Opinión | LA RÚBRICA

‘Interrogacciones’

Invertimos recursos ingentes en generar dudas y escatimamos minucias de inteligencia para confirmar evidencias

Estamos tan convencidos de las dudas ajenas como de las certezas propias. Tenemos una habilidad especial para transformar las interrogaciones sobre otros en exclamaciones contra los demás. Las vacilaciones de quienes nos rodean son nuestra muralla impermeable de seguridad. Esta es la razón por la que dedicamos más esfuerzo en debilitar el esqueleto existencial del resto, que en fortalecer nuestro cimiento vital. Invertimos recursos ingentes en generar dudas y escatimamos minucias de inteligencia para confirmar evidencias. Sabemos que las preguntas ayudan a encontrar respuestas. Pero preferimos contaminar las cuestiones para pervertir las conclusiones.

La curiosidad es la duda del conocimiento que lleva a la razón. En cambio, el infundio asesina la sabiduría al envenenar los caminos que buscan la verdad. Las creencias son falsas porque no se sostienen en preguntas, sino en suposiciones de respuestas previas que no permiten la duda. Las religiones no suscitan interrogantes. Más bien provocan inseguridades y miedos con los que alimentan seguidores y engordan a sus líderes. Todo lo que no es cuestionable es refutable, pero lo dudoso es comprobable. La ciencia crece entre ensayos fallidos y errores repetidos. Los fogones de las dudas han cocinado el menú de la erudición que se basa en la materia prima de la cultura.

El triunfo de la falsa certidumbre genera una epidemia de indecisiones. La normalidad de los titubeos se convierte en trastorno. De este modo, la patología se apodera de un comportamiento habitual en el que la ansiedad es la okupa de muchas vidas. Entre la trascendente duda cartesiana, y la frívola opción cotidiana que nos lleva a elegir sólo o con leche, los problemas acechan más cerca de la barra del bar que de la escuela de filosofía. La incapacidad de elegir nos limita, porque es nuestra responsabilidad. La imposibilidad de hacerlo, ante una máquina de café rebelde, nos quita el peso de responder a la mirada inquisitiva de la autoridad hostelera.

Somos seres dubitativos porque pensamos con racionalidad. Ejercemos de animales aseverando con rotundidad. Y repartimos maldad propagando dudas insidiosas para boicotear la realidad. Es más peligroso difundir interrogantes que mentiras. Las primeras, aparentan verosimilitud porque las digiere quien las traga sin masticar previamente con escepticismo crítico. Las falsedades se asumen o se desmontan, con facilidad, como productos que llegan ultra procesados por las fábricas de embustes

Una duda es tan honesta como su respuesta, aunque ésta sea inexistente. Las preguntas generan acción, son interrogacciones. Ahora, las conjeturas son pasivas y sus contestaciones vienen incluidas por defecto en la resolución del jeroglífico. Tras pensar que descubrimos por nuestros propios medios, conclusiones que ya venían diseñadas de fábrica, nos convertimos en apóstoles de la sospecha y cómplices de la especulación.

Estamos huérfanos de preguntas y sobrados de presunciones malintencionadas que asfixian las alternativas. El egoísmo nos hace pensar que las personas somos las respuestas de la vida. Sin embargo, el nacimiento y la muerte son, respectivamente, los signos de inicio y cierre de la pregunta que lleva cada historia personal que discurre entre ambos símbolos.

Son días para recordar los bulos del odio que sembraron de falsas respuestas las preguntas que nos hicimos tras los atentados terroristas del 11M. En cambio, tras las indicaciones de Aznar, se censuró la entrevista que grabó Bush en TVE. Allí, se interrogaba sobre la autoría de un atentado, que ya situaba más cerca de las alejadas montañas y desiertos que con tanto afán ocultó la mentira oficial del PP.

Prefiero seguir haciéndome preguntas que me ayuden a impulsar la mejor convivencia entre españoles, tras un buen acuerdo para la reconciliación en Cataluña y un futuro común. Estoy más cómodo dudando sobre qué medidas ayudarán más a los desfavorecidos de mi país a ser más felices. Me pregunto cuál será la mejor forma de avanzar en derechos e igualdad. Una duda razonable es más sensata que un axioma impepinable.

Los profetas del apocalipsis conservador dan la misma respuesta para todos los males, que se resumen en uno. No tener el respaldo de la mayoría democrática en las elecciones. Poca confianza da que las derechas no tengan remedios sino desgracias. Sólo ha faltado ver a sus colegas y socios boicotear, contra las mujeres, las declaraciones institucionales del 8 de marzo. Con esa respuesta, no hay más preguntas señorías.

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