La 30ª jornada de Segunda

El Zaragoza da pena. La crónica del Lugo-Real Zaragoza (0-0)

El equipo aragonés, incapaz de marcar al arco iris, no pasa del empate en Lugo

Bermejo, de nuevo fatal, trata de marcharse de un adversario.

Bermejo, de nuevo fatal, trata de marcharse de un adversario. / PRENSA2

Jorge Oto

Jorge Oto

Ni al arco iris es capaz de marcar un gol este Real Zaragoza pobre y triste que da pena y que no gana a nadie. Ni siquiera a un Lugo con pie y medio en Primera RFEF y un aspecto cadavérico que afrontaba el partido como colista y con aspecto de quedarse ahí durante el resto de la enésima temporada abominable de un equipo aragonés instalado en la mediocridad y el vacío. El empate en Lugo resta más que suma. Porque queda un poco menos para firmar esa salvación que tardará en llegar, sí, pero reduce la ya escasa credibilidad que transmitía un Zaragoza tan inseguro como incapaz. 

El partido fue un tostón. Un bodrio. Una oda al bostezo por parte de dos equipos inmersos en dudas y envueltos en miedo. Los locales, que afrontaron el envite desde la última plaza después de la sorprendente victoria del Ibiza en Leganés, se aferraban a una de sus últimas oportunidades para soñar con sobrevivir en una categoría en la que es el más veterano. El segundo es un Zaragoza con la peor relación con el gol de toda su historia. 

Así que el severo aburrimiento era previsible. Contribuyó a ello que el maravilloso obús lanzado por Bebé en el primer minuto se estrelló en la cruceta de un Whalley que no daba crédito a la velocidad con la que ese balón había bajado de las nubes. El tanto lo habría animado todo por la obligación del Lugo a lanzarse al ataque y dejar espacios atrás, pero la madera evitó, además de un gol de bandera, huir de un sopor que se prolongó durante todo el choque.

El Zaragoza, con el centro del campo reforzado con la presencia de Grau en el doble pivote junto a Zapater y Francho escorado a la derecha, sufría para llevar la iniciativa del partido por voluntad propia de un Lugo consciente de las dificultades de su oponente para generar juego y ocasiones. 

El peligro de los gallegos venía de los costados, donde Avilés y sobre todo Moyano trazaban peligrosas diagonales. Dos de ellas las culminaron con sendos disparos sin veneno ni excesivo peligro para un Cristian algo más adelantado de lo habitual en una certera decisión ante la capacidad del Lugo en el juego aéreo. El pitido que mandaba a los jugadores al vestuario sonó a música celestial. 

Los primeros compases de la reanudación mostraron un Zaragoza algo más decidido. El equipo aragonés aprovechaba el pánico de su oponente para dar un paso adelante y tratar de meter más miedo en el cuerpo a un Lugo cuya falta de autoestima invitaba a pensar en que presentaría bandera blanca en cuanto encajara un tanto. Así que el Zaragoza se puso a ello. 

Pero fue entonces cuando apareció esa patología que parece incurable y que se está llevando por delante la salud del zaragocismo. La desesperante falta de gol irrumpió con fuerza para privar a los aragoneses de un tanto claro que, seguramente, lo habría cambiado todo. Giuliano, en una jugada magistral en la que regateó a tres contrarios, se plantó solo ante Whalley, que, ya vencido, regaló un lado al delantero para que este solo tuviera que enviar el balón entre palos. Pero el argentino se empeñó en colocar demasiado el esférico y, de forma incomprensible, lo envió fuera para alivio del Anxo Carro y desesperación de un zaragocismo que hace tiempo que no entiende nada.

El garrafal fallo de Giuliano, el segundo en dos partidos consecutivos fuera de casa tras la gran pifia en Málaga, hundió al punta, que ya no levantaría cabeza. Escribá algo intuía y, como el partido era bien lejos, recurrió a Gueye en busca de algún balón suelto, principalmente por arriba. El ariete accedió al campo en sustitución de un Bermejo tan intrascendente como reincidente. El madrileño desquicia por su extrema fragilidad y su insistencia en reclamar faltas inexistentes. Ni en banda ni en la mediapunta. Nada.

Un disparo ajustado al palo de Nieto, que sufrió mucho tras la entrada de Cuéllar, autor de dos disparos peligrosos que no sorprendieron a Cristian, fue el preludio de la segunda acción desesperante del día. Un robo de balón de Larra en el área gallega dejó al vasco con el pase franco a Gueye o Puche para marcar el tanto de la victoria, pero, de nuevo, al Zaragoza se le nubló la vista a escasos metros de la meta rival. 

Entre que el lateral no midió demasiado bien el envío y que Gueye tampoco se colocó ni estiró a su debido tiempo, una de las oportunidades más claras de los últimos años se iba también por el sumidero, donde se acumula el desencanto y la desazón que provocan un equipo doliente y vulgar que se salvó de la derrota porque Alberto cabeceó demasiado centrado en el último instante.