Opinión | OPINIÓN

Se busca refugio para los valientes

El aumento de casos de ideación suicida en las aulas evidencia el fracaso como sociedad de no dar cobijo a víctimas que están sufriendo

Érase una vez una niña de 10 años que salió del colegio con su madre con el curso recién estrenado y, al llegar a casa, aprovechó un momento en el que se encontraba sola para tirarse por el balcón de un cuarto piso. No, no es un cuento. Por duro que parezca, es una historia real, vivida en Zaragoza en septiembre de 2022, el último caso que saltó a los medios de comunicación y que, por puro milagro, no acabó con la muerte de la pequeña. Sus padres, angustiados y asustados, tomaron la decisión valiente de visibilizar el calvario que había padecido su hija, llevarlo al juzgado y que los responsables, por acción o por omisión, pagaran por ello. Hoy es una niña feliz y aparentemente recuperada de un episodio del que no quiere hablar ni siquiera con sus padres. Pero ellos son conscientes de que lo hizo porque no podía aguantar más la situación de acoso escolar que venía padeciendo desde el curso anterior, sencillamente, al iniciar el nuevo curso y reencontrarse con sus verdugos pensó que su situación no tenía salida ya. Ella encontró la solución a sus males en un cambio de centro educativo, y sin quererlo se convirtió en un ejemplo más de esos que muchas familias con víctimas de acoso escolar en casa denuncian, de los que terminan con la víctima saliendo de su hábitat escolar y sus agresores siguiendo en él como si nada hubiera sucedido. No quiero decir que sea lo habitual, solo que casos como este pasan y creo que es la plasmación del fracaso al que, como sociedad, no estamos poniendo solución.

¿Por qué les hablo de esto? Esta semana se hacían públicos los datos actualizados de casos de ideación suicida en los centros educativos de la comunidad aragonesa. Más de 400 en pocos meses, lo que equivale a pensar que cada día que nuestros hijos acuden a clase se registran al menos dos casos en los que poner fin a sus vidas les pasa por sus cabezas. No tienen la madurez de un adulto para gestionar tanta intensidad emocional y seguramente requerirían de un preventivo apoyo psicológico o incluso psiquiátrico que es el que se les presta cuando denuncian un caso de acoso o se constata un intento de suicidio o el mero pensamiento de ir en esa dirección con sus vidas. Pero también para pedir algo así son niños. Lo que nos lleva a plantearnos si somos los adultos los que estamos realmente preparados para percibir esas señales. Si nos estamos tomando todos en serio esto de la salud mental erradicando cualquier estigma de su posible tratamiento preventivo.

Y, cuando se presenta en casa una situación como la que antes les describía, analizar si de verdad estamos actuando como deberíamos como sociedad que tendría que ser más refugio para las víctimas y menos cobijo para los agresores. La realidad es tozuda y la concienciación está bien enfocada pero quizá deberíamos dar más visibilidad a las consecuencias reales que tienen para los agresores de un caso de 'bullying' en las aulas de la que ahora tienen. Quizá eso tampoco interese hacerlo, porque en el caso de esta niña de 10 años, ya les cuento cómo terminó la travesía de sus padres en los juzgados: su denuncia acabó sin castigo alguno, ni para el centro ni para sus verdugos. La Justicia achacó los motivos que llevaron a la pequeña a ese salto al vacío sin miedo a morir a otros motivos que no tenían nada que ver con el acoso escolar ni a que su profesora respondiera a la alerta de sus padres con que no era «ni 'bullying' ni 'bulan'» lo que pasaba en su clase.

¿Cómo puede llegar la angustia en un menor a tal punto como para concluir que poner fin a su vida es su único alivio posible, que no hay salida? No nos podemos quedar en la superficie de contar que ha habido 417 casos entre septiembre y febrero, cien más que un año antes, y no ver todas las oportunidades perdidas de reaccionar en todo este tiempo. Ahora Aragón apuesta por un proyecto piloto entre Educación y Sanidad que reconozco no entender cómo cambiará los protocolos de actuación actuales, pero confío en los profesionales y a ver cómo funciona. Porque esas cifras también podrían indicarnos que cada vez hay más valientes que alertan y denuncian, con o sin casos de acoso. Y solo por eso tenemos la obligación de darles una respuesta como sociedad, y que no sea la que lamentablemente otras recibieron antes.

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