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Las 12 puertas de Zaragoza

La capital aragonesa llegó a tener una docena de puertas a lo largo de sus muros

Puerta del Carmen, la única superviviente de las que tuvo Zaragoza.

Puerta del Carmen, la única superviviente de las que tuvo Zaragoza.

Hasta no hace tanto tiempo, las ciudades e incluso en muchas ocasiones poblaciones más pequeñas, contaban con perímetros amurallados, fueran de mayor o menor entidad, para dotarse de una mayor seguridad tanto ante posibles ataques como también por motivos fiscales. Con una muralla o muro se dificultaba la entrada o salida ilícita de productos que tenían que pagar un impuesto por entrar o salir de la población, y que se hacía efectivo por las puertas que había a lo largo y ancho de la población. Hasta bien avanzado el siglo XIX, la mayor parte de la gente vivía en el medio rural y no en las ciudades, por lo que estas crecían, si es que lo hacían, muy poco a poco y se mantenían dentro de su perímetro amurallado. Por ejemplo, en el caso de la ciudad de Zaragoza, la única gran ampliación de ese perímetro desde la Antigüedad y hasta finales del siglo XIX se produjo en la primera mitad del XIII con la construcción del barrio de San Pablo. 

También existían en muchas ocasiones perímetros interiores, sobre todo para delimitar barrios como las juderías que contaban con sus propias puertas y que también se cerraban en muchas ocasiones por las noches. Así, podíamos encontrar en el interior de las urbes numerosos portillos o pasajes que, con el paso del tiempo y el desarrollo urbano han ido desapareciendo, aunque aún quedan vestigios escondidos como el callejón de Lucas de Zaragoza, un lugar que nos transporta a cómo era la ciudad en el siglo XVIII.

Y si hablamos de murallas, de las puertas principales que daban acceso o salida de la capital aragonesa, y de vestigios como el mencionado callejón de Lucas, en este caso hay que hablar, por supuesto, de la Puerta del Carmen. Esta es la única superviviente de las hasta 12 puertas que llegó a tener Zaragoza, aunque como decía antes existieron muchas más de menor o mayor entidad. La que vemos hoy en día no es la única versión de la Puerta del Carmen que ha habido en ese lugar, pues la anterior, conocida también con ese nombre debido al cercano convento de las Carmelitas, fue demolida en el año 1792 para sustituirla por la que existe en la actualidad, con un aire más monumental que la anterior. Tuvo que aguantar los embates de los Sitios napoleónicos pocos años después, siendo en buena medida restaurada, aunque se dejaron visibles huellas de la metralla y fusilería que afectaron a la puerta, que quedó como símbolo de la resistencia de la ciudad.

Al norte existía la Puerta del Ángel, siendo seguramente una de las principales de la ciudad ya que daba directamente a la actual calle don Jaime, una de las arterías clave de Zaragoza durante siglos, y también al Puente de Piedra que cruza el río Ebro y a sus versiones anteriores al siglo XV. Esta puerta debía su nombre a la existencia de la escultura de un ángel en la parte superior, obra del escultor Gil Morlanes el Viejo. Bajando río Ebro abajo, y cercano al actual Puente de Hierro y a los restos de muralla romana sobre los que se apoya parte del convento de las canonesas del Santo Sepulcro, se encontraba la Puerta del Sol, llamada así porque era la primera de la ciudad a la que llegaban los rayos del sol al amanecer, y que daba acceso directamente al Coso. Fue derribada en el año 1869, justo dos años después de que se hiciera lo mismo con la siguiente puerta, la de Valencia. Esta se encontraba en lo que hoy es la plaza de la Magdalena, y de hecho todavía hoy se pueden ver conservados en la fachada de uno de los edificios algunos de los sillares que formaban parte de la puerta.

Seguimos avanzando por los muros de Zaragoza hasta encontrar en la confluencia de las calles Asalto y Heroísmo un portón bastante humilde conocido como la Puerta Quemada, llamada así porque en esa zona los carboneros solían realizar numerosas hogueras que, en los días de cierzo, acababan por impregnar la puerta de hollín, dando la sensación de que la madera de la puerta estaba quemada. Acabó desapareciendo hacia el año 1900. No muy lejos se levantó la puerta menos duradera de la historia de la capital aragonesa, bautizada como la Puerta del Duque de la Victoria, junto a la parroquia de San Miguel. Esta era una puerta monumental que pagó Juan Bruil para celebrar la llegada de Baldomero Espartero, duque de la Victoria, a la ciudad de Zaragoza en 1856. Pero su construcción fue tan precipitada que se vino abajo poco después, creándose más tarde la versión definitiva que aguantó el tipo hasta su demolición en 1919.

Avanzando por la ribera del río Huerva, la siguiente puerta de importancia era la de Santa Engracia, que tuvo hasta 3 ubicaciones estando todas en torno a lo que hoy en día es la plaza de Aragón y alrededores, hasta que su última versión fue demolida en 1902 para facilitar el paso de una nueva línea de tranvía que se estaba construyendo en la zona. Pasando la ya mencionada Puerta del Carmen, la siguiente parada es la Puerta del Portillo, una de las más simbólicas por los combates a su alrededor durante los Sitios o que fue allí donde Agustina de Aragón disparó su famoso cañonazo. De hecho, quedó tan dañada que hubo que reconstruirla en 1813, y fue definitivamente derruida en 1868 al igual que la Puerta de Sancho, ubicada junto a lo que hoy es la Plaza de Europa. El último acceso del perímetro exterior era la Puerta de San Ildefonso, situada junto al Torreón de la Zuda, y cuya última versión fue derribada en 1904. Para finalizar, quedan dos puertas que quedaron dentro de la ciudad, como fueron la Cinegia, junto a la calle Mártires, y que quedó tan dañada durante los Sitios que se decidió derribarla y no sustituirla en 1809. Y por último, y quizás la más monumental de la ciudad, estaba la Puerta de Toledo, situada al final de la calle Manifestación al llegar a la plaza del Mercado y que recuerda en cierta medida al Arco de Santa María de Burgos.

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