TECNOLOGÍA Y EDUCACIÓN

Un abuso que no preocupa y las odiosas comparaciones

Un grupo de universitarias reconoce su adicción al móvil y se excusa en que «son los tiempos que les toca vivir»

«Estás más atenta de tu vida virtual que de la real», dicen

Un grupo de jóvenes consulta sus teléfonos en las instalaciones del Campus San Francisco.

Un grupo de jóvenes consulta sus teléfonos en las instalaciones del Campus San Francisco. / EL PERIÓDICO

El Periódico de Aragón

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Lo que hace unos años podía ser una imagen inentendible, un grupo de jóvenes sentados alrededor de una mesa pero cada uno con la mirada fija en su teléfono móvil, es ahora el pan de cada día de las reuniones de amigos y compañeros de clase. Esa es la situación que se puede contemplar sin mucho esfuerzo si uno pasea por las inmediaciones de las universidades y lo que también sucede alrededor de los centros educativos en Zaragoza.

Gloria, una chica de 20 años y estudiante de 2º de Magisterio, ante tal estampa, sale a justificarse. «Es que estábamos hablando por un grupo de clase en el que estamos todas», se defiende. El resto de sus amigas asiente con la cabeza. En donde la estudiante ya no pone excusas es en reconocer sin ningún pudor el abuso que hace del móvil. «Sabemos que es una cosa que está mal y a la larga es perjudicial, pero es lo que hay», explica con gesto resignado.

En ese grupo de compañeras, la media de uso del móvil es de unas siete horas diarias. No mienten, porque es un dato que muestran en la configuración de su smartphone. Aunque es cierto que también tiene su utilidad para fines académicos, Gloria y sus amigas reconocen que la mayor parte de ese tiempo lo pasan en sus redes sociales. Instagram sigue siendo la aplicación reina entre los jóvenes universitarios, aunque Tik Tok comienza a pisarle los talones. «Ahí entras y es complicado salir. Sabe lo que quieres ver. El algoritmo ese es una pasada», afirma otra estudiante del grupo acerca de esta última red social.

Sin embargo, en donde más relaciones sociales se establecen, obviando WhatAapp, es en Instagram. Con los planes que habían hecho durante el puente de diciembre todavía en la mente, las futuras profesoras admiten haber dejado rastro a través de publicaciones (o stories). De nuevo Gloria no tiene problema en enseñar su teléfono. Con más de 1.500 seguidores, su última publicación cuenta con más de 400 me gusta. «No es de las que más ha tenido», subraya.

"El postureo manda"

Es ahí donde entran las comparaciones, las odiosas comparaciones. «Al final el postureo manda», reconocen todas entre risas cómplices. Por lo que cuentan se ha instalado entre los más jóvenes casi un axioma de que si lo que haces no lo enseñas es como si no lo hubieras disfrutado. En ese mundo de comparación constante es cuando pueden aparecer los problemas de salud mental. «Tanto como problema no, pero sí que hay veces que te das cuenta de que estás más pendiente de tu vida virtual que de la real», reflexiona Gloria.

Aunque, con unanimidad, el grupo de universitarias asegura que su reconocida adicción al teléfono no les ha afectado en su rendimiento académico. «Aunque yo lo tengo que tener fuera de la habitación cuando estudio, si no no me concentro», confiesa Mónica. «Me permito mirarlo cada hora», añade. Cuando no se separan del móvil es en las horas de descanso. La mayoría reconocen dormir con el teléfono bajo la almohada y que lo último que hacen antes de dormir es utilizarlo. «Hasta que me entra sueño estamos hablando por WhatsApp o cotilleando y dando vueltas por las redes», dice Gloria, aunque eso no considera que le afecte en la calidad del sueño.

Siendo conscientes a la perfección del abuso que realizan, da la sensación de que los jóvenes, al menos este grupo, no ven demasiados inconvenientes en ello y se escudan en que «son los tiempos que les ha tocado vivir». Unas vidas que pasaron por una pandemia prácticamente olvidada por la mayoría de ellas y de la que afirman tajantemente que no les ha dejado ninguna secuela mental. «Seguramente queda mal decirlo en voz alta, pero yo el confinamiento lo recuerdo con cariño», rememora Mónica. Una afirmación que no sorprende a sus amigas, que subrayan que el coronavirus llegó en su año de selectividad. De hecho, de manera algo frívola, se alegran de que la pandemia les hiciera vivir experiencias nuevas: «El virus nos dejó anécdotas que no se pueden contar».

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