El Visor de Chus Tudelilla: Parque de Buenavista

La historia del lugar comienza en el plano de 1880 que acompaña al Anteproyecto de Ensanche Parcial de la Ciudad, redactado por el arquitecto Félix Navarro

Cabezo de Buenavista  Jardín de invierno , 1921.

Cabezo de Buenavista Jardín de invierno , 1921.

Chus Tudelilla

Chus Tudelilla

La historia del Parque de Buenavista comienza en el plano de 1880 que acompaña al Anteproyecto de Ensanche Parcial de la Ciudad, redactado por el arquitecto Félix Navarro a petición del alcalde de Zaragoza, Marcelo Guallart y Beguer. En la propuesta urbanística de Navarro, que analizó Isabel Yeste, el lugar destinado al parque ocupa lugar principal y es motivo de una nota aclaratoria: «El presente croquis sólo tiene por objeto exponer la primera idea del Parque de Zaragoza, por lo tanto no deben buscarse aquí las soluciones más o menos acertadas que caben…»; lejos de entrar en conflicto, su propósito fue el de ofrecer una solución a una ciudad herida de acuerdo con los planteamientos que regían la creciente modernización de las urbes en cuya fisonomía parques, jardines y paseos eran las imágenes que permitían conciliar naturaleza y arquitectura para el esparcimiento de la población, conforme a las teorías higienistas de aquel tiempo. La frontera natural del Ebro aconsejó a Navarro fijar el crecimiento de la ciudad hacia el sur, en los terrenos de la Huerta del Convento de Santa Engracia y zonas de alrededor, próximos a la ciudad construida y organizados en torno al parque con diferentes accesos y entrada principal por la plaza de Santa Engracia. 

El proyecto de Navarro no se realizó y en octubre de 1903 surgieron voces reclamando un parque para la ciudad, que lo necesitaba como «un pulmón para oxigenar y sobrellevar las angustias que originan sus tortuosas calles y sus raquíticas plazuelas». El parque era imprescindible y, al tiempo que se proponía su posible localización en la árida e ingrata explanada de Cuéllar, 'Heraldo de Aragón' solicitó la opinión de personas autorizadas cuando se confirmó que el alcalde Amado Laguna estudiaba un proyecto de parque en la falda del Cabezo de Buenavista. A Félix Cerrada la idea le pareció estupenda por razones de higiene y esparcimiento, pero consideró que el momento no era el adecuado, pendientes como estaban obras más urgentes como el saneamiento de la ciudad. Antonio Royo Villanova mostró su acuerdo con Cerrada, aunque la principal pega era la distancia del lugar elegido. Por el contrario, la situación del Cabezo de Buenavista ofrecía, en opinión de Dionisio Lasuén, la posibilidad de una intervención artística variada y atractiva, aunque lo que verdaderamente urgía era la construcción de casas económicas, un asunto que preocupaba ya a Félix Navarro en su proyecto de 1880. Bien sabía Navarro el retraso que, por discusiones estériles y escollos derivados de las obligadas expropiaciones, sufrían tantas cosas pendientes en la ciudad; sobre el parque, mostró su conformidad, pero la lejanía del lugar no le convencía. En líneas generales, los arquitectos Luis de la Figuera y Julio Bravo expresaron su acuerdo, si bien pusieron de manifiesto la necesidad de que el trazado se integrase en un plan general de crecimiento de la ciudad.

Vista de Zaragoza desde el Cabezo de Buenavista, 1924.

Vista de Zaragoza desde el Cabezo de Buenavista, 1924. / ARCHIVO AYUNTAMIENTO DE ZARAGOZA

