RESEÑA LITERARIA

Crítica de Javier Lahoz de 'Roma en el bolsillo': La dolce vita

El zaragozano Ricardo Lladosa publica una historia sobre cómo recomenzar de nuevo

Ricardo Lladosa, autor de 'Roma en el bolsillo'.

Ricardo Lladosa, autor de 'Roma en el bolsillo'. / FUNDACIÓN IBERCAJA

Javier Lahoz

Entrar en estas páginas requiere estar preparado para patear Roma y dejarse sorprender por sus rincones llenos de ruinas y de belleza. Idas y venidas por la ciudad eterna que ayudan a descubrir la esencia de un mundo que permanece en la lejanía y que combina actualidad y leyenda. Hay líneas que saben a imágenes creadas por Fellini o Rossellini, haciendo del lugar un personaje e invitando a otros tantos, con un toque circense, a aparecer y desaparecer según lo requiere su autor.

No sé yo si ese es el destino más adecuado para alguien que quiere huir de sus rutinas y de sus responsabilidades laborales. Nuestro protagonista es cirujano, y de los buenos, y necesita descansar. Vivir observando cómo la luz se estrella contra la roca. Escuchar cómo se rasga el silencio. Quizás es algo que le viene dado cuando se sabe beneficiario de la herencia de una tía a la que apenas ha tratado, lo que no deja de ser desconcertante. Allí tendrá que reencontrarse con una familia que le es ajena.

Se llama Piero Hermil y se siente rodeado de fantasmas, antepasados que ya no existen más que en fotografías que cuelgan de paredes desnudas. Solo puede recurrir a Lionetta, vieja amiga de los años escolares cuyo número de teléfono todavía conserva. No sé muy bien concretar si Lionetta es digna heredera del surrealismo o del neorrealismo. Es una joven que parece zambullirse en cada ilusión y en cada propósito, y sin embargo despista en su sobriedad. La libertad se asoma a su rostro cuando abre la boca y obliga a que calle él, que en esa nueva etapa, lejos de enfermos y de enfermedades, es engullido por nuevas incertidumbres.

Acción lenta, pausa, a ritmo de diarios

Los capítulos se suceden con rapidez aunque la acción es lenta, pausada, a ritmo de diarios a los que dota de color y significado. Ocurren muchas cosas pero a veces, para que la existencia se transforme, no hace falta salir de escenarios tan reducidos como lo son una calle o una cafetería. Es la mirada lúcida de una decadencia que se palpa en el ambiente, de momentos fagocitados por el ayer y de rostros carcomidos por la vejez y el hastío.

Ricardo Lladosa nos obsequia con su tercera novela tras haber pasado por Madagascar y posteriormente narrar un amor del pintor Odilon Redon. Ahora, no solamente se ha metido a Roma en el bolsillo, sino que a los lectores también. Recorre aspectos de su historia y de su literatura, y no faltan alusiones a clásicos universales, como el homenaje a Edith Wharton y las pinceladas sobre la creación de Frankenstein, ni más ni menos. Es Lionetta la que anda entre libros, descubriendo, descifrando y aprendiendo, una búsqueda diferente en realidad, pues ni siquiera en los entresijos que encierra la cultura se ponen de acuerdo.

Viaje por el infinito

La necesidad de ambos de tomar diferentes direcciones se palpa desde el principio, y así va a continuar, dejando abiertas mil y una posibilidades, asemejándose a aquello que recuerdo de la asignatura de matemáticas en la que nos enseñaban que había dos líneas que no dejaban de acercarse, sin llegar jamás a alcanzarse, en su viaje por el infinito. Más personajes se pasean por la obra. Uno de ellos es el enigmático Jimmy White, poeta cuyo nombre aparece inscrito en una lápida y que conduce a Piero a investigar y a localizar a otro Jimmy White, un surfista con el que coincidirá la pareja protagonista en su periplo español, una circunstancia que bien podría haber salido de la imaginación de Scola o Risi.

A la historia creada por Ricardo Lladosa, y publicada por la editorial Funambulista en un formato que despierta el apetito, le llega también la pandemia. Y las descripciones vuelven en esa intención neorrealista que impera en lo real. Ocurre entonces que lo lejano se acerca y que lo que estaba cerca se marcha. Eso sí, la excentricidad de los primos, tíos y demás familia permanece, hombres y mujeres que caminan entre el humor y la parodia. Lo cotidiano es un filón para la creatividad. Y por todo ello les aconsejo que entren en esta primavera romana, tan intensa como aquella que, salvando las distancias, vio la luz de la mano de Tennessee Williams. 

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