EL COMENTARIO

Nagorno Karabaj, la guerra olvidada

El mes de septiembre Azerbaiyán emprendió una guerra relámpago contra esta región

Luis Negro Marco

Luis Negro Marco

La guerra de Ucrania (el 24 de febrero se cumplirán 2 años de esta sangrienta contienda, iniciada cuando el presidente ruso, Vladímir Putin, ordenó la invasión del país) y la guerra que el Estado de Israel libra desde hace tres meses (desde los brutales atentados terroristas que sufrió el pasado 7 octubre) contra la organización terrorista Hamás, han eclipsado por completo otras guerras y los dramas humanos que toda guerra conlleva, como ha sido el caso de la, históricamente, disputada región de Nagorno Karabaj.

El 19 de septiembre del año que acabamos de dejar atrás, la nación de Azerbaiyán (de cuyos 10 millones de habitantes, la mayoría pertenecen a la etnia persa azerí, de religión musulmana chií) emprendió una guerra relámpago contra la región de Nagorno Karabaj (territorio de 11.500 kilómetros cuadrados, con 138.000 habitantes, en su inmensa mayoría armenios, de religión cristiana) que puso –en apenas 24 horas de combates– punto y final a más de tres décadas de existencia de la «República de Artsaj», nombre con el que Armenia se refería a esta disputada región sobre la que Azerbaiyán impuso su soberanía el pasado 1 de enero.

La última guerra de Nagorno Karabaj (de tan solo 1 día de duración) si bien no dejó un saldo alto de bajas (oficialmente 135 militares armenios y 71 azerbaiyanos habrían muerto) sí produjo el desplazamiento de 100.000 personas (casi dos tercios de los habitantes con que contaba la República de Artsaj) que buscaron asilo en Armenia.

Aunque ignorado por la comunidad internacional, lo sucedido en aquella zona del Cáucaso apenas dos semanas antes de los atentados de Hamás, supuso una quiebra en el ya de por sí frágil e inestable tablero político internacional y dejó a Armenia (cuya población apenas supera los 3 millones de habitantes, mayoritariamente de religión cristiana) apenas sin apoyos internacionales.

Cabe recordar que, opuestamente a la República Democrática de Azerbaiyán (fundada en 1918, tras la caída del imperio zarista), Armenia es una de las naciones más antiguas del mundo. Los armenios se consideran descendientes de Haig, nieto de Noé y dan a su país el nombre de «Hayasdan», ya que el de Armenia, según afirman ellos, viene de Aram o Armen, uno de sus reyes conquistadores que vivió en el siglo XIX antes de Cristo.

Las raíces de las guerras de Nagorno Karabaj yacen en el entramado de fronteras creadas durante la prevalencia de la Unión Soviética y especialmente en las disposiciones del dictador comunista Stalin quien fiel al lema «Divide y vencerás», trazó las fronteras de las repúblicas soviéticas para que quedasen conformadas por territorios no homogéneos en cuanto a etnia, cultura, sociedad y religión.

De este modo, la región de Nagorno Karabaj pasó a gozar, desde 1922, del estatuto de Óblast (región autónoma) dentro de la república soviética de Azerbaiyán, de tal suerte que un territorio habitado por armenios cristianos quedaba dentro de una república mayoritariamente musulmana.

Así hasta que, en diciembre de 1989, año del colapso de la URSS, el parlamento armenio proclamó la adhesión de Nagorno Karabaj a la República de Armenia, acto que revocó inmediatamente para no enemistarse con Azerbaiyán.

A su vez, el 26 de noviembre de 1991, el enclave armenio de Nagorno Karabaj declaró su independencia de Azerbaiyán, desencadenándose una guerra que, hasta la firma del armisticio, en 1994 (y que no puso fin al conflicto, pues las hostilidades volverían a declararse en 2020) causó 30.000 muertos y más de un millón de desplazados.

En el momento actual, si bien el presidente de Armenia (Vahagn Jachaturian) se ha resignado a aceptar la pérdida (manu militari) de Nagorno Karabaj en favor de las aspiraciones anexionistas de su homologo azerbaiyano Ilham Aliyev, el conflicto no está ni mucho menos resuelto; más bien al contrario: se han alimentado las posibilidades de una nueva guerra entre Armenia (aliada con Irán) y Azerbaiyán, que cuenta con el apoyo de Turquía, país que ve en esta nación el pilar para el avance del «Pan-turquismo», doctrina política larvadamente incentivada por Erdogan y cuyo principal objetivo sería la unión de todos los países de lengua turca: Azerbaiyán, Turkmenistán y Kazajistán, intentando de este modo revitalizar la presencia que tuvo en el Cáucaso, durante siglos, el Imperio Otomano.

Y aquí es donde se ve la doble moral y la hipocresía de naciones como Turquía, que mientras tildan a Israel de genocida por la guerra de Gaza, se niega a reconocer su responsabilidad por el genocidio armenio (al menos un millón de muertos y otro millón de exiliados) cometido por Turquía en 1915. Unas persecuciones y matanzas de armenios por parte de Turquía que ya habían comenzado durante el mandato del sultán turco Abdul Hamid II (1876-1909).

A este respecto, el sacerdote austriaco Andreas Isakahyan, manifestaba hace apenas dos meses: «Este [el de Nagorno Karabaj] es el segundo genocidio después de 1915 contra los armenios. Y la comunidad mundial vuelve a mirar hacia otro lado».

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