30º ANIVERSARIO

El Monegros Desert Festival, una diversión sin límites

Más de 52.000 personas desafían al calor y convierten el desierto de los Monegros en la pista de baile más grande del mundo 

Daniel Monserrat

Daniel Monserrat

Cuando Wu-Tang Clan ha salido al Sound System Temple, un espectacular escenario que ha brillado en plenitud cuando el Sol se ha escondido definitivamente en el desierto de los Monegros, miles de personas han enloquecido al ritmo que marcaba desde el escenario. Ya daba igual que el Monegros Desert Festival llevara ya ocho horas en marcha (desde que Paco Osuna diera el pistoletazo de salida) y que aún quedaran muchísimas más. Es lo que tiene el festival del desierto, que todo, absolutamente todo, se vive con una intensidad tan inusitada como si nada de lo anterior hubiera pasado.

Por eso da igual que la temperatura esté muy por encima de los 35 grados, que el Sol castigue con fuerza o que haya que hacer algo de cola para ir al baño o para conseguir agua potable gratuita. Cuando uno cruza la puerta del Monegros Desert Festival lo hace para disfrutar de cada momento como si fuera el último. A eso se refieren los organizadores cuando hablan de una experiencia única.

Gran ambiente en el Monegros Desert Festival

Jaime Galindo

Con la precisión de un reloj

No es una novedad, pero que se lo pregunten a las 52.000 personas que entre este sábado y domingo disfrutan de un festival que es capaz de atraer a gente de 87 países, de desplegar una producción que abruma y más cuando se ve que funciona todo con precisión de un reloj, y de ofrecer cada año alguna que otra novedad.

Para gozar de esta experiencia el desierto, eso sí, hay que ir preparado y eso es algo que también sabían los festivaleros que este año acudieron a la llamada del techno. Los sombreros y las gafas de sol son los atuendos preferidos entre los hombres (aunque algún atrevido apostó por la camisa y el pantalón largo) y el bikini y los vestidos veraniegos son casi una imposición entre las mujeres. A partir de ahí, el baile y la música manda por encima de todo.

«¿Dónde están las 52.000 personas que se suponen que estamos?», le decía un joven a un amigo mientras buscaban el Open Air (uno de los escenarios, por ciertos, más antiguos del festival y que se mantiene año tras año). La respuesta en sencilla, en los diez escenarios repartidos por todo el recinto, de hecho, fueran las cuatro de la tarde, las diez de la noche o las dos de la madrugada era imposible encontrarse con un espacio en el que se pudiera decir que se podía estar tranquilamente. Todos llaman al baile y en todos responde el público en un buen número.

Aún quedan muchas horas por delante, de hecho, el festival se cierra al mediodía de hoy con una sesión de Andrés Campo en la que se barruntaba que podía haber alguna sorpresa llamada Kase.O, pero los asistentes al festival no escatiman esfuerzos en casi ningún momento. Eso sí, las barras son, probablemente, los lugares más visitados incluso cuando se ha hecho la noche y la sensación de sed se ha rebajado ante la ausencia del Sol.

Los accesos al festival ha vuelto a ser este año el punto más débil de la cita ya que se han registrado retenciones ya desde primera hora de la tarde y aún seguían en la entrada desde Zaragoza a última hora de la noche. Es el precio de reunir a 52.000 personas en un desierto en el que cuando no hay este festival no hay absolutamente nada. Milagros no hay... Aunque cuando uno entra y ve lo que es el Monegros Desert Festival se lo llegue a plantear seriamente.