HASTA EL 4 DE FEBRERO

El Centro de Historias inaugura ‘Adorno y honor’

La muestra reúne una selección de piezas de los fondos municipales que, arropadas por documentos, libros, fotografías y carteles de fiestas, reflejan los cambios en el protocolo y la etiqueta municipales desde 1708 hasta hoy

La exposición 'Adorno y Honor. Maceros, timbales y clarines' en el Centro de Historias de Zaragoza.

La exposición 'Adorno y Honor. Maceros, timbales y clarines' en el Centro de Historias de Zaragoza. / JAIME GALINDO

El Periódico de Aragón

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El Centro de Historias de Zaragoza acoge hasta el 4 de febrero la exposición 'Adorno y Honor'. Un retrato histórico de Zaragoza a través del ceremonial urbano, tanto el que se despliega en las ocasiones solemnes como en las festivas. La muestra reúne una selección de piezas de los fondos municipales que, arropadas por documentos, libros, fotografías y carteles de fiestas, reflejan los cambios en el protocolo y la etiqueta municipales desde 1708 hasta hoy. Entre las piezas más destacables figuran las mazas ceremoniales del Ayuntamiento, realizadas por el platero Domingo Estrada Forcada hacia 1803, las imágenes de maceros y ministriles urbanos pintadas por Anselmo Gascón de Gotor a finales del XIX, así como un impreso sobre raso bordado por José Lizuain, que recoge los festejos programados para la real visita de 1802. La obra expuesta se completa con instrumentos musicales, carteles, fotografías y uniformes, los más antiguos entre los conservados y los actuales, vestidos por hombres y mujeres.

Las fuentes de archivo expuestas y las transcritas en el catálogo revelan que, detrás de la historia de los acontecimientos solemnes se encuentran siempre las historias personales. Por ejemplo, la de la macera Margarita Boira que, a punto de morir en 1773 por el parto de su noveno hijo, rogaba al consistorio que permitiera a su marido seguir ejerciendo el cargo traspasándole además su titularidad. O la de unos músicos municipales que, en 1902, solicitaban la reposición de los clarines, porque estaban tan viejos que apenas pudieron hacerlos sonar en la visita de un arzobispo.