Francia, un país gripado

El Periódico de Aragón

El Periódico de Aragón

Tras la segunda guerra mundial, Francia era una de las cinco grandes potencias económicas, pasó a formar parte del Consejo de Seguridad de la ONU, París era todavía la segunda metrópoli colonial después de Londres y el hexágono se erigió como la cuarta potencia nuclear. Si a ello añadimos la excepcional influencia cultural de Francia y el poder de una lengua hablada por más de 500 millones de personas y respaldada por la Francofonía, estábamos ante el único país que era capaz de hacerle frente al mundo anglosajón liderado por Estados Unidos. ¿Qué ha sucedido, desde entonces, para que Francia aparezca hoy como un país gripado, escenario de conflictos internos, sociales e identitarios cada vez más violentos y sujeto a un cuestionamiento internacional acusado, incluso en el continente africano que constituyó durante décadas su patio trasero?

El verano de 2023 ha sido más bien horribilis para el Gobierno de Emmanuel Macron. De las muchas maneras que hay de hacer balance de un país, incluso la deportiva duele particularmente a los franceses. Un corredor danés ganó el Tour, recordando que el último francés que subió a lo alto del podio fue Bernard Hinault, hace 38 años. En el ranking de medallas de los campeonatos del mundo de atletismo, donde España fue tercera, Francia ocupó el lugar 27, con una medalla de plata ganada el último día. En los mundiales femeninos de fútbol disputados en Australia, las jugadoras galas no pasaron de los cuartos de final, y en los masculinos de baloncesto la selección ha caído en la primera ronda.

Francia no es la única antigua potencia colonial que ha visto su hegemonía reducida por el surgimiento de China y los países emergentes. Gran Bretaña también acumula no pocos problemas, sobre todo desde el Bréxit. Sin embargo, los problemas que se le acumulan a Macron en esta rentrée constituyen una agenda inextricable. En el plano exterior, el verano ha sido escenario de golpes militares en Níger y Gabón, urdidos sin la complicidad de Francia y, a veces, con el apoyo de mercenarios rusos. Sumados a la os que se produjeron recientemente en Burkina Faso, Guinea, Chad y Malí, estos golpes revelan un fin de época. Es muy probable que no aporten soluciones a los problemas de estos países, pero indican el carácter obsoleto del sistema neocolonial que Francia tenía establecido en el centro y el oeste de África.

A los problemas derivados de esta pérdida de influencia, el gobierno de Macron tiene que vérselas con otra probable rentrée social caliente anunciada por los sindicatos y la izquierda. La entrada en vigor, ayer, del decreto que prolongará la edad de jubilación de los 62 a los 64 años de manera progresiva, no ayudará a calmar los ánimos por justificada que esté desde el punto de vista de la supervivencia del sistema de pensiones. La principal baza de Macron para afrontar esta situación es la división que amenaza la izquierda, donde las disensiones aumentan a medida que se avecinan las elecciones europeas. Macron deberá mirar más bien a su derecha ya que los últimos sondeos dan un empate entre él y la extrema derecha de Marine Le Pen. Una circunstancia que no facilitará la adopción de políticas de Estado de amplio consenso que el país necesitaría para hacer frente a los que algunos observadores ya han calificado como el declive de Francia en el mundo.

Suscríbete para seguir leyendo