Opinión | CON LA VENIA

Inmigración: una cuestión de confianza

Esta materia es una cuestión de Estado, europea y de complicidad personal entre dirigentes

La inmigración es uno de los más graves problemas que hoy padece la Unión Europea o por decirlo mejor, un problema que radica en la ausencia de una verdadera política europea en materia de inmigración y constituye un déficit estructural del proyecto europeo, que mientras no se supere hará imposible el avanzar en la construcción de una Europa solidaria.

Son tantos los aspectos y matices que deben ser tenidos en cuenta a la hora de abordar la cuestión, que hoy solo quiero referirme a una premisa básica para avanzar con éxito en esa vía. El objetivo es lograr alcanzar entre los países emisores y países receptores un clima de confianza lo suficientemente intenso, personal y directo que permita disolver los falsos problemas y discutir con sinceridad los problemas reales hasta encontrar la solución satisfactoria.

En mi época de ministro tuve la oportunidad de comprobar la verdad de tal axioma. Como ejemplo, me referiré a nuestras relaciones con Marruecos y con Francia, las dos principales fronteras de España. Con el ministro de Interior francés Pasqua cerré esa relación. Pero para ello fueron necesarias numerosas e intensas conversaciones en las cuales analizábamos los hechos más relevantes ocurridos en materia de terrorismo y la importancia de la colaboración hispano francesa para ambos países. Tal fue el impulso que Pasqua imprimió a la lucha antiterrorista que me pareció justo y necesario recompensarle con la máxima concesión que otorga el Consejo de Ministros: la Gran Cruz de Raimundo de Peñafort.

Con la excepción del terrorismo, tema prioritario en todos los casos, siempre he creído que para cualquiera de los países del sur de Europa (Italia, Francia, España), el trabajo fundamental de sus respectivos ministros del Interior es potenciar la cooperación institucional, especialmente con Marruecos.

Tal cooperación es simplemente imprescindible, y a ello dediqué todas mis fuerzas. No menciono el aporte de recursos financieros, que desde luego existió, sino la referida cuestión de confianza ya que esta solo puede producirse en el marco de unas relaciones estrictamente personales. En el caso de Marruecos fue necesario acertar con la persona que tenía entonces suficiente poder para llegar a acuerdos reales.

Los servicios de inteligencia españoles nos indicaron que tal personaje era el ministro del Interior, Sr. Basri , y no tanto por tener ese cargo sino por el hecho fundamental de gozar de la confianza del rey Hassan II puesto que era el administrador de su patrimonio personal.

Para afianzar la relación, todos los meses iba a visitarle a Rabat, otras veces él se desplazaba a Madrid y lo que inicialmente fue una relación política se transformó en una relación de amistad. Una noche en que me invitó a cenar en su casa estuvo presente en todo momento su esposa, cosa poco frecuente en su ámbito cultural, anécdota esencial que ilustra el tipo de relación que mantuvimos.

Tiempo después, tras una reunión bilateral presidida por Felipe González con el Gobierno marroquí, permanecíamos en el aeropuerto de Rabat esperando el vuelo de regreso. En el curso del encuentro se habían adoptado muchas medidas, alguna relevante en materia de inmigración. En un momento determinado entró un funcionario portavoz de un mensaje en el que Basri me solicitaba con urgencia una entrevista privada. En ella me dijo taxativamente que el acuerdo firmado horas antes entre el primer ministro marroquí y Javier Solana, ministro de Asuntos Exteriores, no tendría virtualidad alguna si no se completaba con un segundo acuerdo entre los respectivos del Interior. Leí el documento y observé que el acuerdo era prácticamente idéntico al ya firmado. Sí, repuso Basri, pero añadió que había una diferencia esencial entre ambos, pues el segundo estaba firmado por él, lo que garantizaba su mantenimiento íntegro al estar avalado por su honor, cuestión mucho más relevante que cualquier texto o compromiso jurídico.

Le conté a Felipe lo ocurrido, a lo cual tras permanecer en silencio unos minutos, se limitó a decir: «Fírmalo». Los documentos en cuestión contenían criterios fundamentales en materia de inmigración ilegal y se cumplieron a rajatabla produciéndose una drástica reducción en el número de llegadas a nuestras costas.

En esta materia no basta con repetir hasta el agotamiento el mantra «cuestión de Estado» salvo que se añada su dimensión europea. Tampoco basta con la cooperación de todas las fuerzas políticas democráticas como el freno más sensato para combatir el fenómeno. Es necesario, además, lograr la complicidad activa de la sociedad civil que consiste en asumir que existen en esta materia cuestiones que, por definición, deben ser reservadas. En lo que sirva mi experiencia puedo asegurar que cualquier intento productivo y serio a nivel europeo para resolver los problemas derivados de la inmigración ilegal requiere previamente la construcción de un sólido edificio de confianza mutua con Marruecos.

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