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Historia del calendario

¿Por qué empezamos el año el 1 de enero y no en cualquier otra fecha?

Reproducción del calendario romano de Anzio (Museo de las Termas de Zaragoza).

Reproducción del calendario romano de Anzio (Museo de las Termas de Zaragoza). / SERGIO Martínez Gil HISTORIADOR Y CO-DIRECTOR DE HISTORIA DE ARAGÓN

Sergio Martínez Gil

Sergio Martínez Gil

Hoy, 31 de diciembre, celebramos el final de este 2023 mientras muchos hacen repaso a lo vivido los últimos doce meses y empiezan a hacer las típicas promesas para un 2024 al que sólo le faltan unas horas para estrenarse. Todos damos por hecho, al menos en el calendario occidental, que este es el último día del año y que el 1 de enero es el principio del siguiente. ¿Pero por qué justamente se hace estos días y no en cualquier otro momento del año? ¿Cuáles son las razones y la evolución de algo que damos por sentado como es el calendario?

El origen de esta circunstancia viene de la Antigüedad y más concretamente de la Antigua Roma, aunque no de la forma como se ha contado muchas veces en las últimas décadas. A lo largo de la historia, las diferentes culturas y civilizaciones fueron desarrollando sus propios sistemas para medir el paso del tiempo. Algo que parece tan sencillo e incluso banal, pero que si lo pensamos bien de esas mediciones dependen el buen funcionamiento de la sociedad para organizar absolutamente todos nuestros procesos vitales. La vida personal, la laboral, etc.

Con algunos cambios que se han ido añadiendo a lo largo de los siglos, el calendario occidental tiene como base el calendario romano. Un calendario que la tradición romana atribuía al rey fundador y mítico de la ciudad eterna, el rey Rómulo, quien lo habría creado basándose en los ciclos lunares con 10 meses de duración y un total de 304 días. El primer mes habría sido marzo, dedicado al dios Marte, terminando el calendario en diciembre. De hecho, y aunque el personaje al que se atribuye sea mítico, sí que parece tener cierta veracidad histórica este relato sobre la creación del calendario, pues todavía hoy se ven esas reminiscencias en los nombres de algunos meses y el lugar que ocupaban en el año. Por ejemplo, septiembre, que ahora ocupa el noveno puesto, habría sido por entonces el séptimo, y de ahí su nombre, al igual que octubre, noviembre o diciembre.

Excavaciones en el yacimiento de Segeda, ciudad cuya guerra modificó el calendario político romano.

Excavaciones en el yacimiento de Segeda, ciudad cuya guerra modificó el calendario político romano. / EL PERIÓDICO

Pero era un calendario que enseguida se desajustaba dado que sabemos que el ciclo en el que La Tierra tarda en dar una vuelta completa al sol son unos 365 días y no 304. Por eso no coincidían las estaciones con los meses en los que en teoría debían estar, así que esa tradición romana atribuía al segundo rey de Roma, Numa Pompilio, la adición de dos meses más, enero y febrero, pasando a un calendario de 12 meses con 355 días, siendo este un formato que se mantuvo hasta mediados del siglo I a.C. y que también acumulaba unos 10 días de desfase cada año que pasaba, con los consiguientes problemas. Durante décadas se ha dicho que esos dos meses añadidos (enero y febrero), se situaron al final del calendario y que este seguía iniciándose en marzo, que era además el mes en el que en la Antigua Roma se iniciaba el nuevo año político con la elección de los dos cónsules.

Sin embargo, en el año 154 a.C. estalló una nueva guerra en Hispania entre Roma y la ciudad celtíbera de Segeda, situada junto a las actuales localidades zaragozanas de Mara y Belmonte de Gracián. La lejanía del lugar hizo que los romanos adelantaran la elección de los cónsules a enero para que estos tuvieran más tiempo para reclutar a las legiones, viajar hasta Hispania y aprovechar la temporada de buen tiempo de primavera y verano antes de la llegada del frío. Algo del todo imposible si este proceso se iniciaba como hasta entonces en el mes de marzo. Por eso se ha atribuido falsamente durante muchos años que esta guerra entre Segeda y Roma provocó que los romanos cambiaran su calendario e iniciaran su año el 1 de enero y no en marzo. Pero las investigaciones históricas parecen confirmar que ya hacía mucho tiempo que el año romano se iniciaba en enero, y que lo que sí que cambió aquella guerra fue el inicio del año político, que no es poco.

Ya en tiempos de Cayo Julio César, a mediados del siglo I a.C., este decidió solucionar durante su dictadura tras ganar la guerra civil los problemas de desfase del calendario, y aplicó una reforma a este proveniente de Egipto añadiendo 10 días, alcanzando por fin los 365 días de duración. Es el denominado calendario juliano. Pero, aunque es una duración muy aproximada, La Tierra no tarda exactamente 365 días en completar su ciclo alrededor del Sol, por lo que a lo largo de los siglos se fue generando un desfase imperceptible durante mucho tiempo, pero que a finales del siglo XVI alcanzaba ya 10 días. Fue entonces cuando en el año 1582, e impulsado por el papa Gregorio XIII con estudios realizados por universidades como la de Salamanca, cuando se desarrolló la siguiente reforma, nuestro actual Calendario Gregoriano, pasando del 4 de octubre al 15 de octubre de 1582 para eliminar el desfase. Un calendario que aceptaron primero los países católicos y siglos más tarde los protestantes y ortodoxos, y que todavía hoy, sigue marcando nuestras vidas día a día.

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