La 15ª jornada de Segunda

La hora de la vergüenza. La contracrónica del Alavés-Real Zaragoza

De nuevo, la superioridad numérica desnuda todas las carencias de un Zaragoza que apenas hizo daño a su rival. La gestión de esos 60 minutos señala a Carcedo, Torrecilla y los jugadores

Manu Molina y Francés se lamentan a la conclusión del partido.

Manu Molina y Francés se lamentan a la conclusión del partido. / Prensa2

Jorge Oto

Jorge Oto

Era la hora de la ambición, de dejar de aferrarse al escudo protector y dar un paso al frente. Claro, que el precedente más cercano no invitaba a hacerse excesivas ilusiones al recordar el recital de despropósitos con el que se gestionó la superioridad numérica ante el Eibar en La Romareda, donde el Real Zaragoza jugó una hora con uno más y casi media con dos. Pero entonces el cuello de Carcedo no estaba amoratado por la presión de la soga. En Vitoria sí. Y la sensación era diáfana: si el equipo aragonés volvía a no ser capaz de ganar a un rival con diez durante una hora entera, su entrenador tendría las horas contadas, aunque el empate, por aquello de puntuar en feudo del segundo, otorgaría cierto lugar a la duda.

La salida de los vestuarios tras el descanso iba a ser clave. Justo antes del intermedio, el gol anulado al Alavés ya había metido el miedo en el cuerpo a un Zaragoza ya de por sí preso de un déficit claro de autoestima. Dirá el técnico que el tanto posterior del Alavés llegó justo cuando tenía listo el triple cambio con el que iba a acometer la variación de sistema pertinente para aflojar el corsé de una vez y lanzarse a por un triunfo que le permitiría seguir en el banquillo al menos durante un tiempo más. Pero la decisión llegaba tarde. De nuevo, Carcedo perdía una gran oportunidad para mostrar valentía y pasar al ataque. Sin embargo, al riojano le volvió a poder la cautela y en el intermedio solo acometió una acción.

Y no fue el cambio de sistema y el reclamado abandono de los tres centrales. No. El entrenador recurrió a Puche para dejar en la ducha a Vada, que había sido amonestado en la primera parte. De nuevo, la congoja y el miedo a quedarse con uno menos y perder la sabrosa ventaja de la superioridad numérica ante un adversario de cuidado podían más que el arrojo y la valentía. El fútbol se lo cobró con el golazo del Alavés.

Pero había tiempo. El Zaragoza ya había perdido media hora sumido en su desesperante incapacidad para generar fútbol y su desastrosa gestión, otra vez, de una superioridad numérica. Ni un dos contra uno en banda, ni una circulación rápida para abrir el campo y al rival. Todo era parsimonia, lentitud, desorden y caos. Exactamente igual que ante el Eibar, al que tampoco había hecho más que cosquillas. Lejos de aprender aquella lección, el Zaragoza reincidía preso de una impropia incapacidad de los jugadores para interpretar una superioridad, de su entrenador para dar las instrucciones adecuadas más allá de los gritos de ‘por fuera, por fuera’ pregonados desde la banda y de una plantilla sin extremos con los que adquirir esa profundidad indispensable para poner algún centro desde la línea de fondo que otorgue cierta ventaja al delantero e incomodara a la defensa.

Quedaba meida hora, pero daba igual. Porque este Zaragoza es un desastre. Y así lo volvió a demostrar durante una hora entera. La hora de la vergüenza. La hora de la infamia. La hora en la que se dedicó a vagar por un campo de fútbol como alma que lleva el diablo. 

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