EL ARTÍCULO DEL DOMINGO

Marta Fernández y los líos de Vox

Los cambios ordenados por la presidenta de las Cortes de Aragón generan malestar en la institución y revelan tensiones en la formación de Santiago Abascal, que tiene la firme intención de alcanzar cotas de poder local tras asumir que la baza del Gobierno está perdida

Ricardo Barceló

Ricardo Barceló

¿Qué le ocurre a la presidenta de las Cortes de Aragón, Marta Fernández? La segunda autoridad parece empeñada en convertirse en protagonista, a pesar de que el cargo institucional que ocupa suele caracterizarse por la discreción, el respeto, el saber estar, el cuidado de las formas y el ejercicio de unas funciones que no suelen estar sujetas a polémicas (salvo que sus señorías se desmanden en alguna sesión plenaria). Esta semana, Fernández ha sido noticia por cesar al jefe de protocolo de las Cortes de Aragón, Chema Gimeno, que ha permanecido en ese puesto los últimos 37 años. No es la primera y todo apunta que no será la última ocasión en que la presidenta salte a la primera línea informativa. Ya ocurrió al negar el saludo a la ministra de Igualdad en funciones, Irene Montero, durante una visita a Zaragoza, al cambiar a la letrada mayor de las Cortes y al aglutinar en una misma persona, el exguardia civil José María Vallejo, dos puestos (jefe de gabinete y responsable de comunicación).

Más allá de lo desacertado de estas decisiones, lo que llama la atención es que no haya dado explicaciones en primera persona y, todo apunta, a que no lo hará. Se equivoca. La Presidencia de las Cortes exige templanza, prudencia, decoro, una defensa cerrada de la institución y, sobre todo, velar por el interés de los aragoneses, ya que en la cámara autonómica reside la soberanía popular.

La llegada de los partidos emergentes al poder suele despertar inquietud entre los detractores de estas formaciones o esperanza entre quienes confían en que supondrá una bocanada de aire fresco. La experiencia más reciente remite a los casos de Ciudadanos y Podemos, dos alternativas que cogieron impulso cuando la corrupción campaba a sus anchas y la crisis económica hacía estragos. Su aterrizaje en la vida política corrió paralela en España y Aragón. La organización dirigida por Albert Rivera hubiera podido gobernar si hubiera sellado un acuerdo con el PSOE de Pedro Sánchez. Pero no lo hizo. Este escenario de un posible pacto fue similar en la comunidad, pero terminó con el mismo resultado. Sí prosperó, aunque con suspense, el acuerdo de los socialistas con Podemos, que les llevó a compartir Consejo de Ministros durante la pasada legislatura. Mientras, en Aragón, la formación morada se integró en un cuatripartito, liderado por Lambán, junto al PSOE, PAR y CHA. Sea como fuere, en ambos casos, la experiencia refleja que Ciudadanos y Podemos han sufrido un notable desgaste y un duro retroceso electoral, algo que les ha llevado a afrontar con resignación su irrelevancia.

Vox parece haber cogido el testigo de lo que en un día fueron Cs y Podemos. La formación de ultraderecha no ha logrado su meta de entrar en el Gobierno de España con el PP de Alberto Núñez Feijóo. Ese escenario es ya improbable tras una semana que acerca cada vez más a Sánchez a la Moncloa. Los votos, la aritmética y la incapacidad de tejer un pacto con otras formaciones del arco parlamentario le han negado a Vox el sueño de gobernar. Y eso genera frustración. No obstante, la formación de Santiago Abascal sí ha logrado entrar en gobiernos autonómicos, como el de Aragón, lo que obliga a la formación de ultraderecha a vivir dos realidades bien distintas, una en Madrid y otra en la comunidad aragonesa.

Es precisamente ese desajuste en las aspiraciones de Vox lo que puede explicar algunos de los desvaríos de la presidenta de las Cortes de Aragón, pero también el viraje hacia una posición más beligerante de la formación en los ayuntamientos de Huesca y Zaragoza. En este último consistorio, los de Abascal han votado junto a la oposición para poner en marcha una comisión de investigación para analizar la prórroga concedida a Avanza para que pueda seguir cuatro años más al frente del servicio del bus urbano. No es el único ejemplo. La propia alcaldesa, Natalia Chueca, les ha acusado de «unirse con los defensores de los terroristas de Hamás» y «los socios de Puigdemont» al coincidir con PSOE y Vox. Y eso con una votación de presupuestos municipales en el horizonte.

Lo que parece claro es que Vox quiere tocar poder de una vez por todas. Si no lo hace, tendrá que colmar las expectativas generadas antes de las elecciones generales. Y eso se traduce en muchas personas para pocos cargos. La aritmética vuelve a fallar.