Más gente con corazón

La amabilidad es una virtud, es decir, un hábito operativo bueno: hacer el bien a los demás

Rafael Sánchez Sánchez

Rafael Sánchez Sánchez

Oía música en una emisora de radio y pusieron una canción de finales de los años sesenta del siglo pasado que me alegró el corazón. Quienes ya tenemos unos años la recordaremos perfectamente. Se titula: Viva la gente. Hay muchas versiones y desconozco quién es el autor de la letra, pero recomiendo escucharla y prestarle atención. Ese día a mí se me quedó grabado el párrafo que dice: «Habría menos gente difícil y más gente con corazón». Pensé en la sociedad actual y en la amabilidad que nos profesamos unos a otros. En cualquier ámbito de la realidad humana, la interacción entre las personas es un hecho evidente que ofrece muchas aristas, para bien y para mal. En general, todos intentamos vivir unas normas de cortesía, seguramente, aprendidas en la familia, en la escuela o por uno mismo. Pero la realidad es que la urbanidad o el civismo en los tiempos actuales abunda poco.

En marzo se celebró en Zaragoza el Festival Mundial de la Felicidad y en mayo tendremos en nuestra ciudad el V Congreso Internacional de Inteligencia Emocional y Bienestar, organizado por la Asociación Aragonesa de Psicopedagogía, y a esto se suma una gran cantidad foros donde se conciencia y se promueve una educación que propugne la mejora humana en su vertiente emocional, psicológica, sociológica, etc.

Hoy, en este artículo, deseo centrar la atención en la amabilidad, que, en mi opinión, es de mayor riqueza que el civismo. Este conlleva la aceptación de un comportamiento ciudadano que respeta las leyes y el funcionamiento de la sociedad, sin embargo, la amabilidad con su riqueza antropológica y psicológica va mucho más allá en el difícil camino de las relaciones humanas.

La amabilidad es una virtud, es decir, un hábito operativo bueno que consiste en hacer el bien a los demás, con independencia de quiénes sean. Es una disposición habitual de apertura, que se concreta en un comportamiento agradable, educado y afectuoso hacia las personas, con la doble consecuencia de la satisfacción propia y ajena.

Para que la amabilidad sea efectiva y coherente se necesita conjugar tres aspectos de nuestra personalidad: la inteligencia para conocer, comprender y concienciarse de que siempre debemos hacer el bien; la afectividad para que nuestro corazón sea generoso, abierto y compasivo con el otro; y la voluntad para realizar acciones concretas que hagan la vida agradable a los demás. Si nos paramos a contemplar la naturaleza humana, si consideramos que somos animales sociales, si experimentamos en nosotros una interioridad, si sabemos que somos seres abiertos a los otros mediante nuestros pensamientos, palabras, obras, gestos…, entonces nos percataremos de la maravilla que supone ser personas que pueden hacer de su vida una obra de arte: el arte de ser felices.

Ahora, mientras lees este artículo, tu interioridad está trabajando, va recibiendo este mensaje y tú lo vas conformando en consonancia con tu cerebro y tu corazón, vas ajustando las ideas que aquí se expresan con tu experiencia humana, y tú, finalmente, te preguntas a ti mismo cómo llevas esto de la amabilidad.

Cuando esta interioridad está afectada por disrupciones en el ámbito emocional, nos encontramos con personas cuyas relaciones humanas se ven enturbiadas por asperezas, rencores, sarcasmos, malas caras, antipatías, brusquedades y descortesías.

En este tipo de ambiente enrarecido solo cabe ahogar el mal con abundancia de bien, es por ello que la amabilidad, en estos casos, actúa como una fuerza que penetra en el corazón de los demás con acciones concretas en la vida cotidiana, como por ejemplo: ofrecer una sonrisa amable a quien tenemos cerca, darle conversación y compañía a quien por las razones que sean se encuentra solo, estrechar la mano de las personas con fuerza interior, mirar a los ojos de los demás con alegría, abrazar con sentimientos verdaderos, pensar bien de la gente, evitar las críticas destructivas, en definitiva, anticiparse a las necesidades de los otros y comportarnos con los demás como nos gustaría que lo hicieran con nosotros. Consigamos que haya menos gente difícil y más gente con corazón. ¡Viva la gente!

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