FERIA DEL PILAR

Crítica de la octava Feria del Pilar: Guajiro, el toro de la feria, encumbra a De Justo

La corrida de Moisés Fraile se dejó la vida en el caballo llegando apagada a las muletas de Alejandro Talavante o de Pablo Aguado

Carmelo Moya

Carmelo Moya

Recién deshecho el paseíllo de la octava función de la feria del Pilar en la plaza de toros de Zaragoza, la mirada de muchos de los aficionados –no del público de ocasión– estaba pendiente de la reacción del grupo del tendido 4 que anteayer mostró la pancarta con el manifiesto en contra la gestión de la empresa Zúñiga & toros, SL.

Pero pasaban los minutos y hubo calma. «Serán las selectivas tomas de filiación que la Policía Nacional llevó a cabo a la salida de la corrida de ayer», apostaban unos; «¿con qué justificación y finalidad van a pedirles los papeles a unos espectadores, además abonados?» abundaban otros; ¿quién los ha enviado a realizar tal servicio?

Todas las especulaciones se despejaron cuando en la parte alta del tendido 6 apareció otra sábana cuya inscripción rezaba: «Plaza de primera con empresario de tercera. DPZ, culpable». O sea que la cosa ya no sólo es monopolio de unos pocos, es ya una corriente que tiene una base más sólida y popular y no se trata de la fijación de media docena de chalados con ganas de enredar.

Y el escenario no era el de días pasados. Un aluvión de público abarrotaba –sin llegar al lleno total porque se devolvieron en torno a las doscientas entradas por la baja de Morante de la Puebla– el coso. En chiqueros, una corrida con el hierro de El Pilar que había pasado el reconocimiento en su totalidad, lo que en esta feria constituye en sí una noticia reseñable.

Basta decir que, de las dos corridas que restan por celebrarse, hasta la del domingo (de rejones) tiene también en su primer reconocimiento varios animales cuestionados. Y así todo.

Pero por encima de las manifestaciones del público, con el reglamento hiperpresidencialista aragonés en la mano, el señor del palco es autoridad absoluta e incontestable. Por la mañana, en corrales y por la tarde en el palco con los moqueros en la mano. De este modo volvió a patinar con estrépito el neófito Jorge Moreno, quien fue incapaz de devolver hasta tres toros por manifiestamente inválidos (3º, 4º y 6º) y otro, el primero, también en un lamentable estado físico.

El presidente no mostró el pañuelo verde (devolución) en toda la tarde y menos el azul

La verdad es que la corrida se dejó la vida en el caballo. Sobre todo en los primeros puyazos. Como ese primero que descolgó tanto en el capote de Talavante antes de empujar como un bulldozer, abajo, fuerte, recargando. De ahí salió casi gateando, arrastrándose, como sin vida.

El perrete que sorteó en cuarto lugar que se tapaba por la cara (si le bajas el manillar de la bici parece un utrero). Tan despierto estuvo que lo recibió con fuegos artificiales (largas afaroladas encadenadas con chicuelas y demás) para que la peña se olvidara del tamaño mini de ese Joyito cinqueño que agonizó con una constante pitada de fondo. Vamos, que se marcó un McGuffin en toda regla.

Pablo Aguado tan sólo pudo gozarla en un quite ajeno, andándole al toro por la cara y rematado con media verónica, mecida, arrastrada, traída desde allá. Lo demás fue pajarear ante un lote birrioso, sin fuerzas ni emoción.

Y saltó por fin el toro de la corrida y de la feria. Guajiro, un bichejo metido en el cuerpín de un utrero, poquita cosa, muy protestado pero que hizo valer su condición de bravo a lo largo de una lidia sin descansos en la que se arrancaba hasta sin citarlo, siempre por abajo, largo, profundo. Soberbio.

Ya le ganó los terrenos de salida con el capote Emilio de Justo viajando hasta los medios. Qué poderosa pelea en el caballo en ese primer puyazo. A él sobrevivió arrancándose de lejos, desde las tablas a la válvula donde le esperaba de rodillas el torero. Tan ciego en la embestida que le hizo levantarse al segundo viaje. Se lo comía.

Luego vino la borrachera, todo a izquierdas (apenas hubo una breve tanda de justificación por la derecha). El toro, cuando dobló, aún tenía otra faena. Guajiro puso el 60 y el torero el 40%. Y el palco, que no había encontrado el pañuelo verde en toda la tarde, tampoco halló el azul de la vuelta al ruedo.

Una apoteosis que nada tuvo que ver con su labor en el segundo de la tarde con el que De Justo salió a empatar y claro, apenas logró pasar del medio muletazo. El presidente Jorge Moreno negó acertadamente la oreja a Emilio de Justo en su primero pero debió haber devuelto al menos tres toros (3º, 4º y 6º). Ocupó el palco de honor el diputado delegado de la plaza de toros José C. Tirado.