Entrevista

Serge Bozon, director de cine: "En Netflix la noción de puesta en escena no existe, da igual quién sea el director o el guionista"

El francés, nombre imprescindible del cine de autor, estrena en salas su original versión de ‘Don Juan’. Una cinta a contracorriente en un contexto donde algunas plataformas apisonan el estilo y la personalidad de los cineastas

Tahar Rahim es el protagonista del ’Don Juan’ de Serge Bozon.

Tahar Rahim es el protagonista del ’Don Juan’ de Serge Bozon. / CEDIDA

Andrés Rubiín de Celis y Santiago Rubín de Celis

Aunque el paso por las carteleras españolas de Tip Top, su primera cinta en estrenarse en nuestro país, y Madame Hyde, la siguiente, fue –a pesar de contar ambas con Isabelle Huppert como protagonista– un fugaz visto y no visto, Serge Bozon no es ni mucho menos un desconocido para los cinéfilos patrios. Sus artículos en La lettre du cinémaCahiers du cinémaTraffic Vertigo, que cuentan con devotos entregados, le sirvieron como carta de presentación a mediados de los 90, y, con la llegada del milenio, su segundo largo, Mods –el primero, L’Amitié, circuló poco y es todavía difícil de ver– y, sobre todo, La France, una de las mejores películas de la primera década del siglo, le convirtieron en un cineasta de culto. O en la gran esperanza del cine de autor francés, para ser exactos. Cinéfilo exquisito, actor con una cincuentena de títulos a sus espaldas y DJ aficionado además de director, su obra, siempre original y jugosa, hace de él un autor al que no se le debe perder la pista. Ahora llega a nuestras pantallas, con un año de retraso y la canícula apretando, Don Juan (2022), la propuesta más atrevida de cuantas ha rodado. En ella nos muestra la vida y peripecias amorosas de un actor con carácter de Don Juan al que su novia acaba de dejar plantado en el altar, y que precisamente debe dar vida al personaje en una obra de teatro.

La idea de espejar la vida cotidiana en el teatro –un actor donjuán representa el 'Don Juan' de Molière– en forma de comedia musical, ¿estaba desde el principio en el proyecto?

No, en absoluto. En la primera versión del guion la película era una especie de road movie picaresca y romántica en la que un comercial que viajaba en coche acompañado por un asistente libanés –su Sganarelle– ligaba de forma compulsiva con las mujeres con las que se cruzaba. El proceso de escritura de ese guion, del que hicimos unas cuarenta versiones a lo largo de dos años, fue muy largo… no os aburriré con él. Pero, progresivamente, y gracias a Axelle [Ropert, guionista de la película, colaboradora habitual y ex pareja del director] llegamos a la película tal y como es finalmente. Lo que sí estaba desde un principio es la idea de que fuese una comedia musical. La película es en realidad un encargo de mi productor habitual David Thion, que siempre pensó que hacer un musical era una locura, pero tras los exitazos de La La Land y Ha nacido una estrella cambió de idea. “Lo único que te pido –me dijo– es que partas de algo que todo el mundo conozca”. Y también que trabajase con actores de cierto renombre. Entonces empecé a pensar que debía trabajar sobre personajes tipo, como Drácula, Edipo, Fausto… Y así fue como llegué, de forma bastante natural, me parece, a Don Juan, que está fuertemente relacionado con la música. Y ésta, además, me permitía que los actores dijeran cosas que no funcionarían expresadas con palabras, como “Todavía pienso en ella”, o “La echo tanto de menos”, etc.

Porque una cosa es construir sobre universales y otra muy distinta caer en lugares comunes.

En efecto. Con la música, en cambio, se genera una gran intensidad emocional. Y esa era precisamente la idea: utilizarla como forma de expresión para canalizar todos esos sentimientos.

Como en 'Madame Hyde', su anterior cinta, parte de un mito muy popular para llevarlo a un terreno distinto y muy personal.

