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El desafío de Burdeos

La historia de un duelo a muerte que acabó en una trampa

Representación de un juicio por combate en Augsburgo.

Representación de un juicio por combate en Augsburgo. / SERGIO Martínez Gil HISTORIADOR Y CO-DIRECTOR DE HISTORIA DE ARAGÓN

Sergio Martínez Gil

Sergio Martínez Gil

Corría el año 1283, y desde el año anterior la Corona de Aragón y Francia se batían el cobre por dominar buena parte de la península Itálica, tal y como seguirían haciendo en los siglos siguientes en una lucha casi perenne por aumentar su influencia, poder y prestigio en Europa. Fue en ese momento cuando se produjo un curioso hecho que, quizás si lo viéramos en alguna serie o película de ficción histórica (la historia en realidad lo merece), seguramente pensaríamos que es la invención de algún avispado guionista. Pero para llegar hasta ese Juicio de Dios al que se retaron Pedro III de Aragón y Carlos de Anjou nos tenemos que ir a unos cuantos años atrás.

El 13 de junio de 1262, el todavía infante Pedro contrajo matrimonio en la catedral de Montpellier con Constanza de Hohenstaufen, hija del rey Manfredo I de Nápoles y Sicilia. Una alianza muy importante en el contexto del Mediterráneo para aumentar la influencia de la Casa de Aragón y que tejió el padre de Pedro, el rey Jaime I el Conquistador. Pero el papa Clemente IV, que veía como una gran amenaza la presencia de un Hohenstaufen como Manfredo en el sur italiano, apoyó las pretensiones que tenía el francés Carlos de Anjou, quien en 1266 les arrebató el trono napolitano y acabó con todos los Hohenstaufen. Con todos salvo con una: la princesa Constanza.

Más adelante, en el año 1276 Pedro se convirtió en el nuevo rey de Aragón (Pedro III el Grande, 1276-1285), y poco a poco inició una campaña para conseguir apoyos en una isla de Sicilia que acabaría por levantarse contra el dominio francés en 1282. Los sicilianos, que se consideraban súbditos de los Hohenstaufen, reclamaron que su reina debía ser Constanza y, por lo tanto, también su poderoso marido. Ante esta oportunidad tan jugosa, Pedro III de Aragón reclamó el trono siciliano y el napolitano y comenzó la Guerra de las Vísperas Sicilianas que enfrentó a la Corona de Aragón con Carlos de Anjou, Francia y un papado que por esos tiempos siempre favorecía los intereses galos, de modo que ni corto ni perezoso excomulgó al monarca aragonés.

Burdeos, la ciudad donde iba a llevarse a cabo el duelo, entonces bajo control inglés.

Burdeos, la ciudad donde iba a llevarse a cabo el duelo, entonces bajo control inglés. / REGIS DUVIGNAU

Sicilia fue pronto dominada por las huestes de Pedro III en una larga guerra en la que se consagraron esos famosos almogávares que acabaron aborreciendo a amigos y enemigos por su modo de combatir, su fiereza y sus frecuentes desmanes. En ese momento, Carlos de Anjou, ansioso por recuperar el dominio de Sicilia, lanzó un verdadero órdago a la vieja usanza. Retó a Pedro III de Aragón a dirimir la disputa y la propiedad de la isla en un Juicio de Dios, en el que el vencedor se la quedaría y el perdedor acabaría muerto en el terreno de combate. Carlos propuso hacerlo en un territorio supuestamente neutral como la ciudad de Burdeos que, aunque ahora pueda resultar extraño, por entonces estaba bajo dominio del rey Eduardo I de Inglaterra. Ambos monarcas debían acudir allí acompañados por sólo 100 caballeros cada uno y combatir el 1 de junio de 1283 en lo que se bautizó como El duelo de Burdeos. Sin embargo, había gato encerrado.

La realidad es que era una trampa que urdieron el propio Carlos de Anjou junto a su sobrino, el rey Felipe III de Francia, quien iba a acudir hasta Burdeos con un ejército de unos 12.000 efectivos y que tenía como objetivo conseguir hacer prisionero al monarca aragonés. Una conjura en la que por cierto también participó Juan Núñez de Lara, señor de Albarracín, deseoso de sacar tajada de la situación. Los franceses llegaron a Burdeos el 15 de mayo, pero o bien el rey Pedro se olió el pastel o como buen monarca era desconfiado, de modo que apuró su llegada y lo hizo disfrazado de escudero para poder tantear la situación. Al final vio la trampa que le habían preparado, de modo que consiguió que acudiera hasta su presencia el senescal de Gascuña, Juan de Grailly, que como vasallo del rey de Inglaterra era una figura neutral. Este reconoció oficialmente que el rey de Aragón se había presentado al duelo de modo que después no pudieran acusarle de cobardía, y tras ello Pedro III declaró que se marchaba, pues había visto que su seguridad no estaba garantizada ante la fuerte presencia de los franceses.

'Pedro III el Grande en el collado de las Panizas', de Mariano Barbasán.

'Pedro III el Grande en el collado de las Panizas', de Mariano Barbasán.

Así se saldó sin combate ese Desafío de Burdeos en el que Pedro tomó buena nota. Al año siguiente se vengó del señor de Albarracín asediando y conquistando este dominio que en 1284 pasó finalmente a ser un feudo de la Casa de Aragón, mientras que en 1285 derrotó sin paliativos a Felipe III de Francia cuando este se encontraba invadiendo la Corona de Aragón. Sin duda, una historia de película que bien se merecería una buena producción cinematográfica.

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