A PIE DE CALLE

Vivir en la calle en Zaragoza: "He visto la muerte tantas veces..."

Cinco voluntarios se adentran en el barrio de Delicias para asistir y acompañar a varios sintecho

Servando lleva desde el año 2021 durmiendo en la calle y no dispone de redes familiares de apoyo.

Servando lleva desde el año 2021 durmiendo en la calle y no dispone de redes familiares de apoyo. / Jaime Galindo.

Iván Trigo

Iván Trigo

No eran todavía las 21.00 horas cuando decenas de voluntarios partieron el pasado martes desde el auditorio del colegio mayor universitario del Carmen para elaborar un censo de personas sin hogar. Cruz Roja ha dividido la ciudad en 48 zonas, cada una de las cuales tiene asignado un grupo de cuatro o cinco ciudadanos dispuestos a colaborar. Algunos no son novatos en esto de ayudar, otros guardan más reparos y más desconfianza a la hora de acercarse a los sintecho. Pero los prejuicios se deshacen en cuanto uno se sienta cara a cara con alguien que te recibe con una sonrisa mientras desdobla las mantas que se va a echar encima para protegerse del frío de la noche zaragozana.

Mariche García es la coordinadora de uno de los equipos organizados por Cruz Roja. Le acompañan Eriola, Manuel, Daniel y Víctor. Les ha sido asignada una zona de Delicias comprendida por las calles Escoriaza y Fabro, Santander, Duquesa Villahermosa, Don Pedro de Luna y avenida Madrid.

La ruta comienza por los porches de la urbanización de Parque Roma, donde Cruz Roja atiende habitualmente a varias personas que duermen en la calle. "Muchas veces necesitan hablar, compartir un rato con alguien y notar ese calor humano que da la compañía", explica Manuel, que lleva ocho años de voluntario en Cruz Roja, en la Unidad de Emergencia Social, desde la que reparten víveres y ropa a las personas sin hogar. "Lo hago porque me llena. Ayudas a gente que es invisible para el resto de la sociedad. Eso me incentiva", cuenta. ¿Qué es lo más duro que se ha encontrado en la calle? "En una de las salidas nos encontramos con un fallecido", cuenta con un nudo en la garganta.

Manuel es el mayor del grupo. Los otros dos varones no superan la veintena. Y Eriola es la única mujer del grupo además de la coordinadora, Mariche. "Yo soy psicóloga. Trabajé en la guerra del Kosovo y ahora en la Fundación Federico Ozanam", explica.

Al llegar a Parque Roma los voluntarios dan con un grupo de cuatro personas durmiendo en la calle. Uno de ellos es Lassana. Tiene 51 años, nació en Gambia y lleva desde 1991 en España. Tiene permiso de residencia y de trabajo, pero no tiene empleo. "Tengo muy poquico dinero, y sin dinero no puedo pagar una casa", cuenta el hombre. Lleva meses durmiendo al raso y no cobra ningún tipo de ayuda ni subsidio. Recibe a todos con una sonrisa y un tono amable. Pide una manta para la próxima vez que vayan a visitarle los voluntarios.

Cada caso es particular. "Muy pocas veces reaccionan mal cuando te acercas a ellos. Normalmente sonríen. Saben que les traemos comida", cuenta Mariche. Le escucha atenta Víctor, de 19 años, uno de los dos jóvenes del grupo que acude por primera vez a una de estas rondas nocturnas. "Me llaman mucho estas cosas", asegura. El grupo se dispersa por el barrio en busca de más gente, pero solo se da con un hombre que fuma en la escalera de un rellano tapado por una manta. No quiere hablar. En las calles estrechas del barrio Delicias, ruidosas y con tránsito de peatones, pocos se atreven a quedarse a dormir.

Denisse se envuelve en una manta térmica para compensar el frío de las noches otoñales.

Denisse se envuelve en una manta térmica para compensar el frío de las noches otoñales. / jaime galindo.

Una mujer aparece en la misma zona en la que dormía Lassana. Lo primero que cuenta a los voluntarios es que el otro día le agredieron sexualmente cuando dormía en la calle junto a otra compañera. "Se lo dijimos a la Policía porque lo grabaron las cámaras", cuenta con entereza. Eso sí, tampoco quiere que le pregunten más, no quiere remover en su memoria. "Muchos días no duermo de noche. Ando, ando y ando y cuando mis pies no pueden más me acuesto. Pero cada vez que me tumbo al poco me tengo que levantar. Siempre vienen", relata. Estremece escucharla. "Si queréis podéis sentaros en mi sofá", ofrece señalando a una manta desplegada sobre el suelo. Su mirada es amable y sonríe mucho a pesar de todo.

Cerca de ella un bulto se remueve debajo de un edredón. Un hombre se asoma y mira al grupo. Quiere hablar con un periodista, pide. "Quiero pedir perdón porque en los 80 fui un miserable delincuente", afirma el hombre. Eso es lo primero que dice alguien que, con 60 años que tiene ahora, lleva dos durmiendo en la calle y está apartado por la sociedad. "Estoy enfermo. Me estoy muriendo. Aunque he visto la muerte tantas veces...", afirma Servando, quien asegura haber sido víctima de agresiones por parte de su padre y de su exmujer. "La Justicia me dejó de lado", narra.

A pesar de las duras historias de la gente de la calle, acompañarles sorprende ser una tarea grata. «Pocas veces me llevo los dramas a casa, aunque a veces hay cosas que no se te olvidan tan fácilmente», dice Mariche antes de que la noche avance. H

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