Opinión | TERCERA PÁGINA

Javier Gascón

De toros y premios

Damos por supuesto que las corridas de toros son de derechas porque son fiestas bárbaras donde se maltrata a un animal hasta la muerte

Me da igual el taurinismo o no de Lorca, Picasso, Sabina o Barceló. O tal vez lo que me dé igual es que fueran o sean de izquierdas o de derechas. Agradezco que la gente se pronuncie públicamente cuando no se espera que lo hagan. La mayor parte de deportistas de élite lo evitan para no ver peligrar sus multimillonarios contratos, cuando se trata de cuestiones políticas, de orientación sexual, etc. Será que tienen más que perder que las gentes de la cultura. Damos por supuesto que las corridas de toros son de derechas porque son fiestas bárbaras donde se maltrata a un animal hasta la muerte y no necesitamos mirar más allá.

Yo era antitaurino de adolescente hasta que otro antitaurino de mi pueblo ocho años mayor que yo me aconsejó la lectura de las crónicas de Joaquín Vidal en El País. Empezó a cambiar mi percepción de las cosas, a ver que en los toros no todo pasa en el ruedo y a enriquecerse mi cultura literaria y la amplitud de mi vocabulario. Por desgracia, algunas izquierdas moderadas en las que milité y casi todas las menos moderadas a las que ahora me siento cercano no ven más que lo que pasa en la plaza y, acaso más todavía, en los tendidos. Los tendidos se llenan (es una forma de hablar, porque en muchos festejos están medio vacíos) de fanáticos de Vox y del PP que encuentran el ambiente propicio para apropiarse de un hecho que, se niegue o no, tiene un alto componente cultural y cuya tradición no le ha impedido evolucionar para sortear la barbarie de la que proviene, reflejada en los grabados de Goya pero también en fotografías del siglo pasado, cuando la reglamentación era laxa o, simplemente, no existía. Otro componente que espanta a los desafectos es el de rito, porque lo ritual también se ha asociado siempre a lo establecido, a las sotanas, los uniformes y los cadalsos. Pero el rito está igualmente vinculado a hechos irracionales en los que no corre la sangre, como las mascletás, las hogueras, los encierros de reses bravas o las romerías. Celebramos demasiadas conmemoraciones históricas aberrantes que hasta convenimos que sean Patrimonio de la Humanidad, como para deshacernos del hecho ahistórico y atemporal de que un hombre y un animal salvaje se enfrenten en la arena de una plaza con alto riesgo para el primero de ser herido y prácticamente plena certeza de la muerte del segundo, sin apreciar ninguna otra consideración. Se trata de un rito irracional y violento que no nutre a multinacionales cárnicas que nos dan de comer a costa de explotar recursos naturales de los territorios. Los territorios donde habita el toro de lidia son parajes protegidos y cuidados con mimo extremo por sus propietarios y por todo el personal al cargo de las ganaderías de reses bravas. La calidad de vida de los animales no justifica su cruel sacrificio pero este sí requiere de aquella. Las dehesas donde se crían y la atención que reciben no son negocios rentables, sino más bien fruto del empecinamiento de generaciones de familias pudientes (o de toreros destacados que lograron hacerse con un capital suficiente para cultivar su afición y amor al animal, una vez dejaron, por cierto de «torturarlos» en las tardes de corrida).

Se suprime el Premio Nacional de Tauromaquia por la coalición de izquierdas que gobierna, como para alentar a que florezcan premios similares por toda la geografía de gobiernos locales y regionales donde gobierna la derecha (que, no quepa duda, lo recuperará cuando vuelva a mandar en las instituciones estatales, que volverá). No se trata de lo mayoritario o minoritario que sea un evento para calibrar si merece o no el apoyo público. La industria audiovisual tal vez no desapareciera, como decía David Trueba (por comparación con la del automóvil) si desaparecieran las ayudas de la Administración; y otro tanto con las artes plásticas, que mal que bien siempre han sobrevivido; al contrario que con acontecimientos como los campeonatos mundiales de motociclismo y automovilismo, por mucho que se justifiquen inversiones multimillonarias cuyo retorno económico es más que dudoso. De lo que se trata es de proteger un acontecimiento único que no nos representa como nación, por mucho himno y mucha bandera con que lo quieran envolver las derechas. Pero que representa una forma de expresión artística (sangrienta, nadie lo niega), asociada a un riesgo a cuya exposición nadie se ve obligado como sucedía en otros tiempos. Hay más formación universitaria dentro de muchos trajes de luces de lo que algunos querrían ver. Pero sobre todo hay una forma de ver la vida en la que lo importante no es el mañana, el labrarse un futuro, el alcanzar la gloria o la fama, sino el ahora de un momento que, si no tienes la habilidad de saber manejar con cabeza, alma y corazón, puede ser el último.

Es curioso cómo suena ceremoniosamente desde hace algún tiempo el himno de España al comienzo del paseíllo de cada festejo. Es el toque a rebato de quienes desean apropiarse tanto del uno como del otro. Por oposición, en las sueltas matinales de vaquillas que se celebran en Zaragoza en las fiestas del Pilar, lo que suena es el Canto a la Libertad de José Antonio Labordeta. Y a esas horas en el coso de Pignatelli hay gente de todos los pelajes.

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