Crítica de Javier Lahoz de 'La danza de los tulipanes': Muerte entre las flores

Ibón Martín construye en su nueva novela personalidades rotundas que luchan por comprenderse a sí mismas

El escritor donostiarra Ibón Martín.

El escritor donostiarra Ibón Martín.

Javier Lahoz

Supe pronto de la existencia de sus primeras novelas, aquellas cuyos enigmas hubo de resolver la escritora Leire Altuna, pero verdad es que tardé demasiado en hincarles el diente dada la ingente cantidad de títulos que siempre se acumulan a mi alrededor sin orden ni concierto, más bien con desorden y desconcierto. Después llegó su trilogía de colores vivos y anunciadores de fuertes pasiones, y me venció su magnetismo. Hay portadas que hay que observar con detenimiento porque definen sin pudor lo que tras ellas se ocultan. Ocurre como con las miradas, que a veces se convierten en la mejor carta de presentación. Así que me embarqué en el primer título de esta nueva serie con ganas de conocer cómo suena 'La danza de los tulipanes', un despliegue de crímenes cuyo nexo conviene averiguar cuanto antes para evitar males mayores.

Hay ocasiones en las que tengo la sensación de que vivimos en la era de la novela policíaca con ingredientes negrísimos. Por las muchas que se publican y por las muchas que seguimos leyendo los amantes del género. Entretienen, seducen y contagian a los lectores la ansiedad por descubrir los antecedentes de esas mentes que siembran el terror por donde pasan y por donde pisan, un estudiado itinerario que solamente ellas conocen. Parece inevitable que las víctimas se acumulen y que quienes han de protegerlas con todas las de la ley pierdan los nervios y los estribos. Conforme avanzo en sus narraciones, más certeza tengo del enorme descubrimiento que ha supuesto el autor donostiarra Ibón Martín, a quien tuve la fortuna de conocer en la pasada edición de la feria del libro de Madrid tras una fila kilométrica que me regaló una gran curiosidad por sus obras, una radiante sonrisa y una atención exquisita.

Los paisajes del norte se palpan, se describen con una belleza tangible, porque en efecto no solo parece que estén al alcance de la vista sino también de la mano. Y comienza el horror, pues la muerte llega con una puesta en escena que obliga a que la imagen quede inmortalizada en la mente de quien tiene la vista fijada en el papel. Y de entre la miseria humana, emerge una hermosa flor a la que habrá que atribuir significados que ayuden a entender. Volverán los tulipanes a descansar sobre cada cadáver, mujeres que en apariencia nada tienen que ver entre sí. Al cargo de la investigación se encuentra Ane Cestero, un personaje demoledor a la que conviene poner freno de vez en cuando. Arrastra sus propios miedos, su tormentosa vida familiar, su descontrolada ira y, en definitiva, su necesidad de imponerse a las circunstancias.

Destapar secretos

Ibón Martín construye personalidades rotundas que viven a flor de piel porque luchan por comprenderse a sí mismas y a sus circunstancias. Además, y para que no se escape ningún detalle, pasear por los escenarios dibujados es sentirse parte de ellos, rincones interiores y paisajes exteriores que se visualizan con la claridad que otorgaría un inagotable haz de luz que los abarcara en su conjunto. Las tramas secundarias se entrecruzan y quienes componen el equipo que se encarga del caso se obstinan en abrir nuevos caminos que a su vez admiten mil recovecos y que no van a dejar de sorprender. Destapar los secretos de los demás suele provocar un imparable efecto rebote. Y mientras tanto, más flores, más sangre y un lugar de culto que no está oculto pero cuya transparencia permanece en entredicho. Es imposible quedarse en silencio a pesar de que la austeridad que domina estancias y pasillos invite a callar.

Y entre cadáver y cadáver, el pensamiento del causante de todo este despropósito. Apesta a pasado y a venganza y se convierte en otro perfil perfectamente construido. No importa que no se conozca su identidad porque es una de esas personas condenadas a ser previsibles. Es una terrible cuenta atrás, a la que se añade el pánico del pueblo, gentes que buscan respuestas y critican cualquier asueto que los responsables de encontrar soluciones se tomen. No ayuda en absoluto un tipejo que aprovecha su trabajo en los medios de comunicación para hacer leña del árbol caído. Es una terrible cuenta atrás porque al menor descuido hay una nueva desaparición.

Publicada por Plaza-Janés, en esta novela, en la que no faltan simbolismos, la literatura se fusiona con el espanto. Estoy seguro de que Ibón Martín hace como el clásico director de cine John Huston: ir a los verdaderos escenarios naturales para dar forma a sus creaciones. Y delante de sus ojos se conjuntan los bosques y los desiertos, las flores y las espinas, la templanza y el asesinato.