Tres días y medio después de dejar su casa en Kiev (Ucrania), Arturo Rambla, el zaragozano que escapó ante la escalada de la tensión en la frontera de ese país con Rusia, ya está en la capital aragonesa. Más de 72 horas de viaje en las que, de manera inconsciente, ha dejado de ser una figura anónima para muchas personas por la forma escogida para hacer este trayecto con su mujer y sus dos hijos de 2 y 10 años: por carretera.

"Estoy convencido de que si hubiésemos venido en avión, nadie se habría enterado", explica a este periódico a la mañana siguiente tras su llegada en un céntrico bar de la ciudad donde vuelve a escuchar una canción de Duncan Dhu después de mucho tiempo. "Nada más aparcar el coche, un señor que estaba en un banco cercano me dijo 'hombre, ya estáis aquí, ya habéis llegado'. Me había reconocido, no sé si por verme en televisión o en la prensa", afirma con cierta sorpresa.

Rambla confiesa sentirse abrumado por el interés que ha despertado entre los medios de comunicación y por el cariño y solidaridad recibida de amigos en ambos países, de establecimientos que se han dirigido a él para, por ejemplo, invitarles a comer en su local o "de gente anónima" que se ha ofrecido a prestarles cualquier ayuda necesaria. El ejemplo más paradigmático lo ha transportado en sus manos hasta la cafetería. Un ordenador portátil con teclado en alfabeto cirílico para ayudar a que su hijo mayor pueda continuar las clases a distancia enviado por una empresa de informática.

Es ese el aspecto que más le preocupa del futuro más inmediato. "El viaje son kilómetros, noches de hoteles, maletas...pero lo realmente lo complicado es esta segunda parte. Mi hijo mayor tenía una rutina de estudio, de disciplina, de horarios y esto ahora se ha roto. Es algo importante para el crecimiento de los niños". El pequeño, por su parte, también tiene sus dilemas. "Está preocupado porque si estamos muchos días piensa que va a perder a sus amigos".

Para los adultos, los dilemas son otros no menos importantes. Una de las cosas que Rambla ha dejado atrás ha sido la empresa familiar que creó en 1996 junto con su padre. Originalmente, estaba dedicada a la exportación maderera a España, pero, con el paso de los años, ha virado hacia la compra y distribución de productos de alimentación. Al tratarse de una pequeña empresa en la que solo cuenta con un empleado, el parón de su actividad es prácticamente obligada y, por extensión, la de sus ingresos, reconoce. "Necesito un trabajo, porque ahora estamos tirando de ahorros, pero si esto se alarga en el tiempo es insostenible. Puedo ser útil como comercial o ayudar a empresas interesadas a establecerse en Ucrania".

Los obstáculos para pasar una temporada larga en su ciudad de nacimiento no son pocos. El primero de ellos, encontrar un piso en alquiler si lo necesitaran. "No tengo un cuenta corriente española y ahora mismo no sé si podría demostrar que cumplo los requisitos que se suelen exigir en estos casos", asegura, aunque es optimista en este aspecto, ya que imagina que, de una manera u otra, lo solventarían tirando de sus allegados.

Arturo Rambla, este viernes en Zaragoza JAIME GALINDO

Menos certezas tiene con el destino de su mujer, de nacionalidad ucraniana. "No tiene un visado de trabajo, por lo que tendría más complicado cambiar el estatus en el que está para poder encontrar un empleo aquí".

¿Regreso a la vista?

El zaragozano planea hacer próximamente un viaje "de 3 o 4 días" a Ucrania, esta vez en avión, para coger algunas pertenencias y documentación que se quedó atrás. También para atender cuestiones relacionadas con su empresa, la cual ahora gestiona a distancia y con el soporte del único empleado que tiene allí. Pero, hasta el momento, no se plantean ir más allá.

Una vez llegado a su tierra, confiesa que ve lejano que estalle un conflicto bélico entre Ucrania (o la OTAN) y Rusia, en cambio, explica que prefirió salir del país para "minimizar riesgos". "Hay amigos ucranianos que me han dicho que es una decisión exagerada, pero nadie nos va a dar una medalla por quedarnos", afirma. Esto contrasta con la preocupación de sus amistades y familia aragonesa, que sí veían con preocupación la situación en el país.

En su recuerdo hay una imagen que pesa como una losa: las protestas de Euromaidán en 2013 contra el entonces presidente ucraniano prorruso, Viktor Yanukóvich. "Ahí hubo muertos y oíamos las ráfagas de tiros desde la ventana", recuerda. Ahora, dice, la sensación en Kiev no tiene nada que ver, pero es tajante: "Cada uno asume el riesgo que le da la gana. No nos planteamos volver allí definitivamente hasta que la situación se estabilice".