Sala de máquinas

Cuentos cerveceros

Juan Bolea

Juan Bolea

Una de las técnicas narrativas más difíciles de poner en práctica, incluso para los más avezados creadores de ficciones, radica en vertebrar la narración por medio de elementos que, sin ser puramente literarios, ni propiamente narrativos, logran construir en la lectura de ese libro o en la visión de esa determinada película una arquitectura temática tan apropiada como eficaz.

Sería el caso, por ejemplo, de Amores perros, del mexicano González Iñárritu, aquel film en el que varias historias de dueños de perros, y de los propios canes, se sucedían en una capital mexicana donde la diferencia de clases afectaba incluso a las mascotas. También, sin abandonar el cine, Smoke, aquel pequeño prodigio de Wayne Wang ambientado en un estanco de Brooklyn, con guion de Paul Auster. En literatura, los ejemplos serían casi infinitos. Desde las ballenas del capitán Ahab, las caracolas de Pablo Neruda, las espadas y los tigres en los cuentos de Borges, a las casas encantadas en los de Poe o a los gallinazos en las novelas de García Márquez

En esa línea, Tres cuentos cerveceros y un pan de jamón (editorial Jekyll & Jill), libro nacido con el impulso de la marca Ámbar, tan arraigada a Aragón, pero tan nacional, propone una lectura transversal con la cerveza como eje rotor de tres relatos que no tienen nada que ver entre sí, pero cuya lectura consecutiva, individualmente y en conjunto, arroja una luz compartida, la sensación de que un hilo invisible de seda ha cosido todas esas historias con la mágica aguja de la fantasía.

Las ilustraciones de Alejandra Acosta agregan un encanto añadido a la originalidad y misterio de los tres relatos «cerveceros», magníficamente escritos, firmados por Andrea Valdés, Adriana Bertorelli y Nuria Mendoza. Catalana la primera; venezolana, la segunda; andaluza, aunque neoyorquina de adopción, la tercera.

Una lectura breve, chispeante, que pretende, en el fondo, estimular y gustar tanto como una espumeante caña o una pinta bien tirada, de las que anima la salud y despierta la alegría de cualquiera. Un libro distinto nacido para invitar a leerlo con la misma pasión a flor de página que por la cerveza hecha en Zaragoza y que se reivindica —¡gracias, Enrique Torguet!— con sabrosos sorbos de imaginación y buen gusto.

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