Censura, autocensura y otros casos

Carolina González

Carolina González

La cancelación de diversos eventos culturales en algunos municipios tras las elecciones ha levantado al sector cultural. Denuncian una ideologización de la programación teatral que ha llevado la suspensión de espectáculos en cartel o a punto de estrenarse. Dirigen sus quejas hacia ayuntamientos gobernados por PP y Vox, a los que acusan de vetar creaciones como Orlando, firmada por Virginia Woolf en Madrid, que aborda temas como la homosexualidad y la sexualidad femenina; una obra sobre trastornos alimentarios en Mallorca; o la historia de un maestro republicano en Burgos que no puede enseñar el mar a sus alumnos porque es fusilado antes. Los cabildos alegan falta de sintonía o presupuesto con los espectáculos. También los hay que prefieren no dar explicaciones.

Diversas asociaciones de creadores culturales y figuras relevantes del teatro, el cine y la música se están movilizando para frenar lo que tachan de un ataque a la libertad de expresión y un claro ejercicio de censura. Apuntan al peligro que conlleva para la democracia retorcer la ley mordaza y recuerdan que ambos partidos ya impidieron en un pueblo cántabro la exhibición de la película infantil Lightyear, de Pixar-Disney, en la que se ve un beso entre dos mujeres.

Ante estos casos, por ahora puntuales que muchos creen se convertirán pronto en tónica habitual en muchos municipios españoles, son numerosas las voces que advierten de un riesgo mayor: la autocensura. El temor ante la negativa de autorizar la programación de obras aparentemente controvertidas acrecentará la prudencia por parte de los responsables encargados de contratar el cartel de un festival. Si quieren que pase el filtro del concejal o diputado de turno, priorizarán el visto bueno final a un atasco en el trámite que pueda poner en peligro la realización del espectáculo. Es la reacción comprensible de alguien que se sabe en arenas movedizas.

También estos días ha ocurrido algo relacionado con esa especie de cautela autoimpuesta, esta vez en redes sociales. Un perfil seguido por un millón de personas ha tenido que salir al paso de las críticas hacia alguna de sus publicaciones por pedir respeto al movimiento LGTBI, señalar comentarios machistas o racistas, o animar a acudir a votar el próximo 23 de julio. Sus supuestos fans le reprobaban por posicionarse en estos asuntos. Las explicaciones del personaje en cuestión han sido claras y contundentes: no cabe callar, transigir e ignorar sino señalar, denunciar y contrarrestar. Ha perdido fieles pero ha ganado, asegura, tranquilidad de conciencia. Mejor dormir satisfecha con una misma que habiendo complacido voluntades ajenas, aunque a veces no salga gratis.

Suscríbete para seguir leyendo