Te dan ganas de morder de verdad. Así se lo expresé en voz alta a mi familia: «Mira, le dice lo mismo que vosotros a mí, con lo nerviosa que sabéis que me pone».

Y a eso siguió un debate acalorado entre servidora, en la puerta de la cocina, y el resto de la familia, desde el sofá, mientras Sánchez y Feijóo seguían a lo suyo en la pantalla. Lo siguiente fue la incursión a la nevera. A esas horas ya es tarde para cenar, lo sé, pero entre que preparaba una bandeja, la sacaba al sillón y me instalaba, ya me había perdido casi todo el debate.

¿Qué, cómo va?, pregunté a la peña, que parecía un tanto desfondada. Buff, Sánchez va perdiendo. Habla mucho y a gritos, me explicaron. «Como tú», quedó flotando en el ambiente. Para cuando apuraba la cerveza, por fin sentada, el debate se acabó. En resumen: tengo la sensación de que no me perdí nada. Y de que Sánchez perdió. Pero no podría asegurarlo, porque ayer los dos decían que habían ganado.

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