Opinión | EL ARTÍCULO DEL DÍA

El conservadurismo radicalizado

Me fijaré hoy en el libro La nueva derecha. Un análisis del conservadurismo radicalizado, de la politóloga austriaca Natascha Strobl.

Tras la segunda posguerra, los partidos conservadores clásicos (democracia cristiana) constituyeron, en Europa occidental, un pilar del consenso político junto con los socialdemócratas. A pesar de que ese acuerdo no estuvo exento de tensiones y renegociaciones, el consenso se sostuvo a través del tiempo. Hoy la situación es muy diferente. Desde hace al menos una década, no son pocos los partidos conservadores que se han deslizado hacia discursos, retóricas y postulados ideológicos de la extrema derecha. Se han radicalizado. Veamos algunos: Fidesz, un partido que, originalmente, sostenía posiciones liberal-conservadoras, pero que, bajo las administraciones de Víktor Orban, había comenzado a declinarse por posiciones nacional-conservadoras y llevado a Hungría a una deriva iliberal. El Partido Ley y Justicia (PiS, por sus siglas en polaco), un partido nacido como una escisión de Solidarność, la organización de Lech Wałęsa. Inicialmente había sostenido su vocación de ser un partido de la derecha demócrata-cristiana, pero pronto derivó en una derecha nacional-conservadora. El Partido Popular Austriaco (ÖVP, por sus siglas en alemán), la organización característica y tradicional de la derecha conservadora y demócrata-cristiana, comenzó una mutación de este tipo en 2017, cuando Sebastián Kurz consiguió hacerse con el mando partidario y, pocos meses después, de la Cancillería del país. El Partido Popular Suizo. Aunque de una manera diferente, el Partido Republicano de Estados Unidos también se radicalizó con Donald Trump en 2016. No obstante, hay excepciones. En Francia la fuerza tradicional de la derecha, Los Republicanos, no desarrolla el mismo proceso y tampoco en la derecha tradicional alemana. En ambos países, la extrema derecha crece, pero sus planteamientos no son adoptados por los partidos conservadores tradicionales. Regla de oro: las fuerzas democráticas nunca deben acordar con las fuerzas de extrema derecha. Si lo hacen, habilitan su acceso al poder. En Alemania, y en Portugal, el cordón sanitario funciona. En España no.

Una característica muy importante del conservadurismo radicalizado (CR) con respecto al clásico es el cambio de la posición que este tenía hacia sus adversarios políticos. El clásico, al formar parte de un consenso y de un pacto sobre el régimen político, antagonizaba democráticamente –aunque fueran duros con las palabras– con sus adversarios. Esto se modifica con los procesos de radicalización de los conservadores. En primer término, el CR, al adoptar posiciones que tienden a pensar en la existencia de una «red global» de izquierdistas y progresistas que domina los medios y la cultura construyendo un sentido común «políticamente correcto», desarrolla un antagonismo contra enemigos no siempre directamente identificables. El CR se coloca en la posición de «la gente común», la «gente trabajadora», apelando a un sentido según el cual «los otros», los que quedan fuera, son el enemigo. Por ende, el CR apela a una polarización más profunda que el clásico, sobreexcitando a la sociedad en un antagonismo permanente. El punto sustancial: el CR pretende que ese antagonismo permanente se constituya como una nueva normalidad. Personajes como Kurz y Trump –y también Isabel Díaz Ayuso– transforman, de hecho, la forma de debate con la oposición política, ya no buscan llegar a acuerdos (como sucedía en la lógica del tradicional) ni establecer mediaciones. Su intención es fidelizar a mayorías. A esto se suma un segundo elemento: ya no solo tienen un enemigo político institucional (los partidos opositores), sino que buscan construir un enemigo extraparlamentario. Esto es muy evidente en Trump al referirse, por ejemplo, a Antifa o al movimiento Black Lives Matter. Es un aspecto fundamental para entender al CR el tener en cuenta que su forma de antagonizar con los opositores proviene del repertorio de la extrema derecha. No solo los partidos tradicionales de la izquierda, sino también los medios, los intelectuales, los trabajadores culturales, son puestos en el lugar del «mismo poder», de un «establishment progresista». Esto construye un nuevo tipo de polarización, con adversarios políticos identificables y grupos más porosos.

Natascha Strobl realiza una diferencia entre el CR y la extrema derecha. Si bien ve tendencias similares en términos culturales y sociales, marca una distinción en términos económicos: en algunos casos, la extrema derecha sostiene todavía posiciones estatalistas (aunque aclara también que las hay neoliberales), mientras que el CR apuesta más nítidamente por la desregulación, la privatización y la flexibilización. Es decir, el neoliberalismo.