APUNTES AL MARGEN

Piñata de ‘Perro Sanxe’

Alfonso Alegre

Alfonso Alegre

Hay eventos de la actualidad que no son especialmente importantes, pero reciben una atención mediática desmedida. En ocasiones me gusta esperar un poco para comentarlos porque hay cosas que reposadas son mejores. La pasada Nochevieja un grupo de tarados decidió que Ferraz es la nueva Puerta del Sol para celebrar las campanadas y que en lugar de uvas se golpea un muñeco de Pedro Sánchez o Perro Sanxe como les gusta decir a ellos. Se ha escrito mucho sobre esto ya y a mí me gustaría enfocarme en dos aspectos. El primero es la brutal atención mediática que han recibido estos frikis, así como la que recibieron los pocos centenares de personas que la liaron en Ferraz durante un par de semanas. Supongo que el madridcentrismo, el espectáculo y la viralidad en redes de las protestas, por los extemporáneo de las mismas (putodefender España), atraparon el foco mediático. Esto debería hacernos reflexionar sobre la popularidad relativa de las noticias en las que su relevancia tiene que ver con el grado de espectáculo y no con su importancia.

El segundo tema es el de la libertad de expresión. Hay quien ha pedido emprender acciones legales contra el convocante de la Nochevieja Piñata. Yo, sin embargo, pienso que la libertad de expresión tiene que tener límites más amplios y que si alguien quiere pegarle a un muñeco, aunque sea feo, zafio o incluso denigrante, no debería ser considerado infracción penal. Ahora bien, vivimos en un país donde unos titiriteros fueron encerrados en prisión preventiva cinco días porque un títere dijo Gora Alka-ETA en una parodia. Donde colgar un muñeco de Abascal ha supuesto una condena de ocho meses de cárcel. Donde hay gente en la cárcel por decir que Juan Carlos es un ladrón. Donde se condenó a una multa de 2.700 euros por quemar una foto del Rey. Donde se ha condenado a cantantes a penas de cárcel por tuits humorísticos sobre Carrero Blanco. Donde se censuró y retiró una revista porque había una caricatura de los reyes. Pienso que nada de esto debería haber sido considerado delito.

Del mismo modo, pienso que tampoco debería ser delito la macarrada de la Nochevieja. En todo caso, lo que resulta curioso es que la atención judicial a este tipo de cuestiones cojea más de un pie que de otro. El fusilamiento de un muñeco de Puigdemont, la necesidad de fusilar a 20 millones de españoles, los «a por ellos», o acusar al padre de Pablo Iglesias de terrorista, no acabaron en condena alguna.

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