TERCERA PÁGINA

En los recovecos del cero

Sobre las concentraciones por Palestina el 29 de noviembre

En menos de un año se celebrará el ochenta aniversario de la publicación de Cero (septiembre de 1944), uno de los poemas más universales que nos dejó Pedro Salinas desde su voz de poeta exiliado. Se trata del décimo quinto poema de su libro Todo más claro (1949) y, más concretamente, del último de ellos, su ápice en su capacidad de cierre crítico sobre ese poder tenebroso, tan ensordecedor como ciego, que a su paso deja los escombros en los que el poeta busca a sus muertos. En Cero las ruinas son reflejo de muerte, de la destrucción de la vida que configura el presente del pasado. Son los escombros que concentran toda la extensión del tiempo.

Unos que, en el caso de Palestina, son sinónimo de ocupación, encarcelamiento, destrucción y humillación. Cero es nuevamente muerte, pero también su uso político, cero es la pasividad de Europa, la de una sociedad polarizada capaz de usar a muertos, mientras moja en su santo café unos churros inmaculados. Cero son las palabras huecas, la impotencia, la rabia, la frustración, el musgo que surge de no hacer nada. Cero son los desplazados internos y cero es el vacío que deja la muerte de todo niño y niña.

No, no creo que alguien pueda ver imágenes de Gaza sin sentir horror. Estoy convencido de que ningún espectador necesita de una realidad sustantiva o cualidad adjetivada que le explique lo que ven sus ojos.

Sin embargo, a pesar de ello, la opacidad semántica parece alzarse en discursos que se apropian del realismo traumático para escupir su veneno, contaminar la realidad y deformar lo abyecto.

Se trata de un tósigo deshumanizador que nos enclaustra y nos confina al silencio siempre cómplice, a modo de un cero absoluto en el que las palabras llegan la temperatura más baja posible. Porque, simplemente, debería resultarnos inviable sustentar cualquier tipo de justificación que implique el asesinato de cualquier niño o niña.

Es por eso que, a pesar de la oscuridad del cero que todo lo abarca, uno es capaz de recibir con alegría la noticia de que la comunidad educativa de Aragón con Palestina ha convocado una serie de concentraciones el 29 de noviembre, el Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino. Un activismo que se extiende al trabajo de los y las docentes que nos recuerdan el deber de hablar en las aulas de lo que ocurre, tal y como pregona el currículo de la Lomloe cuando señala que aspectos como la educación emocional y en valores y la educación para la paz y no violencia deben trabajarse desde todas las materias. No se trata pues solo de insertar la temática desde asignaturas como, por ejemplo, valores éticos ya que según la normativa debe suscitar la defensa para la paz y la cooperación internacional o, por citar otra, Geografía e Historia que debe atender a la violencia y a los conflictos armados en general y a la violencia política en particular, sino que interpela a toda una comunidad educativa que no agacha la cabeza ni esconde la realidad presente, por muy ignominiosa que esta sea. Un cuerpo docente que comparte trabajo y recursos para llevarlos al aula como comunidad que forma y da valor a la educación.

El citado poema de Pedro Salinas se abre con una cita de Quevedo «Y esa Nada ha causado muchos llantos...» y de Antonio Machado «Ya maduró un nuevo cero que tendrá su devoción». Citas que nos recuerdan que la poesía es universal, capaz de elaborar un nuevo lenguaje para superar fronteras y tiempos y aunarnos contra la barbarie. Una poesía que interpela a la Palestina de Ahmud Darwish, quien en su doble condición de poeta árabe y palestino dotó a sus versos del eco de una memoria colectiva en contra de esa historia amarga que aplasta a países como una apisonadora. Esa que es capaz de borrarlos prácticamente del mapa, para apenas dejar unas ruinas, como espacio carcelario de sus nuevos refugiados, extranjeros en su propia tierra.

En 2004, cuatro años antes de fallecer, nos dejaba su poema Cadáveres anónimos cuyos primeros versos arañaban:

«Ningún olvido los reúne, Ningún recuerdo los separa... Olvidados en la hierba invernal Sobre la vía pública Entre dos largos relatos de bravura Y sufrimiento. ‘¡Yo soy la víctima!’. ‘¡No, yo soy la única víctima!’. Ellos no replicaron: ‘Una víctima no mata a otra. Y en esta historia hay un asesino Y una víctima’. Eran niños»...

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