Plantación de árboles y arbustos

El 27 de marzo de 1905 'El Noticiero' informó sobre la plantación de árboles y algunos arbustos, así como de las exitosas gestiones que el ayuntamiento mantenía con el Canal, dueño del Cabezo de Buenavista, lugar pintoresco y paraje privilegiado, donde se proyectaba establecer el parque, cuyo plano se presentó a fines de aquel año. Como en 1908 el parque seguía sin construirse, y la Exposición Hispano-Francesa evidenció las ganas que la ciudad tenía de socializar en un lugar grato, ameno y cuidado, volvieron a oírse las voces de quienes lo reclamaban en un lugar de cómodo acceso, como la Huerta de Santa Engracia. No obstante, al Cabezo de Buenavista acudían quienes deseaban oxigenar sus pulmones, observar los eclipses, celebrar las fiestas campestres que empezaron a organizarse, o disfrutar de tan singular paisaje que hizo las delicias del grupo de botánicos de la Universidad de Ginebra a quienes Longinos Navas acompañó en su excursión. Pocas noticias reseñables hasta 1911 cuando, a iniciativa del concejal Vicente Galbe, las obras del parque tomaron nuevo impulso que afectó a la plantación de pinos, hierbas aromáticas, diseño de paseos, jardines, alamedas... Convertir la vieja gravera en un jardín de invierno fue el sueño de Galbe. En 1916 el Cabezo de Buenavista estaba tan de moda que se presentó la idea de prolongarlo a los terrenos que estaban en su frente, propiedad del ayuntamiento, uniéndolos mediante una pasarela. Las reformas que posibilitaron disfrutar del paseo y respirar aire puro, lejos de la ciudad maloliente, revelaron la necesidad de introducir mejoras: acceso directo del tranvía, alumbrado, fuentes, urinarios, bancos o restaurante…, y aunque tardaron en llegar, el Cabezo de Buenavista perdió su nombre para ser conocido como Parque de Buenavista.

Parque de Buenavista, 1933.

Parque de Buenavista, 1933.

En febrero de 1922 el arquitecto municipal M. A. Navarro y el ingeniero municipal Lóbez presentaron en el Mercantil los proyectos de ensanche, alcantarillado, cubrimiento del Huerva y gran parque, ilustrados con proyecciones a cargo de Tramullas. El golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera, que se veía como «el cirujano de hierro costiano», favoreció los proyectos de Zaragoza e impulsó la construcción del parque. Aquel año se inauguró el restaurante Las Palmeras, a cargo de Antonio de Cabo que amplió los servicios de restauración, abiertos desde las cinco de la mañana a las tres de la madrugada, con una programación musical del gusto de su clientela refinada. Y en diciembre comenzaron los trabajos preliminares del Parque de Zaragoza proyectado por Miguel Ángel Navarro en los terrenos contiguos del Cabezo de Buenavista con el trazado de las calles laterales y central; la apertura de hoyos para el arbolado; la apertura de lagos y construcciones decorativas en la plaza central. Martín Augustí, director de Agronomía Municipal, detalló algunos aspectos de la planimetría del parque y aclaró que era la consecuencia del trazado de la Gran Vía: para que esta cumpliera el fin que su nombre indicaba era preciso que condujera a alguna parte, y como se perdía en medio de los campos se pensó enlazarla con el Cabezo de Buenavista. Respecto a los detalles paisajistas, señaló que, en un principio, y por desorientación, se había pensado solicitar el consejo de especialistas extranjeros pero que finalmente, y con buen criterio, el Ateneo decidió invitar a Javier de Winthuysen que el 23 de diciembre de 1924 impartió la conferencia 'Resurgimiento de los clásicos jardines españoles en el Mercantil'. Tras la charla Winthuysen visitó el parque, tomó notas, aconsejó un cambio en la plantación de los árboles que se había previsto y aportó datos para que el parque fuera de tipo mudéjar, acorde con sus ideas: «Hagamos nuestros jardines modernos, inspirándonos en nuestros gustos clásicos»; y, por último, animó a crear un Patronato del Parque, integrado por concejales y especialistas de otras disciplinas, para evitar opiniones caprichosas. De Winthuysen nació el proyecto de homenajear a Goya en un lugar del nuevo parque que la Junta del Centenario de Goya aprobó en 1926, el mismo año en que Miguel Primo de Rivera fue nombrado Hijo Adoptivo de Zaragoza y su nombre pasó a denominar el parque.

El 16 de abril de 1928, a las 16.00 horas, se inauguró el Rincón de Goya, obra del arquitecto Fernando García Mercadal. Una fecha que ha pasado a la historia por tratarse del primer ejemplo de arquitectura racionalista en España, pese al rechazo que el edificio provocó en quienes, a pesar de su ignorancia, tenían voz. Suele pasar. Mejor acogida tuvo la inauguración del puente Trece de septiembre el 17 de mayo de 1929, cuando el general Primo de Rivera acudió a la Asamblea de Juventudes de la Unión Patriótica que se celebraba en Zaragoza y aprovechó para colocar la última piedra del puente, dar una vuelta por el parque, evitando visitar el Rincón de Goya.