La opinión de Sergio Pérez

El decisivo intervencionismo de Velázquez en el Real Zaragoza

Julio Velázquez fue intuitivo y rápido en su toma de decisiones después de su mal debut en Albacete, donde el Real Zaragoza tocó fondo. El entrenador estuvo ágil táctica y emocionalmente. La receta fue un cambio de modelo con el que el equipo se siente visiblemente más cómodo y los mejores futbolistas están volviendo a asomar. Contra el Amorebieta, este domingo, el equipo tendrá otra oportunidad más para confirmar su recuperación y que, ahora sí, está bien orientado

Julio Velázquez, en el banquillo en el partido ante el Leganés en La Romareda.

Julio Velázquez, en el banquillo en el partido ante el Leganés en La Romareda. / JAIME GALINDO

Sergio Pérez

Sergio Pérez

De las primeras cosas que Julio Velázquez descubrió sobre sí mismo cuando se sentó en la sala de prensa de La Romareda para presentarse a su nuevo público, una dibujó de manera clara el perfil profesional del protagonista. Velázquez desveló que conocía al detalle al Real Zaragoza porque había visto todos sus partidos sin ser ni juez ni parte. Aquello se entendió como un entrenamiento activo en el paro por si el teléfono sonaba algún día.

El teléfono sonó después de la hecatombe contra el Huesca, la tumba de Fran Escribá. Al otro lado del aparato, Juan Carlos Cordero. El ok de Raúl Sanllehí y del consejo de administración sirvió para cerrar una etapa de modo irremediable y abrir la siguiente. No fue un farol lo de Velázquez. Su conocimiento del Real Zaragoza era profundo y constatable desde que pisó la Ciudad Deportiva.

Sin embargo, tanto estudio previo no le sirvió de mucho el día de su debut en Albacete, donde mordió el mismo polvo que se le había atragantado a su predecesor. El equipo fue ampliamente superado: recibió 18 disparos y apenas se acercó al área rival. Ese descalabro, continuidad del anterior en el derbi, llevó a Velázquez a realizar una reflexión profunda en la semana posterior. Lo que él había visto por televisión no se arreglaba sin entrar más a fondo y con solo una mano de pintura superficial. El camino tenía que ser otro.

El entrenador fue intuitivo y rápido en su toma de decisiones. Estuvo ágil táctica y emocionalmente. La receta fue un cambio de modelo, una línea de cinco con tres centrales ordenados con criterio e inteligencia (Mouriño y Francés en los costados y Jair en el centro para apartarlo del inicio del juego), dos carrileros, con Valera por la izquierda ante la ausencia de laterales puros en ese flanco, junto a un bloque de cuatro centrocampistas en el medio, los mejores de la plantilla (Aguado, Moya, Francho y Maikel Mesa) y la velocidad, trabajo y movilidad de Mollejo en punta.

El resultado ha sido realmente bueno: victoria ante el Leganés y empate en el campo del Espanyol con un Zaragoza mejor posicionado en todas las alturas, más versátil y sintiéndose visiblemente cómodo. Un acierto táctico que ha servido para ir recuperando futbolistas claves en esta plantilla que estaban perdidos en la inmensidad de sus propias frustraciones e inseguridades.

El equipo tocó fondo en Albacete. Velázquez lo sintió en sus propias carnes e inició una nueva senda, fructífera por el momento gracias a la recuperación de la seguridad defensiva, de la consistencia colectiva y de una mejor estructura en casi todos los niveles (al plan aún le falta ser más expansivo ofensivamente). El Real Zaragoza ha repuntado en estas dos últimas jornadas gracias al intervencionismo de su entrenador. La flecha que apuntaba hacia abajo, mira ahora hacia arriba. Contra el Amorebieta, en el norte, el equipo tratará de confirmar este domingo que ahora sí está bien orientado.