SINHOGARISMO EN LA CAPITAL ARAGONESA

La Zaragoza que duerme sin techo

En torno a 130 personas no tienen un lugar en el que pasar la noche. Los voluntarios consideran que el problema no se soluciona porque «la sociedad lo ve como parte del paisaje»

Tiendas de campaña y colchones son las posesiones más preciadas de las personas que viven en la calle.

Tiendas de campaña y colchones son las posesiones más preciadas de las personas que viven en la calle. / MIGUEL ÁNGEL GRACIA

Sergio H. Valgañón

Sergio H. Valgañón

Un puñado de mantas, un montón de cartones y un colchón pegado al suelo. Así combaten el frío dos centenares de zaragozanos cada noche, según los datos de Cruz Roja, recogidos en 2018. El pasado viernes, los voluntarios volvieron a las calles de la capital aragonesa para saber cuánta gente sigue viviendo en estas condiciones. 

Isabel (nombre ficticio, como todos los de esta crónica) lleva tres años viviendo debajo de uno de los puentes que cruzan el Ebro. «Es muy importante que nunca te quedes solo, para tener alguien al lado con el que protegerte», cuenta junto a sus tres compañeros de tienda de campaña, de los que no se separa en todo el día. «Nos levantamos pronto, acudimos al comedor social para cargar el móvil y desayunar, y luego intentamos llevar un día como el resto de las personas». 

Solo hay una norma: la vuelta a su improvisada casa. «En pandemia, como no podíamos salir, okupamos, por si acaso, pero ahora sabemos que a las 22.00 tenemos que montar la tienda, para empezar la noche», resume una Isabel ya acostumbrada a su vida. 

La conversación la interrumpe Raúl, visiblemente alterado. «Estábamos tranquilamente en nuestro sitio de siempre, la Policía Local nos ha dejado quedarnos pero ha aparecido uno con ganas de pelea», advierte, nervioso, previendo una complicada noche que puede acabar en tragedia: «Soy capaz de cualquier cosa, aunque tenga que volver a la cárcel». 

Regresa por donde ha venido, para poco después volver con otros tres compañeros, cada uno con una maleta y un montón de mantas para pasar la noche. «Nos vamos para evitar más problemas», coinciden, aunque temen que no van a dormir mucho, pendientes de la persona que les ocasionó el anterior conflicto.

Varios de los jóvenes se interesaron por los servicios que los refugios ofrecen cada día.

Varios de los jóvenes se interesaron por los servicios que los refugios ofrecen cada día. / MIGUEL ÁNGEL GRACIA

Carmen está dispuesta a explicar aún más lo sucedido. «Los vecinos nos dejan estar, alguno se queja, pero no pasa nada mientras no hagamos ruido y recojamos todo por la mañana», explica, asegurando que las exigencias de la policía son las mismas. Hoy, la aparición de alguien ajeno al grupo ha trastocado su ya rutinaria vida: «No ha dejado de beber, chillar y ha intentado imponerse sobre un grupo que ya está unido». «No tenemos problemas en compartir, siempre le hacemos un hueco y le dejamos una manta al que la necesite, pero querer cambiar todo no lo vamos a permitir, porque seguimos llenos de orgullo y nos queda sangre para seguir peleando», advierte Carmen.

El conflicto ha cesado, o eso parece, pero las reacciones de cada uno siguen presentes. María llegó hace un par de décadas desde Polonia y desde hace tres años duerme en la calle. Su doble nacionalidad le ha permitido tener alguna ventaja en una sociedad que siente que le ha dado la espalda.

Llora desde que aparece, aunque no lo admite: «No son lágrimas, es el agua de Dios lo que me sale de los ojos». Creyente, mezcla en su discurso recuerdos de su tierra natal, situaciones de su día a día y planes de futuro. Es hablar de lo que viene y solloza con fuerza: «El domingo fui al hospital y me dijeron que no me voy a curar». Los voluntarios que la conocen hablan de un cáncer de pulmón terminal. 

«Aunque no lo creáis, podemos ser felices aunque vivamos en la calle», asegura María, mientras mira a sus compañeros, con los que convive desde hace tiempo y junto a los que se siente protegida. «Algún día me iré, solo espero que haya alguien que se acuerde de mí», dice como despedida.

«Vivimos en la calle, pero podemos ser felices. Espero que alguien me recuerde cuando yo muera»

Otro grupo de jóvenes, uno de ellos con la mayoría de edad recién estrenada, recorre Zaragoza en busca de un porche o de un banco en el que poder pasar la noche. Otro de ellos, iraquí, y recién llegado a la capital, se interesa por conocer dónde puede conseguir algo de comida o qué servicios ofrecen los albergues. «Necesito saber cuándo puedo lavar mi ropa y aprender algo de español», explica en una atropellada mezcla de francés e inglés. «Adiós», ya en castellano, es su breve despedida, mientras enciende el enésimo cigarro de la noche. 

La contrariedad del momento y la necesidad de seguir paseando por Zaragoza atraviesa las caras de unos voluntarios que tienen muchas tareas que cumplir. Rellenar el formulario de identificación, marcar la localización en el mapa y apuntar las necesidades de cada uno es parte de su trabajo. «Es importante ayudarles, aunque hay que saber el límite: si una persona no quiere salir de esta situación, por mucho que hagamos no vamos a poder sacarles de aquí». 

 Las críticas se dirigen también a la administación pública, ya que consideran que «con una inversión pequeña se puede hacer mucho por toda esta gente».Alguno, incluso, sospecha que la actuación no llega porque no se quiere actuar: «¿Por qué en la pandemia se les dio un pabellón para que pudieran pasar ese período pero, al acabar la cuarentena, se les echó? Te quedas con la sensación de que estaban protegiendo al resto de la sociedad de ellos, y no a estas personas de lo que podía provocarles esta enfermedad». 

En total, 350 voluntarios acudieron a la llamada de Cruz Roja para peinar toda Zaragoza en busca de todas las personas que duermen cada día sin un techo sobre su cabeza. Con los datos recabados, centrados en su historia de vida, condiciones diarias y su futuro más próximo, la organización elaborará un informe en el futuro para conocer la cantidad de sintecho que viven en la capital aragonesa, así como la forma en la que se podría hacer frente a este problema. 

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