La montaña en Aragón

Vacaciones en 'La Valle Verde'

El Refugio de Pineta realiza desde hace dos años un intercambio de trabajo del que se benefician viajeros de todo el mundo

La convivencia de culturas y experiencias enriquece el ambiente montañero del centro 

El guardés Jaime Arbex y los voluntarios Alexia y Yerson posan frente a la puerta del Refugio de Pineta.

El guardés Jaime Arbex y los voluntarios Alexia y Yerson posan frente a la puerta del Refugio de Pineta. / SERVICIO ESPECIAL

Sergio Ruiz Antorán

Sergio Ruiz Antorán

Pocas pasiones en esta vida consiguen arrancar un escalofrío en cada mirada. El gas de esa llama lo corta la insistencia. No pasa allí, donde las montañas se precipitan en emoción a la belleza más absoluta. Porque cada vez que alcanzas el valle vuelves a enamorarte de Pineta como esa primera vez. A Alexia le acaba de pasar. Y aquí se quedará para siempre sin que ella lo sepa: «Me volví loca con estas montañas».

Su acento tucumano describe nombres comunes: Marboré, La Estiba, Tres Marías, Añisclo... Destinos invisibles hace un par de semanas que ahora susurran a su oído para atraparla. Ella, argentina, nadadora de aguas abiertas, ha encallado aquí como tantos en estas vacaciones, pero como pocos, casi sin quererlo, vive La Valle Verde desde más adentro. Ella convive durante un mes como voluntaria en el Refugio de Pineta, en una experiencia abierta desde 2021 por el equipo que regenta esta instalación montañera para facilitar un intercambio de trabajo, experiencias, amistades y culturas. 

Ofrecen estancia y pensión completa por apoyar en las labores de limpieza por las mañanas. La mayoría de los voluntarios son de América del Sur, “que te ayudan y a los que ayudas”

Dar cama y comida como trueque por apoyo en las labores de intendencia. Esa idea no fue suya. «Diego Quesada estuvo un tiempo por aquí y nos comentó que lo habían hecho en Calcena y nos animamos», recuerda Jaime Arbex, guardés de Pineta desde hace más de veinte años. Contactaron con WorldPackers, una plataforma especializada, pasaron una entrevista y confirmaron sus preferencias. «Se aseguran de que no buscas trabajadores gratis y que ofreces un trato justo», añade. 

Y así es. Hospedan en una habitación compartida a dos o tres personas por periodos de unos veinte o treinta días con pensión completa. “Nos ayudan con ámbitos no técnicos como la limpieza, que en dos o tres horas se la hacen por las mañanas y luego tienen toda la tarde para conocer el valle más dos días completos libres”, remarca Jaime. No está nada mal.

Porque esto no va de ahorrarse unas perras en salarios. Es más. Porque, para empezar, liberando de estas tareas se fortalecen otras atenciones de calidad hacia los montañeros. «Te ayudan y tú les ayudas. Nos hacemos un favor mutuo y tenemos claro que son voluntarios y no trabajadores. Nuestras expectativas no son muy altas ni el rango de decepción es amplio». Su faena complementa y no sustituye el tajo de los cinco miembros del equipo habitual. Viendo el éxito, su ejemplo ha sido replicado en Belagua y Lizara.

Este verano van a pasar ocho personas distintas y todas dejan algo. Poco a poco, el aumento de las reseñas y buenas valoraciones les ha hecho ser un punto de referencia. Ahora reciben más de cincuenta solicitudes con perfiles de todo tipo y deben seleccionar. 

Bailarines e ingenieros

Es el caso de Alexia, con un visado de un año para viajar y trabajar. Su destino final es Bélgica. Antes Barcelona, Niza, Alemania... sin tener un rumbo fijo. «Estaba en Madrid y vi esta posibilidad. Me gustó su proyecto, sostenible y organizado. Y la naturaleza». Con ella ahora está un colombiano, Yerson, y otro argentino, Charlie.

Porque la mayoría de los voluntarios proceden de América del Sur. Un ingeniero, un bioquímico, un violinista profesional, un programador informático, un médico, un bailarín... o, como Alexia, una especialista en turismo. Diferentes e iguales «porque todos tienen un espíritu especial, con una predisposición tremenda, son amables y abiertos», advierte Jaime. «Es que ellos son muy generosos, amenos y acogedores, nos ayudan, tratan con mucho respeto a los montañeros. Existe un ambiente de convivencia con la gente y el medio ambiente. Son valores esenciales», replica Alexia. 

Porque, finalmente, en esa coexistencia entre culturas reside el verdadero valor de este intercambio, la apertura de mente de conocer otros mundos y su diversidad. «Les sorprende mucho que aquí tengamos sanidad pública o subsidio por desempleo, nuestro sistema social, o que respetemos los semáforos y cumplamos nuestra palabra. Te hacen reflexionar, ver que somos unos afortunados», asiente Jaime. Recuerda, por ejemplo, a una viajera que vendió sus zapatillas de trail para comprar el billete de avión para España.

Relación personal

Esa relación personal se afianza en amistad en las excursiones que hacen juntos como «en junio vino uno que nunca había visto la nieve y lo subimos a Marboré para que la viera y la tocara»; y en miles de anécdotas entre risas que van almacenando, sobre todo, con las confusiones y dobles entendidos con el idioma. «Ya les hemos dicho que mejor no llamen gomitas a las chuches», bromea el guardés.

Con Alexia se han ido a escalar y a correr. Y le han prometido hacer alguna de esas escapadas por las alturas de La Valle Verde: a Marboré, a las Tres Marías, a Añisclo, a esos nombres que le susurran desde arriba para abrazarla de por vida.