‘La caballería polaca’ y Barbate

José Luis Corral

José Luis Corral

Cuenta la leyenda que el 2 de septiembre de 1939, el 18º regimiento de lanceros Pulk Ulanów, uno de los tres de la brigada de caballería «Pomorska» del ejército polaco, cargó heroicamente contra una unidad de carros de combate alemanes para defender a su país de la agresión nazi. Durante medio siglo este relato se consideró cierto, hasta que en 2005 el historiador Steve J. Zaloga publicó La invasión de Polonia. Blitzkrieg, y demostró que era falso. En realidad, los polacos atacaron con las espadas desenvainadas a una unidad de la 20ª división de infantería motorizada de la Wehrmacht, provocando una monumental sopresa entre los soldados alemanes, que respondieron con fuego de ametralladora matando a la mitad de los jinetes polacos. Caballeros con espadas contra blindados con armas automáticas, ésa fue la metáfora de una guerra donde el moderno armanento alemán se impuso abrumadoramente sobre el vetusto polaco.

Lo ocurrido en el puerto de Barbate, con seis guardias civiles saliendo en una lancha de goma de 5 metros de eslora, 500 kilos de peso y motor de 150 caballos, para interceptar a seis lanchas de 12 metros, 5.000 kilos y tres motores de 1.000 caballos, recuerda al mito de los jinetes polacos.

A los guardias se les ordenó embarcar en la endeble zodiac, en un mar embravecido por la tormenta, para enfrentarse a las potentes lanchas de los narcotraficantes, sin calibrar el riesgo que corrían. Al parecer, quien dio la orden de «que se metan en el agua y hagan lo que puedan» fue el coronel de la comandancia de la Guardia Civil de Cádiz, que estaba en esos momentos cómodamente sentado en un palco del teatro Manuel de Falla disfrutando de la actuación de las chirigortas del carnaval. El resultado de la incompetencia de ese mando es bien sabido: dos guardias civiles muertos, uno gravemente herido y una imagen patética de España.

Al día siguiente, con los cuerpos de los dos guardias asesinados aún sin enterrar, el presidente del Gobierno acudió a la ceremonia de los premios Goya y dos días después a un desfile de moda en el Ateneo de Madrid. Un presidente sensible y decente hubiera dejado la fiesta para otra ocasión y hubiera acompañado a los familiares de los fallecidos para ofrecerles su consuelo y su ayuda, además de cesar ipso facto al ministro del Interior, último responsable de semejante chapuza.

Pues no; el coronel siguió de carnaval y el presidente de fiesta, mientras seis hombres se jugaban la vida, y dos de ellos la perdían, para evitar la comisión de un delito. Pena.

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