Volver

Ángela Labordeta

Ángela Labordeta

Volver es nombre de tango y también es el sentir de los pueblos. Volver tiene los días contados y su eco se estremece en los pasos de los que no saben si volverán. Volver es una utopía para las gentes de Nagorno Karabaj que recientemente abandonaron sus casas y sus tierras y vagarán por el mundo sabiendo que no volverán y lo es para los habitantes del norte de Gaza que se atropellan por alcanzar el sur y la frontera con Egipto en desesperada huida ante los ataques de Israel. Volver es la furia ante el atropello del tiempo y es desesperado cuando las puertas se cierran y las ventanas se hunden bajo los tejados agrietados y huecos. Te dije que volvería y era verdad, pero estamos hechos de volveres que no regresan y de regresos que nunca vuelven y así siempre deseamos volver a esos brazos que ya no nos abrazan, a esos besos que ya no nos besan y a esas casas que ya no nos amparan y que son el recuerdo de todas nuestras constantes y de muchas de nuestras pesadillas.

Volver sobre nuestros pasos no tiene sentido cuando no queda nada detrás de ellos y solo hay piedras amontonadas y muertos en los cementerios por decisiones que otros tomaron para que volver resultara imposible y ahora simplemente el agua que ya no existe cubre todo lo que tampoco está. Había que volver, había que volver a la vieja casa que padre levantó y comprobar que ya no quedaba más que el susto del tiempo sobre sus tabiques y ni siquiera las telarañas anidaban en sus cornisas.

Volver es olvidar que una vez estuviste y quizá eso es lo más doloroso, porque nunca vuelves al mismo lugar ni a la misma persona ni al mismo paisaje y en ocasiones volver es ir y venir sobre un cuadro restregado que no es más que el color de tu propia vuelta que no llegó a producirse, porque encontrarse en una polvorienta carretera con toda la vida sobre un destartalado vehículo avanzando hacia el no volver es cruel y fractura uno a uno los recuerdos y deshilvana las vidas vividas hasta entonces y enfrenta a un nuevo estar que ojalá en un tiempo adquiera el calor del volver, porque si existe un lugar al que volver existe la esperanza y se derrite la rabia.

Había que volver sobre el mar, lo dijiste muy despacio y en voz baja, porque, añadiste, es el único lugar al que siempre podremos volver. Aquella mañana te habías marchado para no volver y volver dejó de ser importante, era un sarpullido en la memoria y un arañazo en el corazón. Volver.

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