No tuvo nada que ver con lo que se sentirá hoy en Valencia. Ni mucho menos, claro. Ayer eran doscientos y hoy habrá once mil zaragocistas desgarrando sus gargantas para agarrar a su equipo a Primera. La voz de la afición empezó a sonar ayer a eso de las cuatro de la tarde en Asín y Palacios, en la parte de atrás de las oficinas zaragocistas, junto al garage, donde estaba parado el autocar que depositó al equipo en el hotel en el que prepara la última batalla. Allí también fue recibido por zaragocistas. Eran menos pero competían en fidelidad.

Fue una despedida diferente, sin duda. Modesta pero enorme. Acostumbrados a despachar la salida con un par de autógrafos por aquí y tres o cuatro fotos por allá, los jugadores recibieron ayer un cálido adiós. Todos, excepto los tres o cuatro que llegaron hasta el autobús caminando, siguieron el mismo proceso. Llegaban en coche a la entrada del garage y, sorprendidos, miraban la felicidad en los rostros de los suyos, que les abrían camino hasta la puerta. Accedían, dejaban su vehículo, salían por el mismo sitio y eran agasajados con aplausos, cánticos y muestras de ánimo.

Fue apenas un cuarto de hora, hasta que la expedición arrancó con puntualidad a las 16.45 horas. Pero fueron quince minutos fascinantes, conmovedores, en los que Aguirre recibió un atronador aplauso, igual que Lafita y Gabi. O Ander, al que le corearon el nombre poco antes de decirle adiós para siempre. La despedida, a él y a todos, se puede imaginar. Es lo mismo que hoy sonará en Valencia: "Alé Zaragoza, alé alé".