Cambiar el mundo

Cuando se estudia la historia se llega a la conclusión de que a toda acción le sucede una reacción

Javier Fernández López

Javier Fernández López

Hace unos días se emitió en TVE un programa recordando los 50 años de vida de Informe Semanal, ya que el primero se emitió en marzo de 1973. De los periodistas de renombre que han pasado por el mismo, Pedro Erquicia, Manu Leguineche, Javier Reverte, entre otros, destaca la figura de Carmen Sarmiento, la primera y única mujer que se integró en el equipo fundacional, y que tiene gran fama en nuestro país por ser la primera en ejercer, años después, como corresponsal de guerra. Viéndola ahora destaca su gran lucidez, a pesar de las secuelas, algunas físicas muy evidentes, de un accidente vascular de gravedad, y de todo lo que dijo querría destacar una frase, que es la que titula este artículo: queríamos cambiar el mundo.

Escuchando esa afirmación tan rotunda queda a juicio de quienes la escuchen valorar si lo han conseguido o no. Por mí puede sentirse orgullosa de lo conseguido ya que en vida de Franco se trataron temas muy polémicos y con profundidad, sello de calidad que han mantenido casi siempre en estos cincuenta años. Admitiendo la retórica que contiene la frase, un cierto éxito en el intento de cambiar el mundo sí debemos apuntarles.

Una aspiración tan potente ha estado en la mente de muchas personas a lo largo de la historia del mundo. Algunos dirigentes han utilizado la fuerza de sus ejércitos para imponer su voluntad transformadora. Julio César, Aníbal, Carlomagno, Felipe II, Napoleón, Hitler, Lenin, Franco, entre los ya fallecidos, o Putin y Xin Jin Ping entre quienes siguen hoy en día en el gobierno. Todos ellos han ejercido un enorme poder y han querido transformar el mundo, casi siempre en contra de la voluntad de quienes eran sometidos. Misma ambición, pero por caminos muy distintos, el valor de las ideas o la fuerza bruta.

Periodistas intelectuales, que sin duda lo eran, y en una cantidad pequeña, quisieron en el año 1973 hacer algo para mejorar nuestro futuro, lo mismo que ocurrió en Europa (con derivadas en el norte y sur de América) en el siglo de las luces. Pocas veces se habrá utilizado un título tan bonito y acertado para designar el movimiento, aquí mucho más numeroso, que se desarrolló en Europa desde mediados del siglo XVIII, aunque algunos precedentes siempre se citen. Intelectuales, un especimen no demasiado abundante, pero muy potente, el que siempre debería encabezar cualquier intento de cambiar el mundo.

Cuando se estudia la historia tomando varios siglos como periodo de referencia se llega a la conclusión de que a toda acción le sucede una reacción. Al oscurantismo medieval, especialmente religioso, le siguió la búsqueda de la razón. La frase sapere aude (atrévete a saber), utilizada por Immanuel Kant, resume muy bien lo que terminaríamos por definir como la Ilustración. Poner luz, buscar la raíz de todo, no admitir dogmas indemostrables. Todo un ejército de intelectuales se lanzaron a estudiar y a explicar sus conclusiones, siendo la publicación de la Enciclopedia, con muchos autores y Diderot y D’Alambert como cabezas visibles, todo un hito en este movimiento.

Escuchando a Carmen Sarmiento y leyendo algo de estos autores ilustrados, preparando un trabajo sobre ellos, me pregunto si hoy nos encontramos en un tiempo propicio para que los intelectuales influyan en nuestro futuro. Incluso cabe ir un poco más allá en esas dudas, tratando de buscar para encontrar a esas personas. Y viendo la televisión o paseando por la ciudad en estos días en los que celebramos la Semana Santa, con tantas personas disfrazadas de penitentes, me planteo una pregunta, retórica, por supuesto, para aquellos Voltaire, Rousseau, Beccaria y demás: ¿creerían que estamos avanzado hacia la razón? Si yo tuviese que contestar no lo tendría fácil ya que creo que sí, que hemos progresado, y mucho, pero que, tal vez, en los tiempos actuales no vamos por el mejor de los caminos. Y al escribir esto no puedo quitarme de la cabeza la imagen de esa señora, predicadora evangélica creo que es su oficio, que participó en un acto del Partido Popular invocando a Dios para que ayude a esa formación política a ganar elecciones. ¿Dónde está la razón?

Habrá quien, al leer estas líneas, piense que afirmo que hace unos dos siglos y medio había intelectuales, en cantidad, y que hoy no. En absoluto, hoy hay tanta o más masa encefálica brillante que entonces. La diferencia está en que hoy esas personas con capacidades intelectuales potentes no se dedican a pensar y a explicar, hoy trabajan en empresas tecnológicas y nos presentan descubrimientos tan inquietantes como ese ingenio que es capaz de escribir sustituyendo a las personas. El imperio de la sinrazón.

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