Sí, en ambas hay una estrategia común: pones en el título ‘Hyde’ o ‘Don Juan’ y ya tienes un punto de partida que todo el mundo conoce, lo cual simplifica las cosas. Y, sobre ese material de base, juegas a llevarlo donde te interesa. Partimos de una sobredramatización de la figura de Don Juan, pero, al acercarla a la vida cotidiana, nos encontramos con que ésta choca con situaciones banales de una relación de pareja. Y de ahí la importancia, en la película, del personaje que interpreta Alain Chamfort, al que le atormenta la trágica muerte de su hija, algo totalmente opuesto a la banalidad… Y eso equilibra toda la simplificación y la banalidad con algo más profundo, más elevado, más grande. Lo mismo que hace Mozart, al final de su Don Giovanni, con la figura del Comendador: rompe lo bufonesco de la trama con un final inesperado y trágico.

La elección de Don Juan parece hoy, en el contexto del MeToo, un tanto arriesgada, pero, igual que el protagonista les dice a los estudiantes que asisten a un ensayo que él no juzga al personaje, usted tampoco lo hace.

No lo juzgo, no, algo que me ha costado algunas discusiones acaloradas con personas que no entienden cuál puede ser mi interés en un personaje como él. En esta película, por vez primera, no controlo tanto el sentido del filme como en las otras. En parte porque Axelle –100% MeToo– y yo –que observo la lucha feminista con interés pero también cierta distancia– introdujimos en el guion ciertos elementos autobiográficos en clave autocrítica. Y, así, el protagonista era un personaje oscuro, mentiroso, muy duro. Aunque luego, en el rodaje, me dejé llevar por Tahar [Rahim], que lo transformó aportándole una extraña inocencia, cierto candor. Gracias a él hay una ambigüedad que no existía antes y que hace mejor la película.

Aunque esa ambigüedad no la genere sólo su interpretación sino, también, de otra formael motivo repetido del reflejo en cristales y espejos, y hasta ciertos efectos en la banda sonora.

Sí, en efecto, está buscada. Con el riesgo, francamente, de poder caer en el ridículo… Y, en ese sentido, la película tiene algo de hitchcockiana: lo inquietante de un protagonista obsesivo; el elemento simbólico del reflejo; la incidencia del sol, del viento; la banda sonora, efectivamente; las referencias a lo español… Todo eso remite a Vértigo. Al final, o al menos eso espero, resulta más misteriosa que mis anteriores películas, menos clara. Quizá hasta, incluso, demasiado misteriosa, porque la mayor parte de las cuestiones que la película plantea quedan abiertas. ¿Es culpable el protagonista? ¿De qué? ¿Qué significan sus miradas? ¿Lo que nosotros interpretamos en ellas o algo que no alcanzamos a entender?

Todo un riesgo, comercialmente hablando.

Creo que he hecho una película un poco extrema para el gran público, sí. Es cierto que Tip Top lo era también en cierta medida, pero la mezcla de polar [cine policíaco francés] y comedia la hacía más accesible. Igual que Madame Hyde, que partía de los dramas sobre la educación en la banlieue, muy populares en Francia, para añadir elementos fantásticos, igualmente populares. Aquí, en cambio, no hay nada a lo que el espectador medio pueda agarrarse. Y si el espectador no se deja llevar por lo que la película propone, la cosa no funciona.

Nada a contracorriente: los formatos de la ficción comercial de éxito –cinematográfica y televisiva– están cada vez más codificados en una simplificación que le evita al público tener que esforzarse al consumirlo. ¿No está de acuerdo?

¡Absolutamente! Hay una estética Netflix que es común para todos los países, y su estilo de desarrollo de guion es también genérico. Y, así, la noción de puesta en escena no existe, ya que da igual si las realiza tal o cual director, si las escribe este o aquel guionista, porque resultan idénticas y su estilo es el de Netflix.