Opinión | SALÓN DORADO

Independencia y amnistía

Ocurrió durante los días 5 y 6 de mayo de 1808 en la ciudad de Bayona, en el sur de Francia. Allí, dos reyes de España, un memo y un canalla, abdicaron de sus derechos a la corona. Dos meses antes se había desatado un motín en Aranjuez, que provocó la renuncia de Carlos IV a favor de su hijo el príncipe Fernando, quien había encabezado una conjura contra su propio padre en la que llegó a calumniar de manera muy grave a la reina y madre que lo parió. Napoleón, un megalómano criminal de guerra que algunos consideran un héroe, ¡qué cosas!, se dio cuenta de que el padre y el hijo que se disputaban el trono eran unos inútiles, de modo que los convocó en Bayona y consiguió (con cobardes como esos dos fue fácil) que Fernando VII devolviera el trono a su padre y éste se lo entregara al propio Napoleón, que a su vez se lo regaló a su hermano José Bonaparte.

Cuatro días antes los madrileños se habían levantado en armas contra la ocupación francesa y comenzó la Guerra de la Independencia, que dejó a este país tan maltrecho y destrozado que tardaría medio siglo en recuperarse. Tras casi seis años de contienda, Fernando VII, que estuvo ese tiempo ricamente instalado en el castillo palacio de Valençay, cerca de París, jaleando las victorias de Napoleón, regresó a Madrid, donde los entusiasmados ciudadanos, ¡qué cosas!, lo aclamaron como el Deseado, aunque en realidad le cuadraba mejor el Felón, o traidor, el otro apelativo por el que es conocido. Como rey de España, cambió de opinión varias veces, se ciscó en la Constitución de 1812, restauró la Inquisición y acabó siendo un tipo abominable, veleidoso y cruel que asesinó o exilió a miles de liberales.

El 10 de octubre de 2017 un grupo de iluminados proclamó la independencia de Cataluña, bien es cierto que la declaración sólo duró unos segundos, arrogándose atribuciones de soberanía que según la Constitución de 1978 recaen en el pueblo español, que es el único sujeto de ese derecho. El Gobierno central, tarde y mal, anuló todo el proceso y tomó las riendas del gobierno autonómico catalán. El iluminado en jefe, al estilo de Fernando VII, se llamó a andana de sus responsabilidades, se metió en un maletero y se fugó a Bélgica, donde, de nuevo al estilo de Fernando VII, vive tan ricamente en un chalet en Waterloo. Esta semana ese fugitivo ha logrado imponer la ley de amnistía a cambio de que el Gobierno se mantenga, según parece, durante los próximos tres años y medio. Algunos todavía sostienen que España es una nación seria. ¡Qué cosas!

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