Opinión | AL TRASLUZ

La democracia y el queso

Quizás el título que he pensado para mi artículo de hoy les recuerde al de alguna fábula de Esopo o Samaniego, eso me ha parecido a mí cuando lo decidía, pero es sólo eso, una reminiscencia. Puede que la búsqueda de imágenes sea resultado de mi deformación profesional por aquello de tratar de trasladar a los estudiantes del modo más claro y pedagógico posible las ideas. Sea como fuere intentaré argumentar mi propuesta. Como ustedes bien saben la variedad de quesos es muy considerable. En España, sin ir más lejos, contamos con más de 150 tipos de queso y más de 32 DOP, denominaciones de origen protegidas e IGP, indicaciones de origen protegidas. La procedencia de la leche y su curación son clave para la calificación de su tipología. A diferencia de otros países más proclives a los quesos cremosos, sería el caso de Francia por ejemplo, en España tenemos gran predilección por los quesos curados y viejos, con un sabor más fuerte y una textura más consistente, incluso podría decirse que recia –ahora que lo pienso pasa con los quesos algo parecido a lo que ocurre con los vinos, los nuestros suelen ser más poderosos que los franceses y dado que casi nada, o más bien nada en absoluto, es casual tal vez podría extraerse alguna conclusión de nuestros gustos y productos más allá de los condicionantes propios de la tierra y el clima–. Pero vuelvo al asunto. No hace falta ser un gourmet para saber que hay quesos que deben su fama tanto a su sabor como a su característico aspecto agujereado: el Emmental, el Edam o el Gruyère. Pues bien, también las democracias pueden ser calificadas como los quesos (y los vinos) frescas, jóvenes, semicuradas, curadas y viejas. Y también en algunas democracias son perceptibles, a primera vista, agujeros. Centrémonos en la nuestra. Siguiendo con el símil, atendiendo a la larga vida de otras democracias no parece que de la española pueda decirse que es una democracia «vieja», ni siquiera estoy segura de que lo de «curada» sea lo más adecuado. Me inclino por calificarla de «semicurada», porque, querámoslo o no, parece que requiere de algo más tiempo para curarse, un tiempo que permita superar algunos rasgos que continúan impidiéndole presentarse como un proceso acabado. En concreto la división de poderes –con especial atención al difícil papel de la Fiscalía–, las conocidas como «puertas giratorias» o las dificultades para definir el bien público o la solidaridad interterritorial podrían ser tomadas como ejemplo de la necesidad de disponer de ese plus de tiempo. Sé que toda democracia que se precie es, necesariamente, un proceso y, por tanto, democracia significa en realidad democratización incluso en el caso de las viejas y curadas, lo cual no quita para que se aprecie en la nuestra un significativo margen de mejora. ¿Y lo de los agujeros?, se preguntarán, ¿dónde ha quedado? Voy a ello. Tomo de Habermas la idea de que cabe la posibilidad de que las instituciones tengan «agujeros de legitimidad», esto es carencias de legitimidad que las hacen más débiles y frágiles. A mi entender, en nuestra democracia, para desgracia de todos, se vienen observando cíclicamente agujeros de legitimidad, tantos como los casos de corrupción que horadan tanto la superficie como el fondo de la democracia y, por supuesto, del queso.

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