Opinión | fuera de campo

La poderosa luz del llanero cineasta

Si Clint Eastwood era el jinete pálido del séptimo arte, este jueves apareció por los Cines Palafox, y en zigzag con La Buena Estrella, un nuevo jinete que sobrevivió al apocalipsis de la pandemia como buen narrador de historias, emociones y nuevos versículos. La figura alargada de Viggo Mortensen apareció en loor de multitud, la fan del siglo pasado y la de éste al calor de linternas y fotos de móviles. Dos mil almas, mil en cada pase de peli, para acoger con jubiloso respeto a la figura internacional en ciernes.

En el momento que los cronistas de los primeros westerns se hacía mayores y fallecían, terminaba una era para los relatores de estas epopeyas. El paso de capítulo de los Ford –a Viggo le encantan La diligencia y Liberty Valance–, Hawks Río Rojo–, Sturges, Ray, Peckinpah y otros inauguraba un nuevo género: el de las películas sobre las películas del Oeste, un proceso totalmente distinto donde abstracción, conceptos y homenajes se significaban ante las claves del imaginario colectivo. Como claro ejemplo de esto último, recuerden sino la reciente Extraña forma de vida de Almodóvar.

En el traspaso de poderes, uno de ellos fue el propio Eastwood, que construyó su propio abecedario sentimental y de estilo ante el reto. Sin perdón fue el diamante de nuevo cuño que voló más allá de Silverado o Bailando con lobos, poniendo en la agenda de lo épico esta advertencia: el fantasma no ha huido al galope, sino que regresa más reflexivo y justiciero que nunca.

Treinta largos años más tarde, la floresta mitogénica que enunciaba Román Gubern está de enhorabuena con talentos como los de Mortensen, pues, con serena vocación, este hombre tranquilo y apasionado a partes iguales ha sabido enrolarse en las raíces del oficio, y encontrar en el (retro) western el teclado adecuado para componer su particular y sincera melodía como autor para este más que poético melodrama a lo Robin y Marian.

Es por ello que su último trabajo rezuma tanta sabiduría como clase, tanta hondura como compromiso, porque Mortensen se atreve a tomar el pulso al género para desarrollar un discurso estético y contemporáneo, rico en contrastes y vínculos, con el que poder mirarnos al espejo como civilización.

Su segundo film, Hasta el fin del mundo, anuda una historia de amor, más los argumentos universales clásicos de poder, venganza y perdón, en el microcosmos frontera machista y violento del Oeste americano del XIX, y lo hace con... añoranza. Y es que las miradas otoñales (hechas con amor) les sientan al western como a nadie.

¡Y lo que ganan las películas cuando es un intérprete quien las dirige! Junto al detallista Viggo, la luxemburguesa Vicky Krieps está honda y valiente ante la fortaleza terca e interior de su protagonista. Para la actriz, rodar fue como un baile: «puedes sentir su visión. No finge nada», declaró a Vanity Fair. Romance y drama, Hasta el fin del mundo conmueve y pone en la mesa la necesidad de reconciliar.

Y como sucedía con «el otro» (Mr Eastwood), Mortensen revela su temple en la concepción de la historia: guioniza, produce, dirige y protagoniza, a la par que compone casi toda su partitura sonora. Es la poderosa luz del llanero cineasta, que está visto ha venido a traernos muchas y cuantiosas alegrías. Es un nuevo viaje por el viejo Oeste. ¿Quién da más? Parpadea y luce en los Palafox, no se la pierdan.

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