¿Sucedió en España?

Juan Alberto Belloch

Juan Alberto Belloch

Si algo aprendí de mi padre en el terreno de la política, fue la conveniencia, por no decir necesidad, de respetar a los colegas de profesión y, especialmente a los adversarios políticos. Hubo una época en la que mantener tal doctrina no era mera especulación teórica, sino una hermosa realidad en la vida política cotidiana. Tuve la suerte de contemplar de cerca, en mi propia casa la mayoría de las veces, relaciones personales que hoy ya son historia. Hombres de la talla de Puyol, Torcuato Fernández-Miranda, Josep Tarradellas, Santiago Carrillo, Adolfo Suárez, Felipe González, Alfonso Guerra o José María, mi propio padre. Nos dieron lecciones de tolerancia y consenso, algunas que hoy parecen ya desaparecidas.

Muchas son las razones que hicieron posible aquel tiempo de bonanza o, mejor dicho, de tregua. Pero, tengo para mí que, además de la enorme calidad humana de los hacedores de la transición, lo decisivo fue que todos ellos fueron conscientes de que había de evitar a toda costa que volviera a repetirse la historia triste de la, hasta entonces, triste historia de España. El mutuo y recíproco aprecio fue, de alguna manera, causa y también consecuencia de lo ocurrido en aquellos momentos, los más brillantes de la agitada vida política española reciente. Unas personas de bien estaban obligadas, ética y moralmente, a impedir la marcha atrás en el terreno de las libertades públicas que ya estaban al alcance de sus manos, y no fallaron. Estuvieron a la altura de las circunstancias. De ahí, mi agradecimiento, respeto y admiración a toda esa generación de hombres valientes y cabales.

Lo más difícil fue combatir el delirante sectarismo y, también, el odio tan comprensible como inadmisible. Aquellos verdaderos líderes con visión de Estado sabían que la España de nueva planta sólo podía construirse con la argamasa del afecto y de la tolerancia. Se tomaron en serio el papel que les correspondía en tal encrucijada y, con el paso del tiempo y de las vicisitudes, lo que empezó siendo una cuestión de respeto, terminó convirtiéndose en muchos casos en una cuestión de admiración mutua y finalmente de amistad. En efecto, el factor humano tuvo mucho que ver con el éxito indudable de nuestro ejemplar proceso de transición democrática.

Seguimos viviendo de las rentas del enorme capital democrático acumulado en aquellos años, que por magras que vayan siendo, siguen alimentando los valores que sustentan nuestro menguante sistema político. Por ello, me irrita la actitud de quienes no dudan en menospreciar y tratar de derribar ese legado. No es posible negar el deterioro cierto que ya se ha producido. ¿Qué es lo que ha sucedido en España? Creo que se ha producido un déficit de liderazgo en todos los ámbitos. No hay más que comparar la nómina de políticos ilustres de la transición (antes indicada someramente ) con el listado de políticos actuales No hay punto de comparación. Nuestros políticos actuales carecen de la necesaria sensibilidad que les habilite para dominar la incertidumbre que hoy sufren nuestros ciudadanos. Les falta inteligencia política, coraje, o ambas cosas a la vez. Sin ambos requisitos no cabe hablar de un político de raza, ni menos aún, de un político de Estado. Y lo más grave es que en pocos momentos han sido más necesarios líderes bien forjados.

El partido popular necesita líderes capaces de mantener a su gente en posiciones propias de un centro-derecha civilizado y liberal, pues corre el riesgo de derivar hacia una derecha más beligerante y reaccionaria. Está en juego la posibilidad de conformarse con ganar las elecciones y sin poder gobernar por la imposibilidad de encontrar aliados parlamentarios.

El PSOE por su parte, también se encuentra en una encrucijada de difícil solución. Sus líderes tienen por delante la disyuntiva de volver a la socialdemocracia, simbolizada por Felipe González y Alfonso Guerra, o apostar decididamente por un izquierdismo de corte populista y radical, tal como apuntaban algunas de las medidas adoptadas por Zapatero y, desde luego, buena parte de las adoptadas por los gobiernos de Sánchez.

Entiendo que los líderes mejor formados del PSOE están obligados a desandar lo andado y volver a la socialdemocracia, única alternativa viable a la actual deriva ideológica del PSOE. Persistir en empeño supondría una verdadera refundación del partido que muchos no podríamos compartir.

En muchos casos, los votantes de uno y otro partido se encuentran en un estado de duda y confusión que se transmite al conjunto de una sociedad completamente desorientada. En esta situación, se benefician y tienen derecho a ello, los extremos del arco que tratan de imponer con mayor o menor éxito sus tesis minoritarias a la mayoría de la sociedad, tanto en el marco territorial como en el marco ideológico. Su relativo éxito se produce gracias a una legislación electoral que favorece en exceso a los partidos nacionalistas. Pero con todo, podría volverse al bipartidismo imperfecto, sin hipotecas poco razonables, siempre que se consoliden los liderazgos en torno a programas y objetivos claros y precisos, capaces de volver a ilusionar a la ciudadanía. La buena noticia es que el liderazgo, también se aprende.